Ahora con el Año Nuevo nos pusimos a recordar a nuestros padres y tíos muertos. De todos ellos aprendimos algo. Cosas que hoy parecen olvidadas o que no les damos la importancia que tenían antes.
De mi papá aprendí algunos consejos. Decía que en esta vida uno debe evitar tres cosas: subirse a una motocicleta, a un helicóptero y a una candidatura política. En una charla que tuvimos cierto día nos quejábamos que las cosas iban mal y que nos quedaba poco dinero. Entonces dio tres consejos:
—Si tienes el carro con un putazo, pero puede seguir andando sin problemas, no se lo arregles. Ve a la pulga y compra un Rolex chino y úsalo: la gente que sabe se va a dar cuenta que se trata de una copia chafa. Ve con el amigo más chismoso del grupo y pídele dinero: tárdate el doble en pagarle. Con esto lograrás que el tipo vaya por ahí diciendo que estás jodido y al tiempo te vas a dar cuenta quiénes eran realmente tus amigos y cuántos andaban detrás de ti por tu dinero y estatus. A esto hay que agregar que en estos tiempos andar presumiendo las riquezas es una peśima idea.
De un tío escuchamos un señalamiento importante: No discutas pendejadas mientras bebes. Es más: no discutas, punto. Te enganchas fácilmente, te peleas, no resuelves nada, encagatas la fiesta y pierdes amistades. En el mejor de los casos, terminas tan ebrio que al día siguiente a todos se les olvida lo que pasó. Discusiones de borrachos no llevan a nada porque el alcohol es un elemento disruptivo en una primer etapa y depresivo en fases ulteriores. Hay que tener cuidado. Y eso me lo dijo un tío alcohólico, por lo que sabía muy bien de lo que hablaba.
Otra tía se cansaba de hablar sobre las tarjetas de crédito, las compras compulsivas y las deudas. Ella había vivido una serie de descalabros financieros y después tuvo que lidiar con el hostigamiento de los ejecutivos del banco —y después con el bufete de abogados— por una deuda contraída a través de una tarjeta de crédito y un préstamo que no salieron bien. Su punto de vista es muy sencillo: destruye tus tarjetas de crédito. Si bien pueden resultar útiles para algunas operaciones y circunstancias, en general hacen más daño que bien. El segundo consejo es éste: —No gastes más de lo que tienes ni te vayas con la ilusión de que vas a tener más dinero pronto, porque así como lo ganas, lo puedes perder, y no solo eso: te puedes endeudar por algo imprevisto y no vas a encontrar la manera de pagar. Y, como decía otro tío sabio: el que debe, paga o suplica. Esa misma tía se quejaba de que los mexicanos no sabemos ahorrar. Totalmente cierto. Es una cultura que no tenemos. Vivimos al día.
Otro pariente nos decía que la gente no se quiere responsabilizar de nada, ni de sus propias vidas. —por eso, —decía— si quieres que algo se haga bien, empieza haciéndolo tú y luego le enseñas a otros cómo se hacen las cosas, pero no es suficiente: hay que estarlos supervisando constantemente, porque casi siempre son huevones o en el fondo les vale madre. Eso me recuerda una tía que se la pasaba maldiciendo y quejándose de todo. Ése era su carácter. Pues una tarde que merendábamos café con pan me dijo: —fíjate cómo la gente que se la ha pasado trabajando duro, sufriendo las horas y pasando las rudezas de la vida valoran lo que tienen y su carácter tiende a ser más afable, porque ni deben ni se les debe. —En cambio, —continuó— los huevones se la pasan quejándose de los que sí tienen y los acusan de abusivos y, lejos de reconocer y aplaudir sus logros, los calumnian y conspiran contra ellos.
El último consejo me lo dio un compadre de mi papá; —no te andes metiendo con otras mujeres para tener relación estable con ellas; si eso quieres, divórciate primero. Si lo que quieres es andar de cabrón, paga una puta cada tanto y ya, pero no pongas en riesgo tu familia y lo que has construido por un lío de faldas. Lo curioso es que a ese compadre su mujer lo echó de la casa por ese motivo, y cuando se lo recriminé, contestó: —mira, pendejo, haz lo que digo, no lo que hago.
Hay que dejar que los muertos hablen. Si bien muchos no predicaron con el ejemplo, sus vidas, como las de todos nosotros, fueron un mosaico de contradicciones, pero también de aciertos y sorpresas.
Adrián Herrera