El plan de estudios 2022 propone interrogar la realidad, el entorno social de la escuela. Esto implica un proceso de problematización y contextualización. Implica reconocer cuales son las posibilidades de acción que tiene un docente para desarrollar su tarea, las condiciones institucionales y las relaciones sociales que establece (pedagógicas, comunitarias, de pares). La reflexión permanente que haga de ello, lo llevará a reconocer su posicionamiento político-pedagógico, la adscripción a una teoría de enseñanza y de aprendizaje y la función social, política, cultural y pedagógica del currículum. Es decir, se encontrará en el camino de transitar hacia una escuela crítica.
Constituir una escuela crítica supone una reflexión profunda de cómo las políticas neoliberales con el modelo basado en competencias han limitado la educación a simples formas de entrenamiento y capacitación, dejando de lado los procesos formativos. Hay que reconocer que la pedagogía que ha promovido el neoliberalismo ha limitado la formación y desarrollo del pensamiento. La inclinación obsesiva por la técnica ha generado el abandono de la intelectualidad, ha alejado a los estudiantes de la lectura y la escritura para priorizar comunicaciones efímeras y reducidas de la realidad. La escuela y la práctica educativa, en un paradigma crítico, como el propuesto en el nuevo modelo educativo, implica la ruptura con el anterior y se señalan como dispositivos esenciales para la transformación social. No son los únicos, pero contribuyen a tener lecturas distintas de la realidad para una intervención político-pedagógica más consciente.
Una escuela crítica se configura en el sentido de “comunidad”, la búsqueda de lo común y de beneficio social. No desarrolla su función despegada de su entorno social, al contrario, articula la enseñanza de saberes con ello, para dar sentido y pertinencia al proceso formativo de los alumnos. Los valores que orientan su desarrollo son la democracia, la justicia, la inclusión y el sentido de lucha permanente por construir un espacio que promueva la libertad, la alegría de vivir, la creatividad, la razonabilidad, el buen juicio y el desarrollo del pensamiento. Es decir, un pensamiento y acción crítica.
Una escuela crítica es promotora de la responsabilidad social, particularmente en la formación de una ciudadanía diferente que tenga respeto y reconocimiento por el “otro”, que respete su medio ambiente natural y social; que respete la diversidad cultural de sus alumnos y los reconozca como personas con derecho a opinar, a diferir, a elegir, y sobre todo, que tienen capacidad de pensar. La formación ciudadana entonces se constituye en un dispositivo de transformación social y la escuela no es ajeno a ello.
Una escuela crítica se moviliza, se constituye por agentes educativos que movilizan lo social y que desarrollan acciones pedagógicas pensadas, sin desconocer el sentido político de la educación. La escuela se moviliza en ambiente dialécticos, donde se reflexiona la acción, sobre la acción y para la acción. Es decir, las prácticas educativas son progresistas caracterizadas por una serie de cualidades o virtudes como “amorosidad, respeto a los otros, tolerancia, humildad, gusto por la alegría, apertura a lo nuevo, disponibilidad para el cambio, persistencia en la lucha, rechazo de los fatalismos, identificación con la esperanza y apertura a la justicia” (Freire, 1996).
Transitar hacia una escuela crítica, implica el abandono de dogmas, de la pasividad de la mente, de prejuicios anclados en la tradición y la técnica, del pensamiento único. Una escuela transita a un paradigma crítico a la par que se fortalece la participación ciudadana, el ambiente democrático y la lucha permanente por transformar la sociedad donde vivimos.En el ámbito de comprensión dialéctica de la realidad social, Freire reconoce la importancia de la escuela y del trabajo pedagógico como contribución a la transformación social: “La democratización de la escuela no es puro epifenómeno, resultado mecánico de la transformación de la sociedad global, sino un factor de cambio también” (Freire, 1992). Si los docentes nos colocamos en el mismo sentido, daremos sentido político-pedagógico a la escuela y a nuestra función.