Cultura

El pterodáctilo

Mi hija tiene una afición por rescatar animales de la calle. Así puede usted contar tres perros, dos gatos, un pájaro (bueno, medio, porque no tiene alas), dos cuyos, una tortuga que nunca he visto porque se la pasa enterrada en el jardín, un camaleón que me divierte horrores verlo cambiar de color mientras lo molesto, algunos pescados –uno ya se murió, pero sigue ahí, inflado y con la boca abierta y los ojos lechosos–, una lagartija somnolienta y, más recientemente, un pterodáctilo bebé.

El diminuto pterosaurio estaba acurrucado en una maceta, pegando de gritos. La niña se acercó y lo vio tan tierno y desvalido que decidió brindarle socorro. Mi mujer no objetó, pues siendo veterinaria, sabía que el reptil había sido abandonado e, incapaz de cuidarse a sí mismo, moriría pronto. Especialmente con tanto gato alrededor. Así fue como llegó a casa.

Todas las mascotas parecen convivir en una especie de extraña e inconcebible armonía con la nueva mascota, excepto por el chihuahua, que nomás no se traga esto de tener a un reptil volador del jurásico en la casa. Lo mira con sospecha, le gruñe, le teme y lo entiendo; además de ser un animal neurótico-histérico por naturaleza, es muy aguzado y presiente el peligro.

A mí nunca me han gustado los reptiles voladores; sí, son bonitos, pero tienen costumbres complicadas. Lo más molesto son los ruidos que hacen. Es una combinación de alaridos de cabrito a punto de ser sacrificado, maullidos de gato en celo y gritos de papán (chachalaca) cuando no encuentra su nido. El tema no es tanto, es griterío que arma, sino que lo hace alrededor de las tres de la madrugada; con todo y que lo tenemos en una jaula bien segura, los gatos de la casa –y creo que uno de los perros también– sufren tanto con ese argüende que esperan el momento en que alguien deje la puertica abierta para matar al reptil volador.

El animal va creciendo. Y déjeme decirle que alimentarlo no se resuelve con una bolsa de croquetas para gato o una lata sabor carne de pollo, no; esta lagartija voladora come animales enteros. Primero le dimos lombrices y pequeñas ranas –le encantan–, luego pasamos a sapos gordos y roncos, y terminamos con ratones. Le ha tomado particular gusto a estos últimos. Y eso nos preocupa. Pero a mi hija le parece divertido y construyó un bioterio para criar a los jugosos y suculentos roedores, y de esta manera tenemos al pterodáctilo contento. Por el momento.

El problema es que ha crecido mucho; ya contemplamos comprarle una jaula más grande, porque en la de ahorita ya no cabe. Además, los alambres los siento un poco delgados, y podría darse el caso que los abriera con el pico que tiene. He visto pericos y tucanes hacerlo; ojo ahí.

Como es muy ruidoso, otros pterodáctilos han escuchado su clamor y sobrevuelan la casa. Todos los días circulan por encima de nosotros, como zopilotes, solo que los pterosaurios son más rápidos y decididamente más agresivos. Por las tardes se posan sobre los cables del teléfono y en las ramas del nogal que está justo frente a la ventana de la recámara de la niña, donde puede verse la jaula del animalito. Y ahí se están un rato, intercambiando sonidos y aleteos, y los perros no salen de la casa por temor a que los levanten con esas gruesas y poderosas garras. Se ha generado mucha tensión en el barrio últimamente. Pero es cuestión de salir y espantarlos con una escoba y listo. Hacen un escándalo impresionante y salen volando hacia todas partes, y no se les vuelve a ver hasta el día siguiente.

Esa noche empacamos. Salimos a pasar el fin de semana a unas cabañas en la montaña. Cerramos el gas, dejamos encendidas las luces de la veranda y de la cochera y llenamos los platos de las mascotas con agua y comida. Al pterodáctilo le pusimos un ratoncillo en su jaula y nos fuimos.

Nos fue de maravilla; el aire fresco de la montaña, los aromas a pino, humo y minerales, y la sensación de estar lejos de nuestra rutina nos vigorizó y realmente descansamos. Es hora de regresar.

Cuando llegamos a casa notamos algo sospechoso; los perros no nos recibieron. Normalmente lo hacen, especialmente cuando salimos por más de dos días, pero nada ocurrió. Abrimos la puerta y una sensación extraña e inquietante recorrió nuestra piel. Llamamos por su nombre a las mascotas y les chiflamos a los gatos, pero no hubo respuesta. Mi mujer fue la primera en ver a uno de los gatos eviscerado, tumbado sobre el sofá de la sala.

La niña se acercó y pegó un grito. ¡Que no entren los niños!, quédate en la puerta: voy a revisar. Atravieso la sala y debajo del comedor hay dos perros: uno está muerto y el otro respira de manera acelerada y se desangra. Subo las escaleras rumbo a las habitaciones, entonces escucho a mi mujer gritar que hay otro gato muerto en la cocina: no tiene cabeza. Empujo con cautela la puerta del cuarto de la niña; entonces lo veo: la jaula está abierta. Se escucha un aleteo; el pterodáctilo ha roto la tela de mosquitero de la ventana y ya vuela hacia las montañas, seguido de otros pterosaurios.

Lleva al chihuahua entre sus garras.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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