Hola querido, ¿cómo está mi nombre es Jane Ferguson y leo a través de su perfil hoy y me interesé en ti, yo soy una mujer y me gustaría tener una relación duradera con usted y lo más pronto que escucho de ustedes voy a enviar a mis fotos para mí y para proceder a conocerse más mejor en el futuro. gracias y tienen un día agradable. Jane” (sic).
Ok. Es claro que quienquiera que escribió esto lo hizo en un idioma y luego lo tradujo en la computadora. No sé por qué alguien que no me conoce querría iniciar una relación; supongo que, o se encuentra terriblemente aburrida, quiere estafarme sacándome dinero o fotos eróticas para venderlas en sitios pornográficos o de plano se trata de un estudio sociológico. Vaya usted a saber.
Me deja pensando que hace 20 años no teníamos esta red virtual y nuestras relaciones ocurrían de otra manera. Fíjese cómo ha cambiado todo; poco a poco me he ido deshaciendo de amistades viejas (me he quedado con unos cuantos que creo valen la pena) y hoy tengo otro grupo de amigos que salieron de entre el Facebook, Twitter, Instagram y hasta uno que emergió de mi blog. Se siente un poco raro una vez que lo piensas en términos de comunicación cibernética, porque antes uno sacaba gente de la escuela, de la cuadra, de la fiesta de otro amigo, de un negocio y así. Claro, sigue ocurriendo, pero las redes sociales –verdaderamente lo son– aportan una nueva dimensión a esto de generar amigos. Y sí. Hay cosas buenas y cosas malas (perversas incluso), pero eso no tiene que ver con las redes en sí, sino con la manera en que somos. El punto es que uno se entera más de la vida de otros a través de sus publicaciones en el Face que en una sesión de chismes. De hecho, un amigo que es director de relaciones humanas en una empresa me dijo que los currículums no sirven ya para una chingada: –Basta con meterte un rato a sus redes para darte cuenta de quiénes son. Incluso –agregó– tenemos un psicólogo que evalúa a los aspirantes de acuerdo a las fotos que se toman, gustos musicales, manera de vestir, las cosas que dicen y así. Te sorprenderías de ver la información que sale de ahí; te enteras de cosas que de otra manera nunca adivinarías, y de esa manera hemos evitado catástrofes, pero también hemos contratado gente increíble. Hay de todo.
También hay que contar los grupos de amigos que se hacen en el messenger del Facebook y en el WhatsApp; yo pertenezco a uno donde sólo se intercambian chistes, fotos y videos pornográficos; es divertido y me recuerda a la secundaria, cuando hacíamos lo mismo, pero con revistas y videos en formato VHS.
Luego está el asunto de las relaciones sentimentales; hay muchos sitios en la red que utilizan algoritmos y tabuladores para generar parejas de acuerdo a una serie de parámetros e intereses; las hay desde meras relaciones sexuales hasta relaciones duraderas que involucren condicionantes más serias. En todo caso estamos frente a un fenómeno de selección estadística focalizado en una realidad virtual, y me da la impresión que esto condiciona de cierta manera la forma en que nos relacionamos. No estoy seguro que sea del todo bueno, porque se pasa por alto la espontaneidad, factor que suele lograr que las cosas salgan mejor y más divertidas.
No es tan malo como lo pintan algunos. Cierto: la convivencia física es, por mucho, más compleja que el fenómeno cibernético, pero aceptemos que estamos en una época en que debemos acoplarnos a esta tecnología de manera que nos resulte provechosa, ya no se puede volver al pasado. Lo digo porque hay puristas que gritan y echan espuma por la boca cada que les toca uno el tema.
En fin. Le voy a contestar a la tal “Jane” y antes de que me lo pida le mando una sesión de fotos mías en canelos y en poses comprometedoras; vamos a ver qué sale de ahí.