Cultura

El señor

La señora Elsa se encarga de la limpieza de la casa. Va lunes, miércoles y viernes, que son los días que pasa la basura, por cierto. Y esto es conveniente porque saca la basura temprano, especialmente los lunes, que se acumula la basura del fin de semana.

Elsa llega como a las nueve. Para entonces ya sacamos a los perros a hacer pipí y se quedan por ahí, haraganeando, a esperarla. Cuando llega los perros la saludan y ladran. Lo primero que hace es barrer la calle (la parte que nos toca) de hojas, envolturas, papeles y así. De ahí se pasa a la veranda y echa un vistazo; si ve algo sucio o fuera de lugar, limpia y reubica. De ahí sigue la casa. Primero saca la basura y después lava trastes y deja la cocina en orden. Luego barre y trapea todo el piso de abajo. De ahí sube y baja otra vez con la ropa sucia acumulada y se va directo a la lavandería; echa las tandas correspondientes y mientras la lavadora hace su trabajo, ella sale al patio trasero a limpiarlo.

Veía a mi papá como a un ser ya mayor, respetable y que merecía tal título, pero en mi caso no me siento muy a gusto con eso...

Elsa no cocina, eso lo hago yo. Como consecuencia de mi pasión-obsesión por la cocina, el refri está saturado de los Tupper con salsas, estofados, picadillos, moles, arroces y así. De tanta cosa que hago a veces se echan a perder muchas preparaciones, así que cada tanto abrimos el refri y sacamos las cosas que ya llevan mucho tiempo ahí. Nos hemos encontrado con salsas, mostazas, aderezos, chorizos y guisos antiquísimos. Se revisa la verdura, las carnes –todo lo crudo primero– y luego revisamos el congelador para ver qué cosas hay allí que deben descongelarse. Porque ocurre con tanta frecuencia que uno avienta cosas y ahí se quedan, como provisiones de alguna expedición antártica. Luego de un tiempo uno no sabe con certeza qué coño tiene guardado ahí.

La administración de la casa es tema serio y no se le debe abordar con ligereza. Es un trabajo que requiere supervisión y mucha disciplina. Lo comprendo bien porque tengo dos restaurantes y el procedimiento para mantenerlos funcionando tiene muchas cosas en común. En casa las cosas las hacemos mi mujer, yo y Elsa. Creo que yo soy el que menos hace, pero por lo menos tengo el refri lleno de comida chingona. El punto es que si uno deja de hacer estas tareas elementales, la casa se viene abajo, y rápido. Se llena de polvo, de cucarachos, las cosas comienzan a salirse de orden y al final terminas viviendo como teporocho en casa abandonada.

Mi mujer se comunica con Elsa y le pide que haga cosas, además de la agenda habitual; cuando tiene que ver conmigo, se refiere como “el señor”.

–Elsa, le pido que le dé una sacudida al escritorio del señor .

–Sí–, responde ella.

Cuando Elsa pregunta algo sobre mí, me menciona como “el señor”. Lo vi en casa de mis papás toda la vida y tenía sentido porque veía a mi papá como a un ser ya mayor, respetable y que merecía tal título, pero en mi caso no me siento muy a gusto con eso. Primero porque tengo 52 años y, a como lo veo, uno le dice “señor” a alguien que tiene, mínimo, 60. Segundo: Elsa tiene, de hecho, 60. Es mayor que yo. Me incomoda que una persona mayor que yo me diga “señor”. Estamos hablando de mi casa, no es un castillo medieval ni soy un lord inglés para que se refieran a mí con títulos obsoletos. Entiendo que venimos arrastrando esas maneras antiguas pero, coño, no me digan señor, por el amor de Dios. Me recuerda a “el rey se muere” de Ionesco.

También me toca limpiar el asador; la última vez que lo usé le dejé el cochambre en la parrilla y las cenizas, y como hoy tengo carne asada, quiero que esté bien limpio. Elsa dice que no puede venir el viernes, que tiene que firmar unas escrituras o algo así, y que le va a llevar toda la mañana. Entonces mi mujer dice que no haga mucho mugrero el fin de semana y que saque la basura el domingo en la noche. Además me pide que alimente a gatos y perros; hay que darles más o menos a la hora que les toca, de lo contrario, te rodean, te miran de manera amenazante y comienzan a hacer siseos, gruñidos y ruidos inquietantes. Lo entiendo, son una mezcla entre comensales e inquilinos: hay que atenderlos. Ah, y se me había olvidado comentar que mi mujer compró un spray especial para limpiar orines y una lamparita ultravioleta para detectarlos: son una maravilla.

Afuera los perros ladran. Por la manera en que lo hacen sé que Elsa llegó. Barre la calle.

Pronto entrará a la casa a mantener la alegría y la cordura que con cada mota de polvo, cada mancha de orín, cada tarja llena de platos sucios, cada cesta de ropa sucia y cada bolsa llena de basura amenaza con perderse y transformar esta casa en una locura desquiciante, anárquica e inhabitable.

Y, mientras ella arregla el castillo, el señor duerme, y sueña con su reino. _

Adrián Herrera

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