Cultura

Tarjeta

La tuve durante muchos años; era de crédito. Hoy la recuerdo con nostalgia y a veces me siento un tanto vacío sin ella, pero en general puedo decir que lo he tomado bastante bien y que en realidad no la necesito. Como ciertas novias que tuve antes de casarme, usted entiende.

Todo comenzó hace unos meses, cuando descubrí que me habían hecho cargos a mi tarjeta que no había efectuado. Llamé al banco, levantaron un reporte y quedaron de enviarme un documento para firmarlo y donde especificaba no reconocer tales cargos. El correo llegó, lo firmé, escaneé y envié de regreso. Contestaron que el proceso tardaría como un mes en resolverse, afortunadamente a mi favor. Después llegó a casa un sobre. El remitente era el banco. Dentro venía una nueva y flamante tarjeta de crédito. ¿Cómo es esto? Bueno, pues la otra tuvo que ser cancelada, así que los ejecutivos decidieron que sus clientes no podían andar así nada más, corriendo de aquí para allá sin tarjeta de crédito, ¡inaceptable! Pero yo había tenido suficiente de ese artefacto por lo que así, sin sacarla de su bonito empaque, tomé las tijeras y la hice trizas. Y sepa usted que a partir de ese lúcido momento vivo sin tarjeta: No le vuelvo a deber nada a nadie nunca –en la medida en que eso sea posible, claro– porque los créditos para comprar cosas que no necesito no me interesan. Mi testimonio es este: hoy vivo más tranquilo; no tengo que revisar la fecha de vencimiento de la tarjeta ni ando viendo en qué sitio de internet me meto para gastar en algo, cualquier cosa. Es bien fácil: si no tengo para comprar lo que quiero, pues no lo compro, y si realmente lo quiero me pongo a ahorrar (concepto que en este país es totalmente extraño y desconocido). Y si de verdad necesito cubrir un gasto imprevisto, prefiero pedir prestado y pago como pueda, pero no voy a justificar tener un pedazo de plástico solo porque "puede ocurrir una emergencia": hay muchas maneras de resolver contingencias.

La tarjeta de crédito es una carnada para quienes padecen de una ansiedad profunda por comprar, por gastar dinero, por eso es tan atractiva; también crea una ilusión de abundancia cuando en realidad no se tiene nada y genera un agujero que a veces puede ser tremendo, insondable. La tarjeta de crédito no es ni una ventaja ni una comodidad: es una trampa, una mentira, un instrumento de maldad premeditada, un verdadero pacto con el diablo y no es necesaria bajo ninguna óptica; ¡a la mierda!

Pero el cuento no termina ahí. Seguido hablan para ofrecer más plástico, más compromisos con lo que no tengo, más infección bancaria: –Por su excelente récord crediticio se ha hecho merecedor de nuestra tarjeta de cromo-molibdeno y vanadio reforzado con placas de oro y platino y que además posee una fluorescencia nuclear que le ayudará a mirar en la oscuridad, tener erecciones prolongadas y predecir el futuro. –Qué bonita oferta, -contesté-, pero no la quiero. La dama insistió, como un robot que no para de repetir lo que le han programado, hasta que la saqué de su marasmo con una dialéctica sencilla: –¿Me puede repetir lo que le contesté las primeras dos veces que me ofreció la tarjeta? –Me dijo que no la quería, -respondió. –¿Me puede explicar ahora por qué, después de dos negativas, sigue usted intentando convencerme de adquirir la tarjeta? Entonces, la dama-robot colgó el auricular y ambos nos sentimos aliviados. El caso es que aquí no hay seres humanos ya; estos tratos crediticios están siendo construidos por un robot y un paciente de psiquiatría. Todo encaja perfecto.

Y todavía hay pendejos que se sienten importantes porque les hablan de un banco a ofrecerles una estúpida tarjeta de crédito. Despierten. La culpa no es de la tarjeta, es nuestra naturaleza psicológica y cultural y la estructura de nuestra economía los que permiten que esto funcione tan bien. No se enganche, aprenda a vivir de otra manera: basta de ilusiones, mentiras y manipulación.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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