Hace unos días el portal de internet de El País presentaba tremenda noticia: "Muere una mujer en Madrid al caer por la ventana de su piso. Se investiga si se cayó accidentalmente o la tiraron". Uno siempre debe pensar lo peor: que la mujer, ebria o somnolienta, habría caído por accidente. Por supuesto que me inclino más por lo de siempre, que su pareja, en un arranque de celos, la apuñala y arroja desde lo alto y después de servirse un trago se asoma a contemplar la sangrienta escena hasta que llega la policía, el tipo confiesa y lo apresan. Pero eso lo hace cualquiera, es lo que siempre ocurre, por lo que ya suena somnoliento y repetitivo y por lo mismo debemos regresar a las explicaciones menos dramáticas pero que ofrezcan verdaderos retos forenses, psicológicos y sociológicos; algo más creativo pues. Entonces, supongamos que la mujer no fue asesinada, y hay que empezar a crear escenarios que expliquen por qué pasó de su departamento en el cuarto piso a la banqueta y de ahí a la morgue. La primera propuesta es la más sencilla: se encontraba perturbada por la muerte de su mascota, bebió de más, en un punto escuchó una reyerta en la calle, se asoma, pierde el equilibrio y se precipita fatalmente. Nada que hacer ahí. Pasemos a una segunda alternativa. La mujer acude dos veces por semana a un ritual oscuro y hermético donde se le rinde culto a un dios de la antigüedad, o a una figura misteriosa literaria, digamos Ctulhu. El gurú le informa que Ctulhu se comunica con ella telepáticamente desde una cueva submarina y está por enviarle un importante mensaje. Ocurre que esa noche, mientras duerme, recibe el llamado, ante el cual avanza hacia la ventana y cae, pero al momento su cuerpo se transforma en un ser amorfo con tentáculos. En otro escenario, la mujer camina hacia la ventana y se arroja al vacío con la intención de volar –cosa que realmente puede hacer– pero en ese momento algo ocurre y sus poderes le fallan, causándole la muerte. Imagine la cara de terror mientras se precipita e intenta desesperadamente mantenerse suspendida.
Me parece que la nota roja ya ha perdido gran parte de su atractivo. En su lugar, los periódicos deberían poner historias mágicas, imposibles y hasta absurdas –tal y como lo hacen algunos tabloides– porque francamente lo que se anuncia día con día aburre. Las noticias se vienen repitiendo desde hace siglos. Sí, siglos:
"Todos los días recibo nuevas noticias de guerras, plagas, incendios, inundaciones, robos, asesinatos, masacres, cometas, espectros, prodigios, ciudades tomadas, plazas sitiadas, naufragios, piraterías, tratados de paz, alianzas, estratagemas, opiniones, cismas, herejías, controversias filosóficas y religiosas, traiciones, engaños, robos, grandes villanías de todo tipo, funerales, muerte de príncipes, nuevos descubrimientos y expediciones, confusión de promesas, deseos, acciones, edictos, peticiones, pleitos, alegaciones, demandas, proclamas, leyes, ofensas, honestidades, villanías, bellaquerías, candor e integridad, todos mezclados entre sí, ofreciéndose. Hoy sabemos de la denominación de nuevos lores y oficiales, mañana de la deposición de algunos grandes hombres; a uno se le indulta, a otro se le encarcela".
Esto lo escribió Robert Burton en 1621. ¿Suena familiar?
Creo que ya es hora de dejar la realidad a un lado y sustituirla por la más franca y directa farsa y fantasía; es más divertido y se le puede incluir la misma cantidad de sangre, vicio y sospecha que lo de todos los días. Ya vamos transformando toda noticia en fábula y cuento; como quiera nos vamos a seguir matando y arruinando. Mejor hacerlo tergiversando todo: estamos tomando muy en serio esto de la objetividad, a costa de sacrificar lo que mejor sabemos hacer, que es pasarla inventando mamadas.
Y creyendo que son ciertas.
