Hay frases, palabras y señas que son únicas para México. Basta con hojear las páginas del célebre libro Picardía mexicana para entrar en un mundo de humor y doble sentido como ningún otro. De acuerdo con esa agenda, la frase “puto el que lo lea” representa una de esas entrañables locuciones que podemos ver en pintas que se presentan desde un mingitorio de gasolinera hasta una pared en un lote baldío.
Somos un país de léperos, eso queda claro. Que no malhablados, eso es otra cosa. Aunque hay regiones del país que lo manifiestan, tenemos esta tendencia a usar el lenguaje de maneras muy creativas. Nuestro albur concilia intenciones y hace alusiones de todo tipo, expresamente sexuales. Pues vivimos en un país que aún arrastra remedos de represión sexual y moralismos anacrónicos, y sus efectos son notables.
Hasta hace unos años, a nadie le molestaban muchas de las expresiones populares de doble sentido y hasta obscenas. Eran –son– parte de nuestra cultura, de nuestra psicología profunda. Mucho se ha escrito al respecto. Lo que ocurrió fue que el internet y las redes sociales le dieron voz a grupos de personas que, legítimamente, reclamaban respeto. De acuerdo con eso. Pero también ocurrió que muchos se agarraron de ahí para reventar en alaridos y rabietas para exigir censura y destrucción en todas aquellas expresiones que fueran en contra de lo que ellos sentían o que herían su sensibilidad. Entiendo que todos estos cambios son importantes para lograr una congruencia social y una cohesión que antes o no había o existía de manera latente o marginal, pero no hay que pasarse de verga. Una cosa es admitir que la comunidad gay y las feministas tienen un reclamo legítimo y que debemos prestarles atención para lograr una comunidad inclusiva, tolerante y variada, y otra muy distinta prestarles atención a mojigatos, chiflados, adolescentes descontrolados que se aprovechan de cualquier cosa que les sirva para externar su histeria y su desbalance mental. Ahora debe uno andarse a tientas y con tanta precaución al momento de publicar algo.
Hace unas semanas publiqué un libro nuevo. Es de fábulas y cuentos. Como parte de una estrategia para promoverlo, me saqué una foto con cartones recortados de personajes literarios célebres, como Cortázar y Borges. La leyenda dice: “Puto el que no lea”. Bueno, pues le cuento que no tardaron en manifestarse; personas violentadas que no entendieron que la palabra “puto”, que ellos destilaron sin fijarse en la frase completa a la cual pertenece, no alude a la homosexualidad, sino a una actitud, la de rajarse, o echarse para atrás y no tomar las cosas de frente. Si yo le digo a usted “anda, no seas puto y vamos a tal parte” no estoy diciendo que usted es homosexual, sino que no sea rajón. Bueno, la frase de mi propaganda hace alusión al clásico “puto el que lo lea”: es una modificación. Y, como ya indiqué, es parte de una expresión popular que ya no se puede ni negar ni extirpar de nuestro lenguaje y cultura. Sí, se debe educar para dejar en claro que se puede caer en terreno peligroso si lo que se pretende es persistir en interpretaciones y hábitos pretéritos, obsoletos y francamente perniciosos. Insisto: ni la frase ni la palabra se pueden –ni deben– ocultar, conciliar ni cambiar por algún tipo de eufemismo o corrección políticamente adecuada. Lo que importan aquí son el tono y la intención. Eso hace toda la diferencia.
Ya las cosas están de mírame y no me toques. Cada día se van apretando más las condiciones para expresarnos y cada día nos acercamos más a un verdadero esquema de censura y represión. Eso no me suena precisamente a un esquema de tolerancia. Lo importante es aprender a vivir con el lenguaje y cultura que nos corresponde y cambiar el tono e intención de aquellas expresiones y actitudes que puedan ser ofensivas, lascivas o generadoras de odio y división. Las redes están llenas de llorones que se quejan de todo y denuncian cualquier cosa que los ofende. Pues púdranse en el infierno, manga de... (llene usted la línea con el adjetivo que mejor convenga; yo no me la quiero jugar, luego me censuran).