Me preguntaron qué era la realidad. Bueno, qué pregunta, coño. Primero, no soy filósofo, y siempre he creído que ese tipo de preguntas las deben resolver ellos, que para eso estudiaron. Segundo, no creo que semejante cuestión tenga una respuesta, más bien una serie de posturas, de ángulos y no es relevante declarar que todos tienen la razón, simplemente son; algunas opiniones permanecen viables en tanto que otras se van descartando y también se van dando nuevas ideas que, a su tiempo, serán desechadas o conservadas para ulterior escrutinio y revisión.
Tengo un pariente al cual se le diagnosticó esquizofrenia. Escucha voces y ve cosas. Todo eso ocurre en su cabeza y otros no lo perciben. Para él, esa es su realidad. Es producto de procesos misteriosos que se dan en su cerebro y poco o nada tienen que ver con los fenómenos externos. Vive, de cierta manera, atrapado en su mente.
Una noche desperté con el pulso acelerado y con sudoraciones: había vivido una pesadilla. Hay un punto en el que uno va despertando y las imágenes y sensaciones oníricas se entrelazan con las que se generan a través de los sentidos y en esos breves segundos se crea una realidad muy intensa y extraña, una ensoñación, una conjetura increíble que pronto se desvanece y que es arrebatada por esa otra realidad creada por la vigilia, aquella que conforma la información de los sentidos, las presiones culturales y sociales, el ataque de los medios de comunicación, nuestros recuerdos y los efectos inmediatos del día a día.
Un día leí una nota policiaca en donde se refería el caso de un tipo que había matado a su mujer porque había tenido un vívido e intenso sueño en donde ella se acostaba con otro hombre. Recién se despertó, bebió café, tomó un cuchillo y la apuñaló. La policía no supo si catalogar aquello como crimen pasional, arrebato de locura o de ignorancia.
Y luego están los necios, los fanáticos que viven atrapados en sus convicciones, ideas y posturas. ¿Acaso no es esto un tipo de realidad forzada y limitada, una realidad alternativa? Sí que lo es. La Biblia está repleta de casos en los que sujetos aparentemente cuerdos cometen atrocidades y actos irracionales porque llegan a creer que un dios o espíritu o aparición les habla en sueños o a través de signos misteriosos y les ordena que se comporten de cierta manera o que hagan cosas que bajo circunstancias habituales nunca harían. Igual con los políticos narcisistas que proyectan sus egos distorsionados en abusos de poder o los mismos fanáticos del deporte, que agreden y matan por defender a su equipo. Todos ellos viven realidades muy particulares que rechazan cualquier tipo de intromisión, de razonamiento, de objetividad, de cuestionamiento.
Un astrofísico me dijo un día que los datos que captan nuestros telescopios y otros aparatos no muestran una realidad per se, sino que solo presentan datos que nosotros debemos interpretar de acuerdo al nivel de ciencia y cultura de nuestra época, de nuestro tiempo. Creer que los datos por sí solos representan la realidad es una postura ingenua: hay que ordenarlos, darles un sentido, elaborar teorías y ver cómo estas construcciones evolucionan en el tiempo.
Entonces podría ser que la realidad no es lo que captan nuestros sentidos ni nuestros aparatos científicos, sino una conjetura cambiante de las mecánicas internas de nuestra mente, una consecuencia de la misma, excitada –catalizada– por los impulsos externos. Si algo existe fuera de nosotros, es real, que no quede duda, pero es muy distinto a cómo lo percibimos. Estamos atrapados en una tormenta de mundos estrambóticos diseñados por nosotros mismos, quizá para no advertir el horror circundante, nuestra asfixiante finitud y absurda existencia.
¿Qué mierda es la realidad? Quién sabe. Quizá nuestra percepción de estar ante un abismo inconmesurable y a punto de precipitarnos o, tal vez, el registro constante de esa caída que ya ocurre, una caída que tal vez no tenga fin.