Bajo la puerta hay una interminable danza de hormigas negras, de las pequeñas, de esas que disfrutan echando a perder el pequeño éxito conseguido con unas cuantas plantas en macetas de barro. Sí. Exacto. Las que están en el patio albergando especies vegetales cuyos nombres he olvidado, al menos por el momento porque con este sol es imposible pensar en algo más: hace falta una refrescante sombra y un vaso con agua fría.
No me estoy quejando. Adoro sentir el sol abrazando mi cuerpo y alimentando el alma porque al final es eso, una poderosa recarga para la batería responsable de la movilidad de todo lo que somos quienes vivimos aquí dentro. Pero, dice la sabiduría ancestral y lo confirma mi oscurecida piel, todo exceso es malo. Quién sabe, igual y tienen razón… quizá no.
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Los planes originales tienden a enfrentar modificaciones de acuerdo con las circunstancias. A veces cambian poco, otras permanecen estáticos y algunas más solo se retardan un tanto porque la memoria es vacua y tiende a aplazar lo inevitable, no importa cuánto haya por ganar o perder: pasará, sin duda.
Es verdad. La mente de algunos es un tanto dispersa y juega bromas sin sentido, como podría parecer este texto de letras pegadas e ideas similares al calificativo usado. Podría ser un imaginario de esos en soledades augustas, triunfantes, coherentes.
La realidad entonces son las palabras, las formas, los hechos. Eso nada cambia, pero siempre está ahí la posibilidad de la conversión porque de eso se trata la vida, esta vida al menos: caer y levantarse, recibir el amanecer y agradecer la noche justo al inicio porque al final, la oportunidad de recibirle es indicativo de que, después de todo, fue un gran día.
Seguimos vivos…
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Las hormigas avanzan en interminable línea siguiendo olores y movimientos porque la naturaleza es sabia y así han sido programadas. El punto es cuando uno cae en la cuenta y confirma el ataque a la preferida: el hermoso jazmín ha floreado por fin pero, porque siempre hay un “pero”, parece ser el platillo elegido por estos insaciables insectos.
Tienen a su alcance una dalia y una planta de las llamadas suculentas, también una de las conocidas como “lengua de gato” y hasta una de aguacate que se resiste a crecer aun a pesar de los cuidados y el agua y las cáscaras de huevo molido. Un gran bufet para estas golosas e indeseables visitas está a su disposición y las muy ingratas prefieren el jazmín.
Quizá sea ese aroma a recuerdo, el de tardes de pasos sin rumbo o el de risas ocasionales al ocaso. Quién puede saberlo, la percepción es diferente para cada persona y aquello con sabor a mar, para algunos, no lo es para otros. Así es con todos los sentidos, percepciones y personas. Todo varía de acuerdo, otra vez, con las circunstancias y experiencias individuales.
Las hormigas están decididas a terminar con la única flor interesante en el patio a pesar de haberla colocado fuera de su alcance y haberle brindado cuidados especiales. De alguna forma se las arreglaron para trepar el humedecido material de la mesa de trabajo, alcanzar la maceta y subir al tallo.
Debí tener más cuidado, debí tenerla siempre a buen resguardo y estar atento para evitar esta catástrofe. No exagero, eso es: una gran catástrofe. En años de intentarlo nunca un jazmín de tal belleza había floreado en alguna maceta de mi patio y yo, ocupado en otros asuntos del propio espacio, no pude detectar su presencia y oscuras intenciones.
A esta hora no sé qué resulta más molesto y no puedo permitirme odiar a las hormigas…
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Este asunto de la vida no es cosa sencilla. Se deben mantener los ojos abiertos y una permanente disposición a aprender. Triunfos y fracasos tienen rostros y nombres, fechas y hechos, dudas sin preguntas y argumentos sin sentido, decisiones y consecuencias también, por supuesto.
En fin. Lo cierto, sin dudas, es el mañana de un nuevo día con hormigas alimentándose en otros patios.
La vida sigue…
Alejandro Evaristo
