Los partidos políticos son un mal necesario en la democracia contemporánea. Pese a su descrédito, no se ha ideado un mecanismo democrático que funcione sin ellos. Son, pues, indispensables en el futuro previsible, y más nos vale contrarrestar su proclividad a elitizarse y alejarse de su base social —Robert Michels dixit— si queremos superar la crisis de la democracia que incuba el huevo de la serpiente populista.
México lo demuestra. El método de la alianza opositora para elegir a su candidato presidencial dejó insatisfechos a muchos críticos de la partidocracia. No podría ser de otra manera: buscó mezclar agua y aceite y se quedó con el aceite partidista arriba y el agua social abajo. La fórmula resultó alambicada y, en efecto, dio el control a los partidos y no a la sociedad civil, porque sin los primeros —y sin una candidatura independiente, que es demasiado costosa— no hay vehículo con tag que levante la pluma de la caseta y permita transitar por la carretera electoral. Algunos grupos e individuos apartidistas participan en el proceso, pero el PRI, el PRD y sobre todo el PAN se reservaron la última palabra.
Con todo, las dirigencias de los partidos saben de su desprestigio. Necesitan a los electores sin militancia para evitar una debacle y por ello aceptaron cierto grado de participación ciudadana. Aunque no soltaron las llaves del carro, bajaron los cristales de un par de ventanas. Tengo para mí que la única manera en que le abrirían la puerta a un piloto externo —ajeno a la nomenklatura partidaria— es que la presión social los hiciera entender que ese sí puede rebasar al coche oficialista. Hace una semana parecía que daban por perdida la Presidencia y se conformaban con un candidato que, aunque no ganara, amarrara la coalición y permitiera a las cúpulas obtener posiciones en el Congreso y en elecciones estatales. Pero creo que la irrupción de Xóchitl Gálvez empieza a abrir un resquicio de optimismo que podría cambiar las cosas.
El dilema se resolverá en un análisis costo-beneficio. Si la eclosión de apoyo a Xóchitl en la opinión pública permea y se refleja en el tracking, si eso les demuestra que con ella tendrían una candidatura potencialmente ganadora y ciertamente detonadora de votos para los demás candidatos, tal vez aceptarían pagar el precio de perder una parte del control cupular. No sé si esto sea una proyección de mi wishfuk thinking; lo cierto es que Gálvez ya prendió focos rojos en Palacio Nacional, lo cual es un buen síntoma. La izquierda radical oficialista salió presurosa a pregonar en redes y medios que es un artificio de “la oligarquía” —mientras la derecha radical, por cierto, la acusó de ser “comunista”, y redondeó así las clásicas insidias a diestra y siniestra que se anulan mutuamente y que la emparentan con la socialdemocracia—; la 4T no había lanzado un ataque de ese tamaño contra ningún otro aspirante de la oposición y curiosamente lo hace con quien, dice, solo atrae a los fifís. El miedo no anda en burro, y no me sorprendería que el presidente López Obrador la señalara como la elegida por la mafia del poder en su intento de quemarla.
Ojo, Frente Amplio: en vez de emular la simulación de Morena pongan atención al proverbial instinto de AMLO. Ojo, sociedad civil: sin vehículo partidista no se va a ningún lado.