Cultura

Demonio

De niño mi mamá y mis tías me hacían rezarle a un supuesto Ángel de la Guarda. ¿Cómo iba la oración? Ayúdeme a recordarla porque a mí ya se me olvidó; “Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no me dejes solo, ni de noche ni de día....”. Algo así. Bien recuerdo esas imágenes de un ser como niño, con alas, luminoso y de rostro afable, posado sobre mi cama y haciendo sepa la madre qué cosa que supuestamente me protegía. Y yo me tenía que ir a dormir con esa idea de un ser reconfortante y protector. Y le confieso que no me tranquilizaba en lo más mínimo, porque, en el fondo, era un fantasma. Qué importa si era bueno o malo, era un fantasma, punto. Con el tiempo descubrí que semejante personaje no me procuraba ningún tipo de protección, era, de hecho, un ser pernicioso, maligno.

Allá en el rancho de mi tía Marucha –en la Huasteca veracruzana–, una mucama y un vaquero me lo dijeron: –Mira, niño, todas las noches vas a prenderle fuego a una hojita de acuyo y vas a poner abajo de tu cama un coyol recién cortado, y ¡no vayas a rezar nada! porque entonces ese angelito se te viene encima. Luego echas en un vaso de aguardiente un chile verde entero, un hueso de pollo roído, un anillo de compromiso de una dama a quien se le murió el novio antes de casarse, estiércol de vaca que recién ha parido y los ojos de un sapo prieto, ronco y lamoso. Si lo dejas así una semana, el angelito se asusta y no se aparece más. ¡Es una cosa verífica! Y mire usted: con los años descubrí que aquella mucama era bruja y ese vaquero era un enterrador de muertos y practicante de una religión oculta y antigua, así que ellos sabían muy bien de lo que estaban hablando. Les hice caso y qué bueno, porque tenían razón: el angelito nunca más se volvió a aparecer.

Pasaron muchos años y me enteré de la suerte de esas gentes; el vaquero se ahogó en la laguna de Tamiahua intentando sacar un calamar con cabeza de becerro que bramaba burbujeante en la noche y la mucama desapareció en un manglar buscando una viborilla encantada. Dicen que se la chupó el lodo y fue a dar a esos reinos de oscuridad y ecos eternos de los que hablaban los antiguos habitantes de la región.

Yo por mi parte crecí, y aunque logré alejar de mí al angelito en cuestión, persistió. Entonces volví a los encantamientos que aprendí y así descubrí que tenía un aliado: mi Demonio de la Guarda. Deambula por las noches en mi casa, se posa en la cama y me observa, callado, mientras tengo las peores pesadillas y me acaricia, haciéndolas más aterradoras. Hace ladrar a los perros, los gatos se crispan ante su presencia y los vecinos encienden sus luces al presentirlo. Mi demonio se pasea por la cuadra como un mal presagio, esparciendo una ola de frío y desolación, un augurio ancestral que hace que los vecinos enciendan cirios y veladoras y se encomienden a santos incompetentes y vírgenes estériles. Cuervos ruidosos se encaraman en las ramas de árboles muertos y graznan, roncos y profundos, mientras mi demonio vuela a su alrededor y les da la bienvenida. Se apagan las farolas de la calle, chispean los cables de luz y las comunicaciones se trastocan; la gente cierra puertas y ventanas, apaga las luces y se repliega en sus habitaciones a esperar a que aquella entidad se vaya. Mi demonio me protege de pendejos, veganos, mojigatos, fanáticos, animalistas rabiosos, muertos vivientes, engreídos, intelectuales, checadores de parquímetros, llamadas anónimas, tarjetas de crédito, descuentos y promociones, deshilachados mentales, moderadores de modas y modistos de modos, encolerizados del volante, histéricos de la radio, merolicos mercadotécnicos, vendedores de seguros sospechosos, prestamistas sigilosos, médicos maniáticos milagrosos, selfistas obsesivos, mitómanos disfrazados de socioantropólogos, redentores de la dieta y ungidos yoguísticos, vampiros legales, alimañas religiosas voladoras, sabelotodos y sabios de lo ignoto y el misterio ancestral, ignorantes opinadores de redes sociales, vendedoras de perfumes, repartidores de pizza, elevadoristas antiguos, filosofistas iluminados, optimistas depresivos y deprimidos triunfadores, chorizos de soya y quesadillas sin queso, repartidores de recibos vencidos, mecánicos descompuestos y rasuradoras eléctricas enloquecidas.

Y así, todos los días, le prendo su veladora a mi Demonio de la Guarda, le pongo heavy metal, le sirvo su caballito de aguardiente con su botana de alacranes fritos en manteca con chile, le pongo lumbre a un popoxcomitl con yerbas y cosas raras y le enciendo la tele con películas porno (le encantan). Nos sentamos todas las noches a maldecir, a crear conjuros y magias oscuras, y a recordar a los brujos del rancho, que me enseñaron las artes ocultas.

Bien, debo irme; ya casi da la hora en que mi demonio entra volando por la ventana. Ya tengo preparado todo para esta noche; la casa está debidamente impregnada de humos mágicos, pornografía y alcohol. En el barrio, los vecinos rezan por mí y me encomiendan a sus santos perversos. Mi demonio se hará cargo de ellos.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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