Cultura

“Dios fue grande”

Supimos de este joven que se accidentó. Se rompió todo. Pasó por una serie de terapias y luego de muchos meses medio quedó bien. Así lo platicaba una tía cuando mi mamá interrumpió: –¿Y sabes por qué sobrevivió? –dijo, levantando un dedo al cielo–, porque Dios fue grande. En otra ocasión salió en la charla el caso de un viejito enfermo al cual la enfermera que lo cuidaba cometió un error y le dio una mezcla de medicinas equivocada. El viejito se convulsionó, echó una espuma sanguinolenta por la boca y se murió. Y mi mamá, con toda la sabiduría que la caracterizaba, declaró: –¿Acaso no lo ven? Dios lo llamó.

Pues parece que a Dios no le gana uno; si no te mueres, Él te salvó, y si te mueres, ya te requería. Para qué o por qué, quién sabe, pero ya te tocaba y la cosa es presentarse ante él para, además, ser juzgado. Qué horror.

Luego hay otra frase que me inquieta: “Todo ocurre por algo”. Como implicando que las cosas ocurren por una razón que nos sobrepasa y ante la cual debemos doblegarnos, aceptarla y, encima, dar gracias. Ah, y que no debe cuestionarse nunca. Pues eso está muy cabrón. Uno siempre debe hacerse preguntas alrededor de este tipo de declaraciones: ¿A qué se refiere? A que existe una razón predeterminada que ha puesto una serie de circunstancias para que lo que ha ocurrido se desarrolle exactamente de esa manera para cumplir algún oscuro fin. Puede ser también que tal o cual accidente o hecho representen un tipo de prueba, de oportunidad, yo qué sé. En ambos casos le adjudicamos una intención de la cual no hay escapatoria. Mire, las decisiones que tomamos sobre algunas de las cosas que nos pasan están motivadas por creencias, temores, deseos, convicciones, consejos o corazonadas, pero sí es importante prestarle atención a esa decisiones porque eso sienta una tendencia, un precedente, un sentido implícito en nosotros, no de algo que viene de fuera.

Apunta Schopenhauer que: “La creencia en una providencia especial o en una dirección supranatural de los acontecimientos en el curso vital del individuo siempre ha sido una creencia difundida en todas las épocas, incluso se encuentra sólida e imperturbable en mentes reflexivas, contrarias a toda superstición, y sin guardar relación con ningún dogma determinado”.

Y sí: es reconfortante creer –sentir, desear– que nuestras vidas están predeterminadas, condicionadas.

Y sí: de cierta manera lo están. Condicionadas, digo, que no predeterminadas. Me explico; en mi mejor y nunca humilde opinión no existe una fuerza o voluntad sobrenatural, omnisciente u omnipotente capaz de ejercer esta fuerza de persuasión en nosotros. Lo que sí pueden probarse son las presiones ejercidas por la sociedad, por el ímpetu de la historia que arrastramos y que nos empuja, y estas presiones terminan por transmutarse en fenómenos psicológicos claros, en acciones individuales y colectivas.

¿Podemos tomar control de nuestro destino con acciones premeditadas, pensadas? En alguna proporción, sí, pero no del todo. Estamos a merced de una gran cantidad de factores de los cuales no tenemos control sobre ellos; hay momentos en que debemos dejar que algunas cosas ocurran y que lo mejor es no andar de insistentes intentando negar, cambiar o alucinar escenarios inviables. O sea, déjese llevar, siéntese a observar el flujo natural de las cosas y contemple el resultado, impávido.

El mismo Schopenhauer sostiene que: “Aparte de todo esto, atribuir una intención al mero azar puro y evidente, es un pensamiento de una osadía incomparable”.

Sí, lo es. Lo único en lo que yo creo es que cada persona encuentra, de manera natural e inexorable, su camino a la perdición. Sea esto acaso el destino lógico de la humanidad, no lo se, pero todo apunta a que lo es. Unos lo encontrarán antes que otros, y para los necios que se rehúsan a creer en tal destino, siempre estará el infierno esperándolos.

En suma, sí: Dios fue grande en crear el universo y hacerse a un lado mientras todo se va a la mierda, especialmente nosotros.

Adrián Herrera

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