Nuestro amigo tiene una finca rústica cerca de la carretera, allá por la presa. Cada año celebra su cumpleaños en grande con una carne asada; cortes de todos tipos, salchichas, pollo asado, salsa molcajeteada, trío norteño, cerveza de a madre y hasta fuegos artificiales.
Carros y trocas se estacionan en una amplia explanada bordeada por viejos nogales y encinos ancestrales. Todo mundo se va reuniendo en el jardín donde los reciben con cerveza y música.
Ya prendieron la lumbre, limpiaron las parrillas con cebolla cruda y el aroma excita a la gente. Arranca el trío con un corrido clásico de la región. Sigue llegando la gente. El día está soleado, fresco, perfecto. El carbón está listo; ya ponen las carnes, los pollos, tortillas con su queso y cebollitas de rabo. Los molcajetes comienzan a moler. El aroma del humo entrevarado con la grasa, la proteína, la cebolla y el maíz tatemado permea por toda la finca. Los árboles revientan de pájaros y los perros ladran y mueven la cola. La cerveza en las hieleras se va terminando: empleados van rellenándolas con más latas y hielo en trozos.
De pronto, a mitad de la música, las risas y la humareda una mujer desparpajada bebe ruidosamente. Toma trozos de carne cruda y los destaza en su boca. Pedazos de carne y grasa se mezclan con la cerveza en su boca y no alcanza a masticarlos bien antes de tragarlos. Ríe a carcajadas. Comienza a captar la atención de la gente:
—¿Sabes quién es?
—No, nunca la había visto.
—¿Alguien la invitó?
—No lo sé, hay que preguntar.
—Seguro será amiga de alguien.
Ahora comienza a desnudarse. Trae un vestido roído y sucio. Se echa cerveza en el pelo y le burbujea de manera juguetona.
Da otro sorbo a la cerveza, eructa y se carcajea. Los ojos le dan vuelta. Ahora todos la miran. Baila.
Le hace como pájaro, agitando los brazos, derramando la cerveza y haciendo ruidos agudos y disonantes. Pero, ¿quién es?, ¿de dónde viene? Todo mundo pregunta, averigua: nadie sabe nada. Sepa la madre de dónde salió.
Ya se pone a ladrar, persigue a los invitados.
¡Sáquenla! ordena el festejado. Se la llevan cargando de las axilas hacia la salida.
Salen a la brecha. Aparece una camioneta de policía. Enciende la torreta. Se detiene. Bajan dos oficiales.
—Ah, mira, ahí estás—, dice uno.
—¡Pues dónde andabas, muchacha! —, exclama el otro.
—¿Quién es?—, preguntan
—Chelita —responde el policía—, la loca del pueblo. Se les salió de la casa, como siempre, pero ya sabemos dónde encontrarla: en las carnes asadas, ¡le encantan!
—Ándale, ¡vámonos; ya te están esperando en tu casa!
La metieron en el asiento de atrás de la patrulla y se marcharon.
La mujer iba sentadita, muy bien portada, con las manos juntas sobre su regazo.
Se iba carcajeando.
Adrián Herrera