Ahora que terminó todo este argüende de Navidad, Año Nuevo y Día de Reyes me sentí aliviado. Y es que en los últimos años me he vuelto antisocial y amargado –más de lo que ya era– y no le encuentro ni diversión ni sentido a ningún festejo, incluido mi cumpleaños.
Siempre he sido aficionado a la nota roja; en secundaria tenía una colección de la extinta revista Alarma! y eso me metió en problemas tanto en mi casa como en la escuela, pues ni mi mamá ni los profesores entendían mi fascinación por lo mórbido.
Hace unos años comencé a estudiar fotografía. Compré libros, cámaras y rollos. En mis lecturas di con un personaje increíble: Arthur Fellig, Weegee. Un fotógrafo neoyorquino famoso por sus imágenes de crímenes y accidentes, un poco como nuestro Enrique Metinides. Weegee se hizo famoso no solo por la calidad de sus imágenes y su capacidad de narrar la vida cotidiana de Nueva York, sino porque casi siempre que se reportaba un homicidio o accidente, él y su cámara ya estaban ahí antes de que llegara la policía. Luego se supo que sus contactos con las mafias locales le hacían llegar información precisa sobre dónde aparecerían los cadáveres. Al mismo tiempo, se hizo amigo de algún sargento de la policía, el cual le facilitó un radio con el cual se enteraba de los movimientos de las patrullas. Sus fotos son históricamente importantes y son parte de colecciones privadas y públicas.
El crimen es universal. Siempre se ha dado, e igual que las guerras, siempre va a existir. Y eso porque esa es nuestra naturaleza: somos unos alebrestados incorregibles. Y siempre habrá alguien que narre este comportamiento, con fotos, con letras o con cine.
Hace muchos años colaboré de manera anónima en la sección policiaca de un periódico y envié textos a una revista del mismo giro. Una cosa que aprendí fue que accidentes, homicidios y suicidios se incrementaban dramáticamente durante Navidad y Año Nuevo. Por una serie de razones: la gente viaja y se mata en la carretera, si hace frío dejan encendido el pino de Navidad y este arde, se apaga el calentador de gas y la familia amanece asfixiada y así. Pero la causa principal de muertes son los homicidios y suicidios. ¿Por qué? yo se lo voy a decir: ¡alcohol! Se trata de una sustancia que, en dosis correctas, es medicinal y hermosa, pero en exceso es disruptiva y engaña. Es un auténtico demonio. En la mayoría de los crímenes que investigué y publiqué, el bendito alcohol potencializó y acentuó estados de ánimo; envalentonó a personas a matar a un rival en una fiesta, desinhibió a alguien para envenenar a un pariente, le otorgó a otra persona la ilusión de tener autoridad moral para ejecutar a un paciente en coma y llevó a más de uno a quitarse la vida gracias al efecto depresivo que posee. Porque así funciona, mire: primero te pone eufórico y te desinhibe, después te vuelves filosófico, melancólico, triste y depresivo y, casi al final, alucinas. Si sigues bebiendo, te mueres. Y luego se quejan de que defiendo a la mariguana. –Es una droga peligrosa–, dicen. ¿En serio? Drogas peligrosas y mortales el tabaco y el alcohol, no mamen. La mariguana es ese tipo de droga que puede salvar a la humanidad.
Navidad y Año Nuevo son eventos donde hay abundancia de comida, bebida y regalos. Para algunos, porque otros celebraron dolor, miseria y tragedia. Muchos pasaron sus fiestas en la funeraria, en el hospital, en la cárcel o esperando morirse.
Esta mujer nunca se casó. Fue producto de un acostón y su madre le recriminó toda su vida el hecho. –Siempre has sido un estorbo y no pude ser feliz por tu culpa–, le decía. Ella nunca entendió por qué era un estorbo si el error había sido de su madre. Nunca le permitió salir con hombres, vestirse bien ni pasarla bien. Siempre vivieron juntas: y murieron juntas. El asunto se complicó cuando le anunció su embarazo: –¡Puta! –, espetó la madre. De ahí todo se fue enrollando en un espiral de vértigo, un vórtice neurótico que habría de terminar en tragedia. Aquella mujer estuvo prácticamente al servicio de su madre, hasta este 31 de diciembre pasado. Por la mañana tuvieron esta natural discusión en donde la hija razonaba así: “Si yo fui producto de un error, este niño también lo fue. Hay que vivir con ello”. Pero su madre no estaba de humor para encarar su pasado o de cuidar a un recién nacido. Esperó a que se fuera al trabajo y, fuertemente alcoholizada, ahogó a la criatura en la palangana que usaban para lavar la ropa. Cuando llegó, buscó a su niño, pero no lo encontró. No se molestó en preguntarle a su madre dónde estaba, pues pronto lo descubrió boca abajo en el fondo de la palangana. De inmediato supo lo que había ocurrido y, envuelta en furia y congoja, entró donde su madre, que dormía. Bajó a la cocina, tomó un cuchillo, entró nuevamente a la habitación y le abrió el cuello hasta exponer tráquea y esófago. Luego fue al área de lavandería, amarró el cordón para secar la ropa y se colgó del balcón.
Espero haya tenido usted un feliz año nuevo ¡y nos seguimos leyendo aquí en Milenio!