Cultura

Silencio

Ese día iba en el autobús. La señora de al lado tenía un auricular puesto y no paraba de hablar por teléfono, y la verdad decía pura pendejada. Atrás venían dos chavos platique y platique, y no parecían cansarse. Para rematar, enfrente venía un viejito hablando solo: se venía quejando de todo. Estaría loco, vaya usted a saber, el caso es que durante el recorrido aquel viaje resultó ser una pesadilla de seres que no pararon de mover la boca y emitir sonidos. Otro día fui al cine y ocurrió lo de siempre: un alterado no paraba de gritar, añadir diálogos a los de la película y conversar con su pareja. Con todo y que la gente le gritaba que se callara, él seguía con su locuaz proceso.

Por último, me tocó experimentar uno de esos casos de todos los días: cuatro señoras en una cafetería hablando tan fuerte y en un tono tan molesto que los de la mesa de al lado gritaron: –¡Ya callen a esas chachalacas! Imagínese. Luego está el asunto de los auriculares manos libres, va mucha gente por la calle conversando por teléfono y gesticulando, pero como no traen el aparato a la vista, nos da la impresión de que están hablando solos y que se trata de gente mentalmente dañada.

Pienso que todo esto de no poder mantenerse callado más de dos minutos viene, en gran medida, de dos fuentes: de los ruidos caóticos de la ciudad y del ruido creado por la tecnología. De esta manera se genera un ruido blanco que nos fastidia de manera crónica. Todo mundo enciende su celular y pone música, o habla con el alto parlante o está haciendo algo que produce ruido. Y a tal punto que nos envuelve y no nos deja estar en silencio, porque nos hemos acostumbrado al ruido y al momento de entrar en silencio surge una ansiedad que nos lleva a generar más ruido. El ruido urbano es un fenómeno disruptivo y nuestros cerebros están saturados de ello. Sospecho que tiene un efecto contundente en la manera en que nos comportamos.

Hace unos días fui al campo; me sorprendió escuchar cantos de aves, el silbido del viento colándose por las ramas, los temblores de varios insectos y el estruendo lejano de una tormenta. Entonces me puse a pensar en la cantidad de ruidos que se generan en la ciudad y terminé apabullado. Recordé cierta tarde que, envuelto en todo este ruido absurdo, comenzó a llover: el agua percutiendo todo encapsuló el ruido y me sentí aliviado.

El silencio es importante porque nos permite entrar en una fase mental donde se pueden descubrir cosas, resolver problemas o simplemente estar apaciguado. Y vaya que sí necesitamos estar sosegados. Hay que aprender a estar un rato sin ruido y callados; es ya un tema de salud mental, no una cosa de meditación, moda ni nada por el estilo. El silencio es parte fundamental de nuestro proceso mental y sospecho que el exceso de ruido genera mucho más que episodios de ansiedad. El ruido fractura la realidad, transformándola en una red inconexa de efectos.

Pero la verdad bien puede ser otra: somos unos micos parlanchines y neuróticos; no toleramos el silencio porque genera un hueco profundo, insondable, tenebroso, y por eso tendemos a rellenarlo con gritos, cantos y bla bla bla, pero al final no importa el esfuerzo invertido; de ese oscuro agujero sale un suspiro constante, un susurro frío, desolador y perturbador que repite una y otra vez el mismo mensaje: una inquietante mezcla entre el anuncio de Dante al entrar al infierno, "pierdan toda esperanza quienes entren aquí", y el fatal mensaje del cuervo de Poe: "Nunca más". En el silencio se oculta la verdadera fuente de todo terror.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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