Cultura

Parras

Brevísimo recuento, a manera de diario personal, de un road trip a Parras y a Viesca, Coahuila.

Agosto 1. Hoy marqué al hotel para reservar. Salimos el sábado temprano. La idea es regresar el lunes, pero lo más seguro es que nos quedemos hasta el martes. Hace una semana llegué de la Ciudad de México; terminé de grabar la temporada de MasterChef y estuve casi dos meses fuera. Me urge salir al desierto a sacar fotos, escuchar música y beber vino y whisky.

Agosto 2. Salimos tarde. Siempre salimos tarde. Por la mañana tuve que ir al banco a cancelar mi tarjeta de crédito (la cual, en primer lugar, no sé por qué la saqué). Tuve que pelear más de 20 minutos con un sujeto en el teléfono porque sencillamente se rehusaba a cancelarme la tarjeta. Cinco veces tuve que decirle que cancelara el plástico, hasta que le grité. No hay de otra con estos pinches necios. Finalmente salimos. La carretera es rápida y segura. Llegamos al hotel, dejamos las maletas en el cuarto y salimos a caminar al centro. Comimos en un lugar donde venden carne asada, guacamole, enchiladas y así. Seguimos el recorrido por el pueblo. Las calles están limpias y las fachadas, pintadas. La gente es amable. Tuve la oportunidad de sacar buenas fotos; escenas cotidianas con la gente de ahí; una boda, gente sentada en bancas viendo pasar gente y cosas por el estilo. Ya anochece; regresamos al hotel. En el comedor vemos que la encargada de cocina es amiga. Nos sentamos a conversar; cenamos y luego abrimos una botella de whisky irlandés. Luego de un buen rato nos damos cuenta que la botella está vacía. Creo que es hora de ir a dormir; ¡mañana salimos a Viesca!

Agosto 4. No fuimos a Viesca; amanecimos al mediodía, muy lastimados. Desayunamos y nos fuimos a caminar al pueblo. Me recomendaron un sitio curioso, el Museo de los Monos. En efecto, es una casa repleta de monigotes grotescos de tamaño real, muchos de personajes famosos, como ex presidentes, artistas y personajes clásicos de terror. Pero también hay personas del pueblo; un repartidor, un cantinero, un empleado de una compañía de agua, un policía y una enfermera, entre otros. Todos están confeccionados con máscaras, sombreros, ropa vieja, lentes, etcétera. Aparecen terriblemente deformes, con muecas retorcidas, ojos explotados y cabelleras resecas y enloquecidas. Transmiten una serie de emociones intensas, extrañas. El sitio representa un viaje muy bizarro; del techo cuelga una bruja, a un lado un demonio amenaza con un trinche y un fantasma completamente blanco intenta asustar. En el recorrido se aparece Blue Demon y cerca de él, El Santo. Este sitio es una alucinación, es interesantísimo. Me recuerda vagamente al restaurante Andrés Carne de Res, en Chía, Colombia. Llegamos a una de las visitas obligadas: Casa Madero. Mi mujer y los niños toman el tour de la bodega. Yo no: lo conozco bien y prefiero quedarme en la barra a tomar vino. El problema es que la gente me reconoció y no me dejaron en paz. Hicieron fila para tomarse una selfie o pedir autógrafo. ¿De dónde sale tanta gente? Ah, pues sí: es domingo. Como quiera logré beberme dos copas. Detrás de la barra hay una señorita encargada de las degustaciones guiadas; la gente compra un paquete que incluye tres vinos y ella otorga una explicación sobre las características de los vinos. Lo hace tantas veces en un día que ya suena a unos de esos guías-merolicos de los callejones de Guanajuato; su discurso es mecánico, inexpresivo y, al final, soporífero. No me gustaría estar en sus zapatos. Ya par irme compré un Chardonnay y un Cabernet Sauvignon. Al salir nos agarró tremendo aguacero. Llegamos al hotel con mucha hambre; pedí un plato con carne de res y descorché el Cabernet. Al final me fumé un puro con un vaso de whisky. A ver si mañana ya podemos ir a Viesca.

Agosto 5. Finalmente salimos a Viesca. Es un viaje de menos de una hora. Atravesamos una cuenca de depósitos de arena muy blanca; genera un contraste muy notable con las cordilleras que se levantan a la distancia. Llegando al pueblo visité a don Manuelito Lastra, cronista de Viesca. Hace un año estuve allí y recordamos mi visita. Conversamos largamente; me presentó al secretario y a miembros del Cabildo y recomendó un sitio para comer gorditas clásicas de la región. Él y su mujer cocinan un pollo en una salsa de dátiles que pienso replicar en mi restaurante. Me vendió pinole de vainas de mezquite, con el cual pienso hacer un atole, pan y una salsa para puerco. De Viesca exploramos el cañón de Murguía, luego fuimos hasta Ahuichila y de ahí regresamos a Parras. Súper chingón el recorrido.

Agosto 6. Desayunamos un cortadillo ranchero con tortillas de harina, buenísimo. De ahí me fui a cortar el pelo. En la estética una señora me reconoció y corrió la voz de que ahí estaba. Pronto comenzó a llegar gente a sacarse la selfie y a pedir el autógrafo. Ni modo, así es esto. Ya nos vamos a Monterrey. Parras es un lujo entre sierras y desiertos; está lleno de granados, cipreses, nogales y alamillos. Hay cítricos, pero no tantos como en Nuevo León. Se respira una humedad perfumada y mineral. Corre una brisa fresca, evocadora. Este ciertamente sí es un Pueblo Mágico.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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