Retratar nubes es captar un momento muy breve, muy fugaz, muy difícil de descifrar; se trata de una estructura que cambia constantemente y que se rehúsa a asumir no solo una forma, sino un sentido. A veces pienso que no significan nada.
No hablo de fotografiar el cielo. El cielo es fácil. El cielo no es un objeto, es un escenario hecho de un tejido de nubes que forman patrones. La nube es un objeto elusivo. Puede pertenecer a un escenario, pero existe por sí mismo. La nube no es nada, no puede ser nada, es una especie de fantasma, de aparición que puede ser ominosa –como cuando se viene una tormenta– o puede ser simplemente una estructura flotante que aparece y desaparece, que se mueve según corrientes de aire y temperatura, que muestra tal o cual textura dependiendo de la hora del día y que por más que intentemos asirla, entenderla, otorgarle un significado o asociarla con una forma, siempre nuestro cerebro termina por olvidarla, porque esa es su naturaleza fundamental.
La nube no es nada. Tampoco voy a decir que lo es todo, pues posee esta capacidad de concentrar nuestros esfuerzos imaginativos y así transformarse en cualquier cosa. Mamadas. La nube no es nada. Es breve. Y eso es reconfortante. Y cuando no están allá arriba el cielo se vuelve plano y sin profundidad, sin sentido, como una noche oscurísima y sin astros. La nube es paradójica; se comporta un poco como esas partículas cuánticas que aparecen y desaparecen sin ninguna lógica, viajan en el tiempo, efectúan piruetas matemáticas indescifrables y terminan por confundirnos. Quizá por eso nos mesmerice tanto tumbarnos en el pasto a contemplarlas, idiotizados: nos arrebatan, capturan, someten. La nube es misteriosa, caprichosa y volátil. Objetos indiferenciados que ocurren sin ningún sentido, sin guianza ni estructura. Por tal razón hemos construido aparatos voladores que las atraviesan y vuelan a su alrededor, para lograr entender qué mierda hacen ahí, qué pretenden, qué ocurre dentro de ellas. Y sí: hemos descubierto algunas cosas. En su seno se agitan los vientos, se generan torrentes eléctricos y estallan compresiones gaseosas. He llegado a pensar que son laboratorios alienígenas que intentan generar vida.
No creo que las nubes sean reales. Quizá tengan razón quienes dicen que son objetos de la imaginación, proyecciones psicógenas que ocurren en la atmósfera. Puede ser. Exhalaciones espirituales, suspiros metafísicos, el alma fallida del ser humano. Esos manchones vaporosos que nos sobrevuelan con sus tonos cambiantes de blancos y grises son objetos inertes e inquietantes. Nadie sabe por qué están ahí ni qué pretenden. Simplemente ocurren. Y nos angustian porque son un contraste con nuestras vidas tan llenas de significados, de sentidos, de recuerdos, de intenciones, de resoluciones y de importancias pequeñas, casuales y tontas, pero intensas. Las nubes desbaratan nuestros sueños y anhelos, los deshebran, disipan y terminan por descojonarlos de manera absoluta. Porque las nubes nos recuerdan que nuestra existencia se reconfigura y desintegra a cada momento.