Escribo esta participación en medio de una tormenta invernal que afecta cerca de 100 millones de personas en Estados Unidos. 240 mil hemos estado, -o aún están-, sin energía eléctrica. Hay que recordar que la tormenta del año pasado acá en Texas, dejó 200 personas fallecidas por hipotermia y pérdidas millonarias a comercios y viviendas debido a los daños.
Hasta ayer jueves, más de 5 mil 800 vuelos fueron cancelados y 2 mil 500 sufrieron retrasos. La tormenta afecta una franja de casi tres mil kilómetros de largo; desde Maine y su frontera con Canadá, hasta el condado de Aroostook al sur Texas.
Ante el peligro de usar el auto, -pues las calles estaban congeladas-, mi esposa y yo salimos a caminar un poco por el vecindario solo unos minutos. La temperatura era de -6º Centígrados, pero la sensación térmica de -14º. En el trayecto encontramos una gruesa rama de árbol que se desgajó debido al peso del hielo.
De vuelta en casa me acordé de la tragedia a finales de mayo pasado en la provincia de Gansu en China. 172 expertos deportistas participaron en un ultrarunning de 100 kilómetros por la montaña. 21 murieron de hipotermia debido a la caída repentina de la temperatura.
Las tormentas tarde o temprano llegan a nuestra vida, y a veces lo hacen de manera inesperada. En el mundo actual, el abanico de infortunios y desgracias es por demás extenso. De pronto nos damos cuenta de que nuestra preparación, habilidades, o recursos no son suficientes. El corazón se congela, la carga se hace insoportable, y el alma desfallece.
“Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación…Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”, escribió Moisés en el Salmo 90.1-2.
No sé con qué estés lidiando; lo que sí sé es que Dios no ignora tu sufrimiento; él te ama y no te ha perdido de vista. Puedes derramar confiadamente tu corazón ante él. Jesús dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”, Lucas 4.18-21.
Pídele a Cristo que te perdone, salve, y venga a morar en tu corazón. Promete nunca dejarte ni desampararte. Cree y verás.
Alejandro Maldonado