¿Acaso creíste que la Vida estaba perfectamente prevista, pero que la Muerte, que le da sentido a la Vida, no lo estaba?” (Walt Whitman)
Leo las esquelas de la semana. Casi todas siguen la misma fórmula; “habiendo vivido siempre en el seno de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana”, “Lo participa a ustedes sus hijos, nietos...”, “Ruegan eleven a Dios sus oraciones por el eterno descanso de su alma”, y así. Puro relleno. El encabezado suele ser este: “Ayer –tal día de tal mes– falleció-murió-dejó de existir el señor/la señora tal”.
Dejó de existir.
Suena sospechosamente a un eufemismo, pero no es tal. Va más allá; mire, “murió” es un acercamiento más duro, directo y contundentemente orgánico. Habla del cuerpo, de un proceso brutal de cese de funciones corporales, de una fisiología que ha dejado de funcionar y que entra en una fase irreversible de descomposición. Dejar de existir abre una reflexión distinta. Remite a la noción de existir en un plano espiritual, poético, filosófico o imaginativo. Se aleja deliberadamente del tema orgánico, pues dentro de este no hay más desarrollo que lo que ocurre en esos términos. Admito que la frase “dejar de existir” suena aterradora. “Morir”, por su lado, es más fácil de digerir: se acepta tácitamente y no hay nada que discutir ahí. Es frío y absoluto, y no sugiere una continuidad, sino un final abrupto. Para mí, morir es el final de un cuerpo y sus funciones, pero habrá quienes prefieran creer que existimos dentro de un plano distinto. No comparto semejantes escenarios, pero me queda claro que existir es aludir directamente a la conciencia, al hecho de saber que estamos aquí porque recibimos estímulos del mundo exterior, reaccionamos ante él y nos formamos una idea del mismo, y de nosotros mismos.
George Carlin se burlaba de los eufemismos. Hablaba sobre esta tendencia a caer en ellos para ocultar el impacto, el putazo del lenguaje y las palabras bien escogidas y aplicadas. Tal es el poder de la lengua. Decía que cuando se habla de morir, la gente ahora mete palabras y frases suavizantes y reconfortantes para sacarle la vuelta al hecho y confrontar la fría realidad. Se refiere así a que, antes, decíamos de tal o cual persona, que “se murió” o “falleció”, y hoy se dice “he passed away”, que podría traducirse, más o menos, como “él ya no está con nosotros”, o “nos ha dejado”. Una mamada, claro, porque aunque al escuchar estas frases sabemos que lo que se quiere comunicar es el hecho de que alguien se murió, podríamos argumentar que tales frases se interpretan como que la persona en cuestión, harta de su vida, sencillamente se fue a vivir a otra parte, quizá con una nueva pareja.
Nuestra existencia tiene un punto fuerte en el momento en que logramos conjeturar nuestros más tempranos recuerdos. No podría afirmar que mis primeros dos años de vida son importantes para mí porque no los recuerdo. Para mis padres, sí, y prueba de ello son la cantidad de fotos mías de esos años, pero uno que otro recuerdo en forma de destello espectral no me sirve para nada. La existencia no implica ni contabiliza el olvido. Mi padre, por ejemplo, murió de Alzheimer. Los últimos 12 años de su vida los pasó olvidando todo y alienándose de la realidad. Al final terminó en coma.
Existir no es estar, sino una mezcla entre tener conciencia de ti mismo y de que otros te reconozcan. Porque hay muchos que no son, aunque estén y otros que están, pero como si no estuvieran. _
Adrián Herrera