En mi restaurante ofrezco algunos cocteles. Entre éstos hay uno que la mayoría de las personas no saben el porqué de su nombre: el coctel de Avogadro. Yo le voy a decir; lo hice en honor al físico-químico italiano Amedeo Avogadro. ¿Por qué? Le explico. El científico en cuestión elaboró a principios del siglo XIX la ley que hoy lleva su nombre y que establece que "Volúmenes iguales de gases diferentes, en las mismas condiciones de presión y temperatura contienen el mismo número de moléculas".
De ahí derivó el número o constante de Avogadro, fórmula que permite calcular el número de moléculas en un Mol de tal o cual sustancia. Me va usted a preguntar –y con justa razón– por qué es importante este cálculo. Bueno, porque existe una seudociencia llamada homeopatía. Por qué esa práctica absurda y sin fundamento científico ha subsistido hasta el siglo XXI no lo sé, pero gracias al señor Avogadro podemos establecer que sus métodos son más parte de una fantasía seudocientífica (no tan acuciante y estrambótica como la cienciología, pero igual de inútil) que de un proceso auténtico de búsqueda de terapias que en verdad curen. Sin ir más lejos: si usted analiza cualquier medicamento homeopático y busca la presencia de la sustancia activa que el frasquito dice tener, sorpréndase: encontrará usted dos cosas contundentes: nada y pura chingada. ¿Cómo es eso? Sencillo: la homeopatía diluye la sustancia activa en volúmenes de agua tan gigantescos y desproporcionados que al final ya no queda prácticamente nada de la sustancia original. Entonces, ¿cómo se supone que funciona la sustancia si ya no queda nada de ella en la preparación? Aquí viene la parte exótica del proceso. Los homeópatas sostienen que el agua donde se elaboró la mezcla posee la capacidad de recordar los efectos de las sustancias que uno diluyó en ella y que a mayor dilución mayor potencia. ¿Neta? Habrase escuchado semejante pendejada. La prueba de que la homeopatía no funciona se ha hecho tantas veces que ya cansa escucharla: en dos grupos de pacientes, uno de control al cual se le administra un placebo y el otro el medicamento homeopático real, se obtienen resultados idénticos, lo cual demuestra que la aplicación homeopática funciona sólo como un placebo. Lástima por la cantidad de médicos que decidieron especializarse en esa rama, porque siendo científicos debieron darse cuenta que se trataba de una seudociencia, un engaño que sí: reporta muchísimo dinero en consultas y ventas de esos fármacos medievales, pero que no resuelven más que una sesión espiritista o dos minutos en el confesionario de una Iglesia Católica. Por favor, ya tenemos suficientes charlatanes y payasos en el mundo con creencias y fórmulas mágicas. En resumen: la homeopatía funciona con base en una teoría improbable. ¿Sabe lo que significa eso? Pues que no puede probarse, así de sencillo. El punto es que no importa cuál sea su intención, lo que verdaderamente tiene sentido es si su terapia funciona, y en este caso me temo que esa chingadera no sirve para nada, porque fundamentalmente se trata de una contradicción.
Por esa razón confeccioné una bebida que hiciera honor a este científico que nos iluminó para entender un poco más sobre las relaciones de la materia y que nos ayuda hoy en día a luchar contra estas medicinas alternativas basadas en locuras y disparates centenarios que no sirven para nada. Gracias, Amedeo.
Venga a mi fonda y ordene uno, dos o más cocteles del químico italiano; dos cosas habrán de ocurrir: primero, se va a poner hasta el tronco de alcohol y, segundo, de seguro se cura usted de algo que la homeopatía no resolvió con sus chochitos de azúcar con alcohol barato. Garantizado.