Cultura

Corbata

Nunca me han gustado ni trajes ni fracs. No; no digo que la corbata no se vea bien, nada de eso. Simplemente me parece más apropiado comportarse correctamente que ser un idiota bien vestido. Aunque, claro, las apariencias engañan.

La gente está impaciente; llevamos casi una hora de retraso. Todo se debe a un "problema operativo", mismo cuya naturaleza no es revelada pero que al preguntarle acá, en confianza a la vocera, contesta: -No hay piloto. ¿Por qué? no sabe. Pero el ambiente pronto se relaja cuando de pronto aparece un equipo de piloto, copiloto y sobrecargos. Entran apresuradamente a la aeronave. Ya hacemos fila. El tipo de gazné, saquito de gamuza, zapatos de piel italianos y gafas de diseñador está furioso. Grita. La empleada de la aerolínea que está detrás del mostrador, gurú de la paciencia y la diplomacia se disculpa y le informa que la espera ha terminado y que ya puede abordar. Él continúa maldiciendo, exigiendo, espetando rabia y espuma. Frente a mí, un tipo trajeado suda copiosamente. ¿Por qué no se quita el saco? Se le ve inquieto, incómodo, agitado. Le suena el celular, contesta, conversa de manera precipitada y cuelga. Se mueve constantemente y se acomoda los pantalones; pareciera como si le quedaran grandes. Trae aliento alcohólico. Estamos abordando; en la fila de al lado viene un mariachi completo. Nunca había volado con un mariachi. Al tipo del traje se le están cayendo los pantalones. De pronto descubro la naturaleza del problema: no tiene cinto. En su lugar se ha puesto la corbata. Con un nudo primitivo que me recuerda a Cantinflas lucha por mantener la prenda en su lugar. Ya ocupamos nuestros asientos. A mi lado reposa un tipo somnoliento. La verdad prefiero eso a un platicador. Me fastidia conversar con extraños, y más cuando se trata de un viaje de una hora. Yo no vengo a hacer amigos aquí; esto es un avión y quiero llegar a mi destino sin conversaciones para olvidar y sin amigos nuevos. Además no tengo necesidad de conversar; no me nace y no estoy ni ansioso ni angustiado. Me veo a mí mismo como un maniquí inerme, perfectamente inanimado, un monigote inexpresivo que no quita la vista del asiento de enfrente. Por eso el tipo de al lado no me molesta. Hasta que se queda dormido y deja caer su sudorosa y peluda cabeza sobre mi hombro.

El sujeto del gazné –que va en primera clase– ya está pegando de gritos otra vez; pelea con un pasajero que escucha música en su celular. La azafata le pide se ponga audífonos. En su defecto, apague el aparato, por favor. El caballero del gazné arremete ahora contra la sobrecargo, a quien acusa de no atenderlo apropiadamente. -¿Esto es primera clase? -le recrimina. Todos observamos, atentos.

Miro hacia atrás y encuentro al tipo del pantalón con el cinto-corbata; se desabrochó el cinturón del asiento y está reconfigurando el nudo de la corbata. Espero le funcione. Va rodando el carrito de servicio; sobrecargos reparten bolsitas de cacahuates: -¿Quiere tomar algo? -pregunta-, sí. Luego de ver que todo el mariachi ordena tequila, pido uno para mí. Me siento festivo y ya comienzo a escuchar en mi cabeza corridos y canciones de José Alfredo Jiménez. El tipo del gazné se ha puesto audífonos y duerme. Los mariachis beben tequila, ríen y como que quieren cantar. El de la corbata-cinto sigue nervioso y sudando. A mí se me rompió la bolsa de los cacahuates y fueron a dar al suelo. Se me antojó otro tequila, pero ya hemos iniciado el descenso. Tan bien que se estaba poniendo el ambiente.

El avión rebota sobre la pista, se enfila hacia la terminal, se detiene y en tanto que esto ocurre todos se levantan. Y así pueden permanecer 10, 15 y hasta 20 minutos, parados, esperando a que desarmen toboganes y abran la puerta. Ya nos bajamos. El tipo del gazné ya desapareció, el mariachi se baja en silencio y yo echo una último vistazo hacia atrás: el del cinto-corbata ya se le medio cayeron los pantalones. Qué alivio.

Por cierto, la corbata era de color rosado, muy llamativa.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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