Tengo un reto para ti: ¿puedes estar 3 días sin checar tu correo, Whatsapp y redes sociales? Pongamos de lunes a miércoles. El jueves puedes volver a tu agenda habitual. Claro, si eres médico, abogado, policía judicial o cualquier profesión que te impida llevar a cabo tal ejercicio, ni pedo. Hablo del resto, los que sí podemos. Entiendo que solo pensar en semejante barbaridad desata procesos de ansiedad en la mayoría; es como el alcoholismo, los que se drogan y los adictos al azúcar. Bueno, le aclaro que el reto incluye no ver series en Netflix o plataformas similares, programas de televisión, noticieros y películas. 3 pinches días; no pasa nada.
Hace un mes fui de vacaciones a una playa. Era un lugar relativamente alejado de todo y con poca gente, pero había señal de internet. Imagine esta escena: el mar es tranquilo, sosegado. Hay varios niños, unos recogiendo conchas y otros construyendo estructuras con arena. Hay personas dentro del agua, unos nadan y otros flotan boca arriba, viendo el cielo y dejándose llevar por el viento. Una señora está sentada en la orilla y se echa agua en los hombros. Los que están en la playa disfrutan una cerveza al tiempo que contemplan los cúmulos de nubes que se alzan sobre la superficie del mar, bien lejos en el horizonte. Otra persona lee un libro, otros más escuchan música en un pequeño radio de transistores. Hay un joven comiendo ceviche con totopos y a unos metros de él una señora pinta con acuarela la puesta del sol. Ya se acerca una pareja que camina justo en el límite donde el suave y cansado oleaje cae rendido sobre la arena; mojan sus pies y se alejan sonrientes hacia el ocaso.
¿Nota usted algo raro en este escenario? Por supuesto. Pudo haber sido una escena normal hace 20 o 30 años, hoy no. La realidad es otra: la mayoría de las personas que estaban esa tarde en la playa estaba tomándose selfies, fotografiando todo a lo pendejo, tomando videos y subiéndolos a las redes mientras otros estaban checando correos, ¡trabajando unos!, viendo series o películas o chateando con gente que estaba a 2 mil kilómetros de ahí. Sí: el hotel tiene señal de internet. Así, una señora que descansa bajo una palapa le dice a su marido: –¡Ay!, pero qué bueno que tienen señal aquí, si no imagínate ¡qué aburrido!–.
En esta playa la mayoría está pero no está. Para ellos la realidad vale no por lo que es ni por la manera en que puede ser vivida, sino por lo que representa y por cómo puede ser captada y asimilada en un aparato electrónico. Así, ya no se requiere guardar lo vivido en la memoria. Bueno, sí, pero en la memoria del celular o la tablet.
Recuerdo esas cámaras viejas, las de 35 mm (o de 110 mm); sacabas las fotos (24 o 36 exposiciones), las llevabas a revelar y esperabas unos días para ver lo tomado. Luego te juntabas con familia y amigos a conversar sobre el viaje. Porque no se podían compartir al momento, entonces aquello se transformaba en una experiencia única. Hoy la fotografía digital ha cambiado la naturaleza de la experiencia de manera radical. Se ha vuelto más o menos desechable: se toman tantas fotos como capacidad tenga la tarjeta de memoria del aparato y cuando uno llega a casa ni atención se les presta, porque es demasiada información. Somos mediadores de nuestra propia experiencia: debemos informar puntual y neuróticamente a todos todo lo que nos pasa en todo momento. Las selfies son una especie de reivindicación de lo que somos, un registro efímero que confirma que seguimos siendo nosotros, pero a fuerza de ser reconocidos por otros. Porque otros validan nuestras vidas con likes, emoticones y opiniones basura. Y les damos tanta importancia.
Dejar 3 días esa maraña de realidad virtual puede parecer mucho –quizá demasiado–, pero lo invito a que haga la prueba. Tal vez así se dé cuenta de lo jodidos que estamos y de la tanta falta que nos hace regresar a ese tiempo en que fuimos, de hecho, humanos y nos comunicábamos de manera más orgánica y sensible y disfrutábamos las cosas, la vida, y a nadie le importaba lo que hiciéramos más que a nosotros.
Presiento que puede ser muy tarde para eso.
Reto
- Columna de Adrián Herrera
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Adrián Herrera
Ciudad de México /