Cultura

Fotografías

Hurgando en un cajón di con cosas de otra época. Entre los objetos allí encontrados había un sobre con fotos donde salía yo; había de todas las décadas, así que pude ver claramente mi proceso de envejecimiento. En un momento me dieron escalofríos, pues nunca pensé que llegaría a tener 50 años, parecía tan lejos, tan improbable. Luego vi unas fotos de unas vacaciones en Canadá; en una escena salgo con mi papá en Lake Louise. Yo tendría como 14 o 15 años y él como 60. Inmediatamente lo recordé en su féretro el día del velorio; murió a los 91. La manera en que se fue degradando me pareció horrífica.

No sé en qué momento de mi vida comencé a pensar en la muerte, creo que fue al final de mis 20. Antes de eso la percibía como algo ajeno, como un elemento de espanto infantil sacado de un libro de cuentos. Pertenecía a una realidad distinta a mí realidad: era la muerte, no mi muerte. Pero después me cayó de putazo que mi mortandad era tan real como la de cualquier otro ser vivo y que tarde o temprano ocurriría. Así desarrollé no un miedo a la muerte, sino algo mucho peor: horror. Y así vas sintiendo cada vez más cómo se te viene el tiempo encima, como una fuerza implacable y siniestra que te corretea.

Quizá por eso de un tiempo acá vivo de otra manera; me trato mejor, intento preocuparme menos, veo menos gente -no salgo a fiestas, me cagan-, pienso más antes de reaccionar y aprovecho mi tiempo de manera juiciosa. La otra noche, por ejemplo, me hice un New York steak con papas de Galeana, una ensalada de lechuga francesa y arúgula y media botella de Rioja. De postre, una dosis de Pedro Ximenez muy viejo y después una copa grande con brandy de jerez y un puro de tabaco dominicano. Todo con una buena selección de jazz. Intento ver cine clásico, leer lo más que pueda, sacar fotos, pintar, escribir y si queda tiempo, ver pornografía. Ya no estoy para esperar el momento adecuado para disfrutar mi puta vida: lo hago cuando me nace del forro de las pelotas.

Aún no llego al punto de sabiduría, introspección y trascendencia como para aceptar mi extinción; guardo muchos demonios con los cuales lucho cada cuando y todavía quiero más tiempo de vida. No estoy ni cansado ni deprimido ni insatisfecho y si un día amanezco muerto y el forense declara que fue suicidio, créame: me mataron. Busquen al culpable.

El caso es que me pasé un buen rato viendo esas fotos e instantáneas, intentando recordar esos momentos. Pienso que uno se engaña creyendo que las fotos son de cierta manera inmortales, pero eso no es cierto; las fotos, al igual que nosotros, envejecen, se degradan: desaparecen. La memoria no puede guardarse, termina por desvanecerse.

Cuando mi padre murió le saqué fotos en su féretro; por supuesto que mi hermana puso el grito en el cielo, pero le aseguré que no eran para publicarlas en el Facebook, se trata más bien de un registro privado. Le recordé aquellos tiempos en los que la gente fotografiaba a sus muertos y esas fotos permanecían en la familia y tenían la misma importancia que las fotos de los vivos. También conservamos en hielo los cadáveres de patriarcas y otros personajes y exhibimos las momias exhumadas. ¿Por qué satanizamos la fotografía de nuestros muertos? Quizá porque lo consideremos una transgresión, un evento netamente mórbido que tiene lugar solo en la sección de nota roja. No queremos recordar esos momentos, no queremos ver a la muerte de frente. El día del funeral de mi papá llevé a mis hijos y les pedí lo tocaran; sintieron la frialdad de la piel y su textura a cuero y esto les llevó a encontrarse con aquello con lo cual la cultura les habrá de generar un tabú. Pero siempre tendrán la foto del abuelo para recordarles nuestra verdadera naturaleza y destino. Y, de hecho, tienen órdenes de fotografiar todo mi funeral, con lujo de detalles. Son solo cuerpos lo que queda después de muertos.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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