Ayer hablaba sobre el papel que toca desempeñar a la administración pública en sus múltiples niveles y a la población para evitar repetir o caer en el mismo abismo venezolano.
Ahora vienen los medios de comunicación que, desde mi muy particular punto de vista, tienen una tarea titánica: ser contrapeso y faro. Deben investigar a fondo, exponer corrupción y ofrecer datos duros que corten el ruido de la polarización. Esto requiere periodismo independiente, financiado por suscripciones o modelos alternativos, para no depender en su totalidad de la publicidad oficial. También deberían educar, explicando en lenguaje claro cómo las políticas y las decisiones afectan la vida diaria, desde la inflación hasta la inseguridad. En Venezuela, el control mediático facilitó el camino al colapso; en México, una prensa libre y crítica sería un excelente escudo.
Luego viene el no menos importante actuar de la iniciativa privada que, por supuesto, no puede quedarse al margen. Las empresas, desde las grandes hasta las pymes, tendrían que invertir en innovación y formación laboral, con ello facilitarían la formación de una economía menos vulnerable a impactos externos. Las asociaciones empresariales, (Coparmex, Canacintra, CCE y demás), podrían presionar por reglas claras y estabilidad jurídica, evitando expropiaciones o cambios de juego que espanten capital, como en este momento está sucediendo en la Angelópolis poblana. Además, la IP está en capacidad de invertir “un algo” para financiar emprendimientos y proyectos sociales que refuercen la cohesión comunitaria, algo que aquella nación latinoamericana perdió mientras empezaba a tambalearse.
La academia y los intelectuales no pueden ser ignorados, ellos también tienen su lugar en este empresa. Instituciones de educación superior como la UNAM o el Tec de Monterrey podrían liderar estudios sobre políticas públicas efectivas, ofreciendo soluciones basadas en evidencia. Publicar análisis accesibles y debatir en foros abiertos contrarrestaría la propaganda surgida, creada y multiplicada desde el poder y daría herramientas a la sociedad para exigir la toma de mejores decisiones para evitar enfrentar desastrosas consecuencias.
Aquí es importante la otra parte, la del factor externo, ese que usa el término “globalización” y en el que, guste o no, estamos involucrados porque así es el desarrollo y así la economía de todos en eso que denominan “mundial”. Es cierto, el sector internacional juega un rol sutil pero poderoso y México debe mantener puentes con EE.UU., Canadá y la UE, no solo por comercio, sino por presión diplomática que incentive la democracia y el estado de derecho. Organismos como la OEA podrían mediar en conflictos internos antes de que escalen, algo que Venezuela ignoró hasta que fue tarde.
Es imposible seguir sin hablar de la cultura y las Organizaciones No Gubernamentales. Son el pegamento social. Aquellos que se desempeñan en cualquiera de ellas podrían movilizar conciencias sobre temas como la corrupción o la desigualdad, mientras que organizaciones civiles monitorean derechos humanos y apoyan a comunidades vulnerables. En Venezuela, la descomposición social aceleró el colapso; en México, una sociedad unida puede ser la diferencia y, cómo están las cosas, de verdad espero que no sea demasiado tarde...
Y es que todo esto requiere coordinación, algo difícil en un país tan diverso y polarizado. Pero ahí está el potencial: si el gobierno apuesta por la sostenibilidad y la transparencia, la gente vigila y participa, los medios informan con rigor, la IP invierte con visión y los demás actores suman, nuestro país no evitaría un destino venezolanamente fatal.
La política ideal no es utópica; es pragmática: crecer sin endeudarse de más, proteger las instituciones y empoderar a la sociedad. El papel de la gente es no soltar las riendas; el de los medios, alumbrar el camino; y el de la IP y otros, construir puentes. Si cada uno hace su parte, el eco de Venezuela quedará como advertencia, no como profecía y México se convertirá en la potencia que pudo haber sido desde hace tiempo.