Algunos han visto luces que los guían o los distraen... dicen que los duendes protegen a quienes les muestran respeto, pero castigan a los arrogantes y a los avaros
Los duendes han sido parte de muchas culturas, pero en Hidalgo, donde la minería ha marcado el destino de generaciones, su presencia va más allá del mito.
Ellos habitan en las profundidades de la tierra, en esos túneles oscuros donde los mineros trabajan con la certeza de que hay algo más que roca y metal a su alrededor. Para algunos son guardianes, otros los ven como traviesos entes que juegan con el destino. Lo cierto es que quienes han trabajado en las minas cuentan historias que desafían cualquier explicación lógica.
En los pasillos de la Mina La Dificultad circulaba una advertencia entre los trabajadores: “si ves al viejo de la barba blanca, hazle caso, o la mina te tragará”. Nadie podía describir a aquel ser. Algunos hablaban de un hombre encorvado con ojos brillantes, para otros era pequeño con rostro burlón; lo cierto es que quienes lo ignoraban terminaban mal.
A principios del siglo XX, un capataz llamado Mateo desafió al duende en voz alta. “Si existes, muéstrate y dime en la cara lo que quieres”, gritó entre risas. Aquella noche, la mina tembló sin razón aparente. Cuando sus compañeros lo encontraron al día siguiente, estaba bajo un derrumbe; su cuerpo no tenía heridas, como si alguien lo hubiera acomodado entre las piedras. Después de eso, los mineros comenzaron a dejarle pequeñas ofrendas de tabaco y aguardiente en los rincones más oscuros.
En la Mina San Juan, Ignacio se reía de las historias y decía que solo era superstición. Sus compañeros le advirtieron que no maldijera dentro de la mina y que siempre dejara un trozo de pan en los túneles como señal de respeto, pero él se negó.
Una noche, mientras trabajaba en una galería solitaria, escuchó una risa infantil pero al usar su lámpara no vio a nadie; luego, las luces titilaron y la oscuridad lo envolvió. Cuando sus compañeros llegaron al otro día, no había rastro de él. Lo buscaron por semanas, pero solo encontraron su casco y su pico en una sección cerrada desde hacía décadas. Nadie pudo explicar cómo habían llegado hasta ahí.
No todas las historias terminaban en tragedia. En Mineral del Chico, los mineros hablaban de un duende que bajaba al pueblo por las noches y pagaba sus bebidas con polvo dorado; lo describían como un anciano de ropa harapienta, silencioso y de mirada profunda. Los cantineros aceptaban su oro, pero al amanecer, el polvo se convertía en tierra.
Uno de ellos, Rufino, lo siguió una noche hasta la entrada de la mina y lo vio desaparecer en la oscuridad. Entró tras él, pero caminó por horas sin encontrar la salida. Justo cuando pensó que moriría allí dentro, escuchó una risa burlona y, sin saber cómo, apareció de nuevo a la entrada de la mina. Nadie lo creyó cuando contó su historia, pero desde entonces dejó un vaso de pulque en la barra cada noche, por si el duende regresaba.
En Mineral del Monte, la avaricia fue castigada de una manera aún más extraña. Un grupo de mineros encontró una veta de plata como pocas se habían visto antes. Durante días extrajeron el metal hasta que Lorenzo, el más codicioso del grupo, comenzó a maldecir a los duendes y a decir que todo lo que se contaba sobre ellos eran tonterías.
Esa noche, un temblor sacudió la mina y, cuando los trabajadores regresaron al día siguiente, la veta había desaparecido. No había rastros del túnel donde habían estado trabajando, como si nunca hubiera existido. Dicen que los duendes escondieron la plata, esperando a que alguien digno la encuentre.
Los más viejos dicen que los duendes no son solo guardianes de los metales, sino también de la vida misma. En una mina cercana a Pachuca, unos hombres intentaron robar plata de una galería cerrada. Días después, sus cuerpos fueron encontrados sin señales de violencia, pero con rostros de absoluto terror. Quienes los vieron dijeron que murieron de miedo.
El caso más extraño fue el del anciano minero de Acosta. Trabajó toda su vida sin sufrir un solo accidente y siempre encontraba vetas con facilidad. Cuando murió, su cabaña fue revisada y dentro de ella encontraron figuras talladas en piedra que representaban pequeños hombres con gorros puntiagudos. Nadie se atrevió a tocarlas. Su casa quedó abandonada, pues todos creían que ahí aún habitaban los duendes.
Los túneles de las minas están llenos de ecos, de murmullos y de sombras que se mueven donde no debería haber nada. Algunos mineros han visto luces que los guían o los distraen, según sea su suerte. Dicen que los duendes protegen a quienes les muestran respeto, pero castigan a los arrogantes y a los avaros.