
Richard Rorty trató de responder a preguntas difíciles: ¿puede sostenerse la humanidad sin metafísica? ¿Los seres humanos somos capaces de vivir sin apoyarnos en un ser superior, en un principio universal o en un orden “más allá” del nuestro?
Para el filósofo norteamericano hay muchas personas que viven sin la necesidad de creer en un Dios, que conviven en sociedad sin apelar a principios morales trascendentales y que se explican su lugar en la historia sin recurrir a la idea de una armonía preestablecida. Esto es algo evidente y razonable. Pero Rorty fue más allá, y aseguró que es posible que el conjunto de los seres humanos podamos hacerlo, de modo que nuestras pautas de conducta dependan, ya no de esencias o metafísicas, sino de acuerdos, pactos y consensos sociales.
Esta idea es fácil de expresar, pero difícil de soportar. Supone que cada persona que cree en algo superior deberá admitir que aquello que considera como sagrado no es especial, y que su fe no tiene preeminencia sobre las otras, algo que cuesta imaginar en este mundo tan lleno de fanatismos. Por otro lado, negar la existencia de principios superiores es una lógica explosiva, porque impide apelar a una dignidad especial del hombre y de la mujer. Cuando se renuncia a la idea de esencia, se desvanece la “dignidad intrínseca” atribuida al ser humano. Rorty es un aguafiestas de las ilusiones necesarias. Se parece a un hombre que irrumpe en un acto de magia, muestra el doble fondo del sombrero del prestidigitador, y nos dice: “¡vean que este farsante no tiene poderes reales, nos está mintiendo en la cara!”. Sin embargo, le respondemos: ¡nos gusta la magia!, ¡deja al mago seguir con su acto!
Lo que hasta aquí hemos comentado acerca de Rorty no tiene novedad en la historia de las ideas: es una revitalización del viejo sueño liberal de construir una sociedad tolerante en donde las personas conviven sin la necesidad de religiones. Lo interesante de Rorty es que no está dispuesto a sentarse a esperar a que ese mundo se realice por sí mismo. Él propone una estrategia que puede implementarse de inmediato para aliviar la necesidad de fundamento y la tentación metafísica: consiste en conformar y alimentar un nuevo léxico que vuelva estéril disputar acerca de “principios superiores”.
Rorty considera que discutir temas como “la naturaleza de la verdad”, “la naturaleza del hombre” o “la naturaleza de Dios” es infructuoso. El filósofo señala que estos debates “imperecederos” son resultado del léxico filosófico que los sostiene; por tanto, no se “superan" mediante la crítica —elaborada a partir de ese mismo lenguaje—, sino sustituyendo el lenguaje que los hace posibles. Rorty nos recuerda que existen infinidad de problemas filosóficos que nunca se solucionaron y que en realidad fueron desplazados junto con los léxicos de los que partieron. Por ejemplo, hoy nos parece ocioso esforzarnos en determinar cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler. Este problema no se resolvió, pero fue perdiendo su atractivo hasta el punto de parecer inútil. Mientras que las mejores mentes de otra época se ocuparon en establecer si Adán tenía ombligo, o en analizar el funcionamiento del motor inmóvil aristotélico, para Rorty las reflexiones actuales se enfocan en otros asuntos por la sencilla razón de que ha cambiado nuestro paradigma y esas cuestiones ya no son importantes.
Rorty considera que la historia del progreso moral e intelectual es “la historia de metáforas cada vez más útiles antes que la comprensión cada vez mayor de cómo son las cosas realmente”. Para este filósofo, la realidad no es algo que está afuera, sino aquello que construimos a través de metáforas. Un ejemplo es la revolución del pensamiento que inició Freud, quien logró que el yo —que se entendía como algo único y trascendental, sagrado e inviolable—, se explicara mejor desde el abordaje de los traumas infantiles y no como resultado de nuestra naturaleza o destino. En este punto, el reto que plantea Rorty es evitar la trampa de pensar que Freud dio un mejor paso hacia la comprensión de la realidad, sino entender que elaboró un lenguaje más eficiente para dar cuenta de experiencias humanas que no alcanzaban a ser expresadas con el lenguaje previo, enmarcado en la moral cristiana.
El programa del cambio está dispuesto, pero ¿quién lo llevará a cabo? Rorty consideró que los “ciudadanos ironistas” podrían impulsar esta transformación, ya que son “lo suficientemente nominalistas e historicistas como para abandonar la idea de que sus creencias y deseos fundamentales remiten a algo más allá del tiempo y el azar”. En mi opinión, aunque difícil de lograr, la república imaginada por Rorty es hermosa, ya que reivindica a los desplazados de otras naciones imaginarias: los poetas y los ironistas. En esta utopía, ellos serán los encargados de construir, sin los cimientos de la metafísica, una casa para todos.