Teléfonos celulares y tablets nos regalan una serie de noticias todos los días. ¿Qué tipo de notas salen ahí? Bueno, pues eso tiene que ver a lo que le piques. Te explico; si te metes a leer una noticia sobre guitarras artesanales, pues te irán apareciendo notas similares. Intento decirte que no es aleatorio. Esa inocencia quedó atrás, en esos tiempos donde leíamos el periódico enrollado por las mañanas mientras bebíamos café o en el tranvía rumbo al trabajo.
La información que nos llega es muy distinta. Tanto en contenido como en tono. La intención que trae es muy distinta a la de otras épocas; si usted es de los que cree que las noticias llegan porque alguien quiere mostrarle la verdad y los hechos cotidianos del mundo de manera objetiva, está equivocado. Quizá algunas columnas de opinión y ciertos reportajes respeten este lineamiento, pero la gran mayoría de las notas que leemos siguen otros intereses. Que pueden ir desde capturar likes (con el objeto de generar más flujo y poder monetizarlo) hasta una manipulación propiamente. Suena a distopia, a complot y, en algunos casos, lo es.
En el caso de la opinión política o sobre temas delicados o potencialmente conflictivos no hay que dudar que las plataformas, o individuos, utilicen mecanismos no muy éticos (o por lo menos cuestionables) para lograr que su mensaje llegue de manera subliminal al público deseado. Lo mismo para atacar la opinión o imagen de personas o instituciones por medio de bots y otros recursos virtuales. Hay toda una ciencia detrás de esto. La mercadotecnia, la gran ramera, siempre ha estado al servicio del dinero, nunca de los medios ni mucho menos de las consecuencias. Y es justamente el uso indiscriminado de esas técnicas y tecnologías lo que ha creado un mundo virtual diseñado para manipular la realidad.
Abro mi teléfono por la mañana para leer las noticias que alguien –o algo– ha decidido que puedan llegar a ser de interés o utilidad para mí: “Halló una bolsa de basura a mitad de la carretera y quedó en shock al ver lo que había dentro”, “Es desgarrador ver dónde vivía Yalitza Aparicio”, “¿Te acuerdas de él? No creerás cómo se ve ahora”, “La decadencia del aspecto de Menganita es lamentable”, “Trate de no jadear cuando vea a Fulanita hoy”, “No podemos creer cómo vive Perenganito después de su divorcio”, “Una mujer toma una foto a su familia en la playa y al llegar a casa ve un detalle tenebroso”, “Él era hermoso y mira cómo se ve hoy”. Todas estas noticias vienen envueltas en una cantidad irritante de publicidad: ventanas emergentes, destellos con música, sugerencias para recibir más notificaciones y así. Intentan asirte de manera obsesiva, compulsiva: enfermiza. Es una desesperación por tenerte ahí, a ti y a tus datos. Usan recursos bien conocidos; en el caso de las notas de la bolsa de basura y la de la foto en la playa, la curiosidad es una herramienta poderosísima. Simplemente tenemos que saber qué coño había dentro de esa bolsa y que fue lo que la señora encontró en la foto familiar durante unas vacaciones. En los otros casos, el gancho viene como parte de una estrategia amarillista, alarmista: “No creerás”, “Es desgarrador”, “Mira cómo se ve ahora”. Recuerdo la revista Alarma. Los puesteros en la calle la vendían de acuerdo a la naturaleza de sus reportajes: “¡Ay qué feo! ¡Le cortaron la cabeza!”. Y uno, naturalmente, debía enterarse de todo: a quién le cortaron la cabeza, por qué le cortaron la cabeza, y más importante, ver la foto de la cabeza. Curiosidad, morbo, expectativa; contundentes herramientas para captar nuestra atención. El problema aquí es que alguien más está decidiendo por nosotros sobre lo que debemos enterarnos, qué debemos pensar de esas notas y cómo hay que reaccionar. Están creando una imagen de la realidad de acuerdo a sus intereses. A la mierda la capacidad crítica y el pensamiento reflexivo.
Por cierto, ¿quiere enterarse de qué había en la bolsa de basura a mitad de la carretera? Bueno, pues investigando en la red encontré 4 notas distintas; en una aparecieron gatitos abandonados recién nacidos. Qué tierno pero qué insensible; la mitad de los gatitos ya habían muerto por asfixia y deshidratación. El resto murió en el veterinario, excepto uno, que apareció en otra nota: “No creerás de dónde salió este tierno minino”. En otra bolsa el contenido era un fajo de dinero, un arma y una carta incriminatoria. La tercera bolsa mostró una cabeza humana envuelta en papel aluminio. No tenía ojos ni lengua. La cuarta bolsa es un misterio: el policía que la descubrió la subió a la patrulla y se la llevó a la estación. Allí la abrieron y el contenido era tan repulsivo que prefirieron no hablar de ello.
Al final, resultó que todas las historias eran falsas; los nombres que allí aparecían eran inventados. Lo entiendo: lo importante es que el lector quede enganchado y vea los anuncios. Cada día es más difícil dar con portales que hablen con la verdad. La morusa de basura efectista nos va poco a poco obnubilando. Siento que ya no veremos el día en que regresen esos buenos tiempos de reportajes osados, de periodistas comprometidos y de publicaciones que marcaron época.
Es desgarrador.