Cultura

En voz alta

Me invitaron a una lectura de poesía. Oh no, eso no es para mí. Me chocan esas sesiones. La poesía es una multitud de voces que resuenan dentro de uno con sus tesituras y deflexiones y eso ocurre en tu cabeza y en la de nadie más. Porque cada quien escucha, reproduce, imagina y siente las cosas según su química particular y su historia y cultura. La lectura de un poema es, en mi nunca humilde opinión, una imposición, un acto fundamentalmente ególatra, insensible y estulto. Le sirve de terapia y catarsis al que lo lee, pero a quien lo escucha sólo puede generarle sopor, ansiedad y hasta impulsos suicidas. Cuando uno lee –lo que sea– le pone la velocidad, las deflexiones, tonos, notas y acentos que al final lograrán que esa obra se interiorice y sea efectivamente apropiada por el lector.

Siempre que voy a esas lecturas de poemas mi percepción es la misma: se oye ridículo. Y siempre me dan ganas de hacer dos cosas; primero reír a carcajadas y luego gritar: “¡Puto!”. Disfruto muchísimo desecrar esa infamia, ese intento fútil de comprimir un texto y quitarle su amplitud, su profundidad, su libertad y sus posibilidades. Dejen que el poema se disperse y sea capturado por la mente y que ahí, en ese ambiente misterioso de ecos y cosas raras se transforme en algo personal, en algo especial. Que cada quien escuche, sienta y piense lo que deba y pueda desarrollar y que no venga nadie con voz escuálida, temblorosa, quejosa, lacrimosa, gloriosa, ostentosa o prodigiosa a enfermarnos con su locución.

El cuento, a diferencia del poema, sí puede –y debe– leerse en voz alta porque justamente comenzó como un fenómeno netamente oral y porque es la base efectiva del teatro. La poesía no. Ésta se vale de procesos ocultos y temblores subrepticios que sólo funcionan en un silencio que, de hecho, busca alejarse de toda expresión que no sea la de una sensación fugaz, un titileo en la punta de la lengua y los dedos, una premonición pasajera, una brisa cargada de aromas, ruidos, vibraciones y destellos que apenas hemos comenzado a ordenar y ya se han ido para siempre. La poesía es un lenguaje callado, pero intenso.

Poetas: cuando presenten su libro, limítense a firmar el libro, a tomarse la selfie y a sonreír y dar las gracias, pero por el amor al arte, no lean su texto en voz alta.

Me recuerda una vez que fui a una exposición de pintura con el maestro Guillermo Ceniceros. Contemplábamos un cuadro –torpemente ejecutado, por cierto– y en una parte venía escrito un texto –muy pendejo, habría que añadir– cuando Guillermo hizo una mueca apuntó al cuadro y dijo: “Mira nomás, este ‘artista’ está confundido, ya no sabe si es poeta o pintor”. Y sí: la pintura tiene su lenguaje bien definido y si uno le empieza a poner leyendas y pensamientos al cuadro pues la capacidad del autor para comunicar algo a través del lenguaje plástico queda seriamente comprometido. No ve voy a meter en discusiones estériles sobre lo que deberían ser los límites técnicos de las artes plásticas pero en cuanto a la poesía sigo firme en mi opinión: es un lenguaje intuitivo, contemplativo, adelantado y frágil y pierde su efectividad cuando se le somete a un proceso de exteriorización verbal. De esta manera pido de la manera más atenta que los alterados y argüenderos cierren la boca y se concentren en escuchar en su cabeza lo que la poesía tiene que decirles, porque una vez que un poema ha sido escrito lo demás es ruido banal. Lectura de poemas, qué cosa. Prefiero escuchar a un tipo pegando de alaridos; es más reconfortante y dice más.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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