Hay una costumbre muy antigua en esto de escribir preceptos: establece que todo tiene (o tiende) que reducirse a 10 pasos; "el decálogo de la felicidad", "las 10 máximas para triunfar (en lo que usted guste y mande)", "10 (siempre sencillas) reglas para bajar de peso" y "los 10 pasos para convertirse en el mejor estafador del mundo". No hay que romperse la cabeza para adivinar de dónde viene esta tendencia: ¡los 10 mandamientos! Entiendo el romanticismo detrás de esto, pero en la mayoría de los casos no es práctico. Es más: ni siquiera encaja. ¿Por qué debemos sintetizar cualquier agenda en 10 pasos y no en, digamos, 8, 12 o 18? Sí: algunos lo hacen, pero nadie les cree. Debe haber una explicación. La lógica puede ser que, como el mismo Yahvé estableció tal número en unas ficticias tablas de roca entregadas al patriarca Moisés, ese número, además de ser inviolable, debe tener un significado misterioso, hermético, y hay que ajustarse a él.
Hace años, el editor de una conocida revista pidió mi colaboración para revelar una serie de consejos y edictos para cocinar bien, y estos debían sumar –adivine– ¡10! Hice lo mejor que pude pero mi razonamiento y experiencia solo lograron entregar 9. Y créame que hice un tremendo esfuerzo para cerrar aquellas recomendaciones en la decena, pero sencillamente no ocurrió. Y no es por falta de imaginación, sencillamente la cosa no daba para más. El caso es que el editor, preocupadísimo, abrió bien los ojos, levantó la ceja derecha (con todo y que era zurdo) y preguntó dónde estaba el décimo mandamiento. –Pues en principio solo llegué hasta el número siete, -le dije-, pero forcé las cosas y estiré el asunto hasta llegar a nueve. El editor insistió, y al cuestionarle su mórbida obsesión por completar el 10, sonrió de manera robótica, lanzó la mirada al espacio y me obsequió un ademán que hasta el día de hoy no logro descifrar (y que aún me inquieta). Lo que ocurrió después fue algo que de alguna manera sabía iba a pasar; cuando se publicó el artículo, venían ¡10 reglas! Me ahorro describirle la megapendejada que se le ocurrió a este pelmazo (que de cocina sabe una chingada y la mitad de otra) para cumplir con la cuota preestablecida pero me hizo quedar como un tonto, porque las 9 reglas anteriores, por más esclarecedoras, lógicas y motivantes que pudieran haber sido salen sobrando: la gente solo se acuerda de lo último que leyó.
El tema de limitar o sintetizar consejos en 10 puntos genera una ansiedad profunda que nos lleva a actuar de manera irracional. Otra de estas obsesiones absurdas es el fatídico número 13; súbase a cualquier elevador y notará que, extrañamente, falta ese número. La gente cree que, por más irracional que esto pueda ser, "existe una posibilidad" de que algo malo ocurra ahí. La realidad es que existe una posibilidad pareja de que algo malo ocurra en cualquier piso, pero es mejor no meterse en problemas.
Los números son solo eso: ¡números, coño! Nosotros los inventamos para crear modelos abstractos y explicar el funcionamiento de las cosas. Son artificios mentales que viven en nuestra cabeza y en el tenebroso libro de texto de Baldor. Por sí mismos no son capaces de nada. Ni el 7, ni el 10 ni el 13 pueden ocasionar infortunios o presagios de ningún tipo, que quede bien claro. Basta de tanta ignorancia, y por favor dejen de propagarla y transmitirla ad absurdum y ad infinitum.
Pero ni para qué me rompo la cabeza tratando de convencer a la gente que no debe creer en estas ridiculeces; seguirán creyendo en ellas y me temo que no hay nada que hacer. Ni en esta ni en la próxima generación; en las que vienen después de eso, ya veremos. Lo cierto es que estamos fundamentalmente jodidos. Mi consejo es que sígale teniendo miedo al 13, meta todo lo que pueda en el 10 y haga lo que quiera con el 7. Y todavía me faltan 7 consejos; esos se los debo.