Cultura

Problema moral

Tengo una inquietud de carácter moral. Es cosa común y hay que discutirlo. Ocurre lo siguiente; desde hace algunos años he ido perdiendo la capacidad para sentir empatía. Cierto día me informaron que había muerto el papá de un conocido; me dieron la hora y ubicación del velorio y, de no poder asistir, dijeron, te paso su número de celular para marcarle. No hice nada. De hecho no me importó. Fue allí cuando noté que había cambiado. Descubrí que no sentía nada; angustia, lástima, empatía. Simple y sencillamente no me importa. El asunto es un tema psicológico, pero también uno moral o social.

Ocurre que muchas veces nos sentimos orillados a hacer algo por consenso social. O porque es conveniente o útil. Y claro, si es conveniente, encontramos algo de utilidad en ello. Recuerdo una escena de la película de Stanley Kubrick, 2001: Odisea del espacio; el capitán Dave Bowman se encuentra en la nave que viaja rumbo a Júpiter. Es su cumpleaños. Entonces recibe una llamada de video desde la tierra: su esposa e hijos le festejan con un pastel y cantándole “Las mañanitas”. Pero Dave Bowman permanece inexpresivo, inalterado. El largo viaje por el espacio lo ha alienado, la ha mermado su capacidad para reaccionar, para relacionarse afectivamente con su núcleo familiar. Algo de eso me ha estado ocurriendo; por alguna razón que desconozco me he estado alienando, de manera progresiva, de la facción social. Y no es algo nuevo, simplemente hoy se manifiesta de manera más concreta; desde siempre me he aislado, pero ahora me precipito hacia un auténtico encierro. He ido cortando lazos con esa realidad que me decía cómo comportarme, qué pensar y, más importante, qué sentir. Sobre eso último trata este artículo. Primero pensé que todo era una consecuencia del efecto de las redes sociales. Por ejemplo, en Facebook veo todos los días gente que pierde a algún familiar y dicen cosas como estas: “Con gran pena les anuncio que hoy por la mañana mi padre perdió la batalla contra el cáncer y ya se encuentra en el cielo con mis abuelos y mi tía”. También hay cosas como “Abue se fue de este mundo y la voy a extrañar mucho: ella me enseñó el significado del amor”. Mi problema es que no conozco a la mayoría de esas personas y me tiene sin cuidado lo que les ocurra en sus vidas. Si se fija, yo no ando poniendo cosas como la muerte de mi gatito o la amputación de la pierna de mi tía. No me queda claro por qué un montón de desconocidos deben enterarse de esa clase de eventos que pertenecen a la familia y al círculo cercano de amigos.

Otra historia que recuerdo muy bien es la de esa amiga de mi hija. Era verano, ¡vacaciones! Estaban a punto de irse al aeropuerto, ya iban bien tarde. El problema es que no encontraban al perro, un poodle ruidoso y viejo. Pues lo encontraron: estaba debajo de un sillón, bien tieso. Qué hacemos, vamos a perder el avión. El papá sugirió meterlo en una bolsa de plástico y echarlo discretamente en el basurero de algún vecino, pero tanto la niña como la mamá se escandalizaron y amenazaron con perder el vuelo si aquello no se resolvía satisfactoriamente. Al señor no le quedó de otra: puso el cadáver en una bolsa sellada y lo metió en el congelador. Hasta ahí todo bien. Cuando salen de viaje, dejan al perro en la lavandería con un artefacto que dosifica agua y croquetas, así pueden quedarse los días que quieran. Pero en esta ocasión sucedió lo impensable: el compresor del frigorífico se fastidió, y luego de 20 días, el perro se pudrió de manera espantosa; nunca lograron quitar el aroma del refri y lo tiraron a la basura. Cuando escuché la historia en una reunión de amigos, estallé en risa incontrolable. A nadie le pareció chistoso. Hasta creí que estaba enfermo por reírme de algo así. La realidad es que así reacciono, no es algo planeado, es simplemente mi carácter.

¿Debo sentir empatía? Digo que a veces va a ocurrir, a veces no. Un psicólogo me podría declarar sociópata. Yo no tengo por qué sentir o comportarme de acuerdo a lo que alguien considera que es lo más apropiado. ¿Apropiado para quién? Pues para esa persona o para ese grupo de personas. A mí me valen tres kilos de palpitante y aceitosa reata de burro prieto. Pienso que las personas proyectan sus inquietudes, ansiedades, traumas y desconciertos en los otros. Y esos impulsos ejercen una influencia concreta. Yo no ando diciéndole a nadie que si se muere mi papá, debe sentir pena por mí y lo que procede es enviar condolencias o mensajes de apoyo por WhatsApp, postear en mi muro de Facebook o buscarme para obsequiar un abrazo y unas palabras de aliento. Lo siento, pero no las necesito ni las he pedido. Agradezco la intención. Yo tengo otra manera de ver las cosas y me parece melcochosamente excesivo que las personas viertan esa cantidad de muestras de afecto en redes sociales. Muy su pedo.

No debemos esperar a que otros se comporten o sientan lo que para nosotros es normal o adecuado. Hay que aceptar que las personas tienen psicologías muy variadas y complejas, y se debe respetar eso.

[email protected]

Google news logo
Síguenos en
Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.