Cultura

Memoria

Cámara, Holga 120 mm. Rollo, diapositiva Lomography.

​Hay un hombre en la banqueta. Es una persona mayor. Está parado en un cruce de avenidas. Voltea para todas partes, como intentando ubicarse, queriendo saber dónde está y cómo fue que llegó ahí. No tiene celular, no recuerda su nombre y tampoco sabe dónde vive. No tiene identificación y solo carga unas monedas y un billete de 20 pesos. De seguro se les salió de la casa a sus familiares. No vive cerca; sabe que tomó un autobús esa mañana, pero no recuerda nada más. A ratos quiere reconocer a un chico que pasa frente a él en una bicicleta: le recuerda a alguien de su barrio. Pero no es él, pues el chico ha pasado de largo. Ve también a una señora atendiendo una mesa dentro de una fonda, pero no logra reconocerla, aunque algo en su incipiente memoria le dice que ya la visto antes. En un momento todos le parecen de cierta manera conocidos, pero en un chasquido de dedos se transforman en extraños.

El hombre ve cómo el sol se esconde detrás de un edificio deshabitado; siente una brisa fresca envuelta en ruidos y delicados temblores. Encima de la calle se desarrolla una maraña de cables; viejos y temblorosos postes los levantan y sostienen: la mayoría ya no sirve de nada, es parte de otra época, pero persiste como una intrincada red por dónde se pasean susurros y conversaciones atrapadas. Toda la ciudad está cubierta de cables –en otrora histéricos y tensos– que se distribuyen hacia cualquier dirección, pero que no conducen a nada. El hombre los mira y presiente que sus recuerdos podrían estar vagando por esos alambres caóticos, lánguidos e inútiles.

Hay personas a su alrededor; unos esperan el microbús y otros vienen de camino del trabajo: todos inmersos en sus celulares, abstraídos, leyendo noticias fantásticas y ridículas, arrebatados por conversaciones que se esfuman en microsegundos y mesmerizados por imágenes y videos que se reflejan en sus rostros como espejismos quiméricos. El hombre los mira e intenta descifrar lo que piensan: pronto se da cuenta que se encuentran tan confundidos como él.

Pasan camiones y los pasajeros lo miran y él los atrapa con su mirada perdida, como pidiendo que lo lleven y ayuden a encontrar su casa. Pero quizá este hombre no tenga ya a dónde ir, tal vez se trata de una de esas personas a las cuales la ciudad les ha quitado todo y están condenados a vagar sin sentido, lentamente absorbidos por el enredijo de calles, cables y automóviles.

En un instante autos y gente desaparecen; no entiende si aquello es una ilusión o si de verdad todo se ha ido. Las calles están desiertas y un extraño silencio flota como un aviso ominoso. Todo se transforma en una mezcla entre abandono y rechazo. Una serie de frías sombras revestidas de polvo se arremolinan a su alrededor; no hay luz que las proyecte, ocurren por sí mismas. Intentan tocarlo; puede sentir su roce y se inquieta. Entonces decide caminar, a donde sea. Cruza la avenida y poco a poco se va perdiendo en este ecosistema fallido de vidrio, gasolina y concreto mientras una nube de recuerdos dispersos se aleja de él y lo va dejando cada vez más solo.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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