Le voy a comentar algo que me pasó hace poco. A mí me gusta mucho el género de terror y me la paso leyendo colecciones de relatos de los más variados autores: Poe, E.F. Benson, William Hope Hodgson, Thomas Ligotti, Lovecraft, Ambrose Bierce y Richard Matheson, entre otros. Me gusta comprar recopilaciones y antologías y así paso noches de increíble terror y angustia. Hace unas semanas me encontraba de viaje allá en la Ciudad de México. Una de mis pasiones es arrojarme a las librerías y escudriñarlas en busca de estos tomos. Di con uno muy bueno de la editorial Valdemar (se especializa en el tema) y lo compré. De regreso al hotel me paré a cenar unos tacos de cabeza en la calle, de ahí me fui muy contento a mi cuarto a disfrutar la lectura con un vaso de whisky. Me estuve buen rato leyendo emocionado aquellos relatos, hasta que caí dormido. Serían como las tres de la mañana; me desperté, sobresaltado. Los sueños habían comenzado. Con taquicardia me levanté y fui por un vaso de agua. De regreso me senté en el borde de la cama e intenté tranquilizarme y así, respirando hondo y poniendo la mente en blanco, mi frecuencia cardíaca volvió a la normalidad y el sueño regresó. Me acosté y apagué la luz. Me tapé con la sábana y convencido de que sería una noche de descanso comencé a quedarme dormido, pero no duró mucho el proceso, porque súbitamente me erguí, encendí la luz y me quedé viendo la habitación, escuchando ruidos y viendo sombras misteriosas. El problema es que sí tenía sueño y se me cerraban los ojos, pero algo ocurrió; decidí dormir con la luz encendida, como los niños, con la idea de que la luz ahuyentara los monstruos que mi cabeza había preformado con la lectura, pero eso no ocurrió. Pasé una noche espeluznante, porque entre la vigilia y el sopor mi mente fue creando espectros y escenarios terroríficos y así me la pasé hasta que cerca de las 5 de la mañana, cuando el cansancio finalmente me venció. Me desperté tardísimo y cansado. En el desayuno recordé algunas de las escenas de pesadilla que viví y nomás de acordarme me pongo chinito. Cuando le platiqué a mi mujer soltó la carcajada y se burló de mí. Eso me pasa por andar platicando estas cosas. La verdad es que nunca me había pasado algo así. Con algunas películas, sí, pero no con un libro. Qué cosa.
Lo que no le dije fue que sí, en efecto: me asusté y pasé una noche de terror, pero me encantó. Justo las emociones que estaba buscando. Porque, ¿qué otra cosa no busca uno al leer esa literatura sino el efecto aterrador, catártico y angustiante que procura? Y lo logré. Eso me emociona, porque quiere decir que con tanta distracción audiovisual aún no he perdido mi capacidad, mi potencia para imaginar situaciones y cosas y transformarlas en emociones fuertes, en vivencias. Nos falta leer más, pero no sólo eso: hay que desarrollar esta capacidad para vivir lo leído, no nada más consumir letras, hay que vivir la literatura, imaginar una realidad alternativa que nos aleje de los zombis en que nos hemos transformado. Porque hoy nos presentan todo predigerido, preimaginado, conformado a la manera de alguien más, a la imagen que otros quieren que nos hagamos de las cosas. Hay que regresar a leer, a conversar sobre lo que leímos e intercambiar impresiones cara a cara, no a través de un teléfono celular o un chat virtual. Poseemos una potencia mental tremenda, hay que vivirla.
Lo bueno es que tengo muchas colecciones de relatos de terror así que tengo sobrado para andar asustándome a mí mismo, y pienso seguir haciéndolo.
Aunque tenga que dormir con la luz prendida.