Cultura

¡Comedia!

La historia que le voy a platicar es cierta.

1991, el crucero Océanos viaja por la costa de Sudáfrica. Trae más de 500 personas a bordo. El guitarrista Moss Hills y Tracy, su esposa, entretienen a la concurrencia. Todo va de puta madre cuando de pronto se escucha una explosión y los motores se apagan. Se va la luz y se encienden las de emergencia. Algo comienza a suceder que preocupa al guitarrista Moss Hills: los meseros se tambalean y dejan caer las bandejas. Afuera se desarrollaba una tormenta tremenda, lo cual creó condiciones muy peligrosas para la navegación. Las cosas empeoraron; el banco comenzó a ladearse, las personas tenían dificultad para mantener el equilibrio, pero notó algo que le preocupó aún más: no logró ver a ninguno de los oficiales de a bordo. El resto de los pasajeros del barco comenzaron a reunirse en el salón donde estaba Moss. Algunos de los artistas comenzaron a tocar para aliviar un poco la tensión y el nerviosismo, pero quedaba claro que algo muy malo se estaba desarrollando. Moss decidió ir a echar un vistazo; se llevó a Julian, un mago, y ambos salieron rumbo al cuarto de máquinas. En el trayecto se toparon con miembros de la tripulación que iban y venían, nerviosos y apresurados. Todos llevaban puesto su chaleco salvavidas. Cuando llegaron al cuarto de máquinas se dieron cuenta que estaba lleno de agua. Eso solo quería decir una cosa: el barco se estaba hundiendo. Cuando regresaron al salón ya se había dado la orden de abandonar el barco. Solo eso faltaba, coño. Y lo peor es que llegó la noticia de que un bote salvavidas ya se había ido con buena parte de la tripulación. O sea que no quedaba nadie para llevar a cabo las maniobras de evacuación y salvamento. Aun así fueron poco a poco viendo la manera de bajar a los pasajeros a los botes y de ahí al agua, pero luego de un tiempo el oleaje colocó al barco en una posición en la que ya no fue posible bajar más botes. Quedaban cerca de 200 personas. Ah, todo esto ocurre de noche, para variar. Desesperado, Moss se dirigió al puente de mando, pero al llegar vio que estaba vacío. Tomó el radio y comenzó a emitir el Mayday; alguien respondió: –Adelante, ¿cuál es su emergencia?

–Estamos en un crucero y se hunde.

–Ajá. ¿Cuánto tiempo le falta para que se hunda?

–No tengo idea: el barco está ladeado y se llena de agua.

–Deme su posición.

–Oh, no estoy seguro, en alguna parte entre East London y Durban.

–No me entendió: deme sus coordenadas.

–¿Coordenadas? ¿Y cómo carajo voy a saber eso?

–¿Cuál es su rango?

–¿Rango? Ah, sí: soy guitarrista–. Del otro lado del radio hubo un silencio preocupante. –¿Qué demonios hace en el puente?

–Vine a buscar al capitán.

– ¿Quién está ahí con usted?

– Ah, sí, bueno; está mi esposa, que es bajista. También está el mago.

–¿Mago?

–Sí, sí: el mago que trabaja en el barco.

–Lo que sea, busque al capitán.

Moss salió de ahí y un poco más tarde lo encontró: estaba acurrucado en la parte trasera del barco, fumando. Se le quedó viendo al tiempo que musitaba algo como “no es necesario, realmente no lo es”. Moss entendió que el capitán estaba en shock o algo parecido. Por fortuna dos barcos ya venían en camino, así como una flotilla de helicópteros. La tormenta arrecia, el barco se tambalea peligrosamente. Por fin llegan los rescatistas. Moss ayuda a evacuar al resto de los pasajeros. Todos se salvan. Otro músico relata cómo corrió al camarote del capitán donde estaban su perro y un canario. Rescató al perro. Al canario lo soltó en medio de la tormenta.

A ver, que un músico y un mago sean quienes rescaten a los pasajeros de un barco que se hunde es algo que nunca había escuchado. Y luego está el tema del perro y del canario, y el capitán acojonado fumando diciendo incoherencias.

El elemento cómico fluye de manera subrepticia a lo largo de toda esta terrible experiencia. Sometidos a las fuerzas de la naturaleza y sin la dirección de las personas competentes, el barco queda a merced de la música y la magia. Para fortuna de todos, el acto funcionó.

Adrián Herrera

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