Me preguntan que si creo en vampiros, zombis, brujas, fantasmas y duendes. Respondí que “sí” y a la vez que “no”. Explico. Todos estos seres pertenecen a una realidad imaginativa. Siempre han estado con nosotros, en todas las épocas y tiempos, evolucionando, adaptándose a las condiciones socioculturales del momento. Pero no son parte de una realidad física, demostrable, es decir, científica. En todas las épocas se han dado filósofos y pensadores a revisar la existencia tanto de los seres míticos como de fenómenos asociados. En la Ilustración española tenemos al notabilísimo padre dominico Benito Jerónimo Feijoo, quien en sus “cartas eruditas y curiosas” tratara un sinfín de temas, entre ellos, los de algunas criaturas fantásticas. Una en particular: los duendes. El padre refiere una anécdota sobre un noble romano que le pidió a un amigo que lo acompañara a un balneario cercano a Roma para intentar curarse de cierta enfermedad. En el camino el tipo enfermó de gravedad y murió en una posada. Su amigo procuró entonces las exequias correspondientes al término de las cuales se dispuso a regresar a Roma. La primera noche después de la muerte de su amigo la pasó en un mesón. Ya acostado, advirtió que su amigo muerto entraba a la recámara, se quitaba el vestido y entraba a la cama con él, intentando abrazarle. Naturalmente su amigo, aterrado, se alejó y el muerto, viendo el rechazo, pasó a retirarse. Tal amigo vivió horrorizado y enfermó, casi de muerte, por el susto recibido. El padre Feijoo habla de esto en su carta:
“Ya arriba dejo dicho que este suceso, si se quiere admitir como verdadero, aunque suena a aparición de muerto, con más seguridad se debe reputar ‘juguete de Duende’, que quiso hacer el papel de difunto. Las apariciones de difunto piden, no solo permisión mas acción positiva de la Divina Providencia; y no como quiera, sino de una Providencia extraordinaria. ¿Quién creerá que Dios, obrando contra las reglas de su ordinaria Providencia, dispone la aparición de un difunto a un amigo suyo, no para otro efecto, que aterrarle y mediante el terror, hacerle enfermar gravemente? Así para acercarse algo la Historia al grado de creíble, es menester decir, el aparecido no fue difunto, sino Duende. Pero yo no creo que, ni Duende ni difunto, sino mera ilusión”.
Interesante ver que un sacerdote abogue en contra de la superstición, pero no porque la Iglesia prohibiera creer en tales cosas, sino porque se encuentra en una coyuntura histórica importante: la Ilustración. Este movimiento logró crear una tendencia hacia la racionalidad y su consecuente alejamiento de la superstición y la ignorancia.
Claro que la ignorancia siempre va a estar aquí, porque es parte de nuestra naturaleza. Simplemente no hay manera de erradicarla. Lo que sí se puede hacer es mantenerla estadísticamente a raya.
Pero no podemos ser tan estrictos con nuestra manera de diferenciar y percibir los fenómenos tanto de los que ocurren fuera de nosotros como los creados por nosotros. Todas estas manifestaciones son “reales” de una manera u otra. Lo que se debe hacer aquí es aprender a no confundir una cosa con otra, contemplándolas bajo la misma óptica. Si aprendemos a darle su lugar a todas las cosas, será más fácil comprenderlas y aceptarlas y, mejor todavía: a incluirlas dentro de una percepción más amplia, más clara. Basta de actitudes radicales que solo conducen a dramas, intolerancia, violencia y discriminación.
Los duendes existen, de alguna forma u otra. No es un tema científico ni religioso. Es un ente creado por nosotros y es tan real como cualquier otro objeto visto, descrito, imaginado o soñado.
Adrián Herrera