El Día del Estudiante en México tiene su origen en un movimiento y posicionamiento crítico de los estudiantes universitarios en 1929 frente a medidas autoritarias de la Secretaría de Educación Pública, quien se ostentaba como la máxima autoridad de la Universidad Nacional de México (este acontecimiento fue el detonante para que más tarde se le otorgara la autonomía universitaria). Las medidas consistían en cambios en el sistema de evaluación que obligaba a los estudiantes a una asistencia obligatoria a clases, cuestión que representaba un problema porque muchos estudiantes trabajaban para sostener sus estudios. José A. Chavelas (2021) nos narra que “en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, el rector Antonio Castro Leal, y su director, Narciso Bassols, decidieron poner orden en la forma de evaluación. En dicha escuela, la evaluación de los alumnos se realizaba de manera oral al final de los cursos anuales y los estudiantes no asistían a clases, preparándose solo para responder el referido examen. Ante esta situación las autoridades decidieron establecer el sistema de tres exámenes escritos al año, en lugar de uno oral, y fijar un mínimo de 75% de asistencia para poder aplicar dichos exámenes (Bautista 125-126). La inconformidad estudiantil no se hizo esperar. El 4 de mayo de 1929 los estudiantes de Jurisprudencia se organizaron para conformar un “comité provisional de huelga” y buscar el diálogo con el Secretario de Educación. El día 5 no se obtuvo una respuesta favorable por la autoridad educativa y los estudiantes de Leyes declararon la huelga”. (p. 9).
Más adelante, menciona que “el día 23 de mayo se registró un enfrentamiento entre estudiantes y bomberos, con heridos de ambos grupos. Varios profesores presentaron renuncias enérgicas. La respuesta de los estudiantes a la violencia de los cuerpos de seguridad fue realizar una marcha ese mismo día hacia los principales periódicos capitalinos para informar la situación. Sin embargo, la manifestación fue agredida en la avenida Juárez a las 20 horas, con un gran número de heridos. La intransigencia gubernamental y la brutalidad policial habían escalado el conflicto. El día 24 de mayo la totalidad de los estudiantes universitarios se unieron a la huelga”. (p. 10).
En respuesta a este acto de represión, los estudiantes decidieron solicitar que ese día fuera recordado para siempre como el Día del Estudiante, además de reclamar que la plaza Santo Domingo de la Ciudad de México fuera llamada plaza 23 de Mayo o Plaza del Estudiante. Este acto histórico y simbólico además de representar una defensa de la educación pública y de las organizaciones estudiantiles desde entonces, también resalta la importancia del estudio en los jóvenes, considerados como baluartes del progreso y desarrollo de la nación.
En este sentido, es pertinente pensar en que los modelos educativos deben procurar e impulsar un desarrollo integral en los estudiantes, además de orientar su formación hacia el desarrollo del pensamiento crítico donde tengan responsabilidad de su aprendizaje, sean sujetos activos, democráticos, autónomos, reflexivos y con ideas claras sobre su posicionamiento político, social, ético y cultural. En palabras de Giroux (2003), los estudiantes deben ser formados para que “corran riesgo y luchen, dentro de las relaciones imperantes, para que puedan ser capaces de modificar el terreno sobre el cual se vive la existencia” (p. 155), es decir, tendrán las capacidades para contribuir a la transformación social de su entorno y contexto.
Los estudiantes deben ser comprometidos, críticos y revolucionarios, distanciados de posturas que ven a la educación como un servicio y no como un derecho. La educación deben considerarla como una herramienta que les posibilita el desarrollo de su capacidad crítica y les permite afrontar las cuestiones sociales con un sentido democrático.Freire (1996) pondera que debemos procurar una pedagogía que permita a los estudiantes desarrollar habilidades de pensamiento crítico y análisis, lo que los prepara para enfrentar los desafíos de una sociedad en constante cambio. Al adoptar enfoques participativos y colaborativos, los educadores pueden ayudar a los estudiantes a desarrollar una conciencia crítica y a comprender su papel en la transformación social.
La escuela y la universidad tienen la obligación de comprender el “mundo de sentidos y significados” que construyen sus estudiantes en el contexto actual donde los medios de información son vastos y complejos y se han constituido como espacios de aprendizaje, es la única forma de articular y dar sentido al conocimiento que se imparte y pensar en los estudiantes como agentes de transformación social.