Tengo un amigo que ha trabajado toda su vida para crear dinero y bienes. Nunca se ha cuestionado el porqué lo hizo. Dio por hecho que así debían ser las cosas. Por un lado tiene razón: vivimos en un sistema que te obliga a trabajar para recibir una remuneración que luego se intercambia por bienes y servicios. Pero no lo es todo.
O por lo menos eso es lo que quiero pensar.
Y es que el dinero ciega. Y con dinero no me refiero a fortuna: hablo de billetes, monedas, cheques y tarjetas de débito. La inmediatez de tener acceso crudo y obsceno a cualquier cosa que se pueda intercambiar por dinero. Lo digo otra vez: es obsceno.
¿Para qué sirve el dinero? Desde la antigüedad se cuentan filósofos y místicos que lo rehúyen, argumentando que corrompe y aleja del verdadero sentido de la vida y del desarrollo espiritual. Pues yo he estado sin dinero y francamente no le encontré ninguna ventaja a ello.
¿Para qué sirve? ¿Para gastarlo? ¿Invertirlo? ¿Guardarlo? En algunos casos sirve más para soñarlo y desearlo con ansia desmedida y obsesiva. El dinero es una pasión descalabrada, es una histeria colectiva.
El dinero funciona para dos cosas que son parecidas, pero no iguales: para educarte y entretenerte. Yo invierto mi dinero en libros, pues me gusta leer, estudiar y escribir. Compro además partituras de guitarra y me gusta interpretar los clásicos. Tengo cámaras de rollo y salgo a fotografiar gente, cosas y edificios. Voy al súper y cocino un montón de recetas. De vez en cuando salgo con la familia de vacaciones y a pasear. No me gusta la tele –aunque sí veo Star Trek y muchas películas de terror– y me gusta pasar las tardes fumando puro, bebiendo whisky y escuchando música. Los fines de semana hago carne asada y bebo vino. Y todo esto hace que tenga una gran calidad de vida. No me gustan los lujos: ni los entiendo ni me hacen sentir mejor, y aunque no soy estoico prefiero lo sencillo, austero y cómodo. Los lujos son para personas incapaces de gozar la vida, y así requieren llenar este vacío con objetos y circunstancias que les brindan la sensación de bienestar y de tener algo que les dé sentido a sus aburridas y monocromáticas vidas. Quimeras.
Bueno, supongo que todos perseguimos algún tipo de ilusión o sueño, aunque al final resulte en un espejismo. Es como perseguirse infructuosamente la cola, como los perros.
Tengo un amigo hippie. El solía ser un financiero exitoso. Un día, harto de su estilo de vida, fue a una sesión espiritual donde tomó Ayahuasca. En el viaje vio, sintió y escuchó cosas nuevas para él y en el proceso algo le fue revelado. Nunca dijo qué. Pero al poco tiempo se deshizo de su trabajo, familia y amigos, y se fue a vivir a una choza en la playa. Me lo encontré hace poco. Me dijo que se había transformado en un “ser liberado” y que ya no estaba sujeto al “sistema”. Vive de manera relajada en una playa donde pertenece a una comuna que no tiene reglas y en donde nadie riñe ni discute. Exploran sus cuerpos y mentes, y se conectan con la naturaleza y con el Gran Espíritu. Le pregunté si de pronto se aburría, si experimentaba algún tipo de crisis existencial o si sentía nostalgia por su vida anterior. –Sí, por supuesto–, contestó. Con frecuencia me asalta este sentimiento de que debo hacer algo que justifique estar vivo y que le dé sentido a todo, pero yo mismo me convenzo de que no tenemos que hacer nada realmente y que las cosas no tienen sentido fuera del que uno quiera asignarles. Le pregunté si tenía dinero en el banco y me dijo que sí, que pendejo no era.
Bueno. Supongo que en el fondo no hay manera de deshacerse realmente del bendito dinero.
Adrián Herrera