La señora Valeria acude dos veces por semana a su tratamiento facial. Es un spa y beauty center que aspira a ser clínica y que ofrece tratamientos de la piel y procesos de embellecimiento y antienvejecimiento. Por ejemplo; te hacen peeling, faciales, botox –importantísimo después de los 40–, masaje antiestrés, mascarilla de lodo y chocolate, electrificación del occipucio, aceites regeneradores, agentes exfoliadores y folladores, limpieza profundísima, dile adiós al acné, tonificación muscular, placentera tardeada ultravioleta, reafirmante de glúteos, hidratación molecular, keratina cósmica, alaciado del vello púbico, vapor herbáceo y fulgorización de vulva. Encima, encienden incienso y ponen música new age. Te transportas. Además cuelgan un cuarzo encima y lo pendulean, para esto de las energías y así. Padrísimo. Hoy toca peeling; Mónica ya empieza el tratamiento. Platicamos de todo y la pasamos bruto. Ya aplica la primera capa y puedo sentir cómo mi rostro comienza a limpiarse.
Valeria también va al gym donde suda, fantasea con apuestos y musculosos jóvenes que, al igual que ella, trotan como hámsteres sobre la banda automática y fantasean con señoras de cierta edad. De ahí va con sus amigas al chismorreo en el localito donde venden infusiones, tesitos y extractos naturales que no sirven para una chingada, pero que nos dan la sensación de estar bebiendo algo benéfico para sus relucientes, aunque decadentes y cada vez más ineficientes metabolismos. Y a la hora de la comida, la nutrióloga nos recomienda ensaladas, pechuguitas de pollo y verduras al vapor con aderezo light libre de grasas trans y bajo en sodio. Valeria lleva una vida ¡tan saludable! Y los domingos va a misa, porque es piadosa, cumple con los preceptos, da limosna, se confiesa, reza y siente pena por las almas que viven en pecado, se persigna al tiempo que siente una especie de halo purificador formarse a su alrededor, protegiéndola de la hipocresía, la maldad e injusticia del mundo, y lo más importante para ella son ¡los valores!
Valeria atiende a su familia, saca a pasear a sus perritos y gatitos a los cuales les habla con voz pilluda y chillona –incomprensible e indescifrable– y luego de pasar horas chateando con sus amigas y compartiendo pendejadas en WhatsApp, ve su serie favorita en Netflix. Más tarde se topa a la sirvienta y le dice –hasta el cansancio– que todos somos iguales y que ella es parte de la familia, aunque no tenga ni puta idea de cuál es su apellido, el pueblo de donde viene, su familia o sus gustos ni la extraña lengua en la que a veces habla por el celular en su ratos libres –porque los tiene, claro–. De hecho cree que en todo el país solo se habla una lengua indígena, pero no está segura cuál es, solo sabe que se oye raro. –Mira, mientras me hablen en español y hagan su trabajo, no hay problema.
Valeria va los lunes a su clase de Biblia. –Si vieras qué interesante; hay un chorro de historias bien padres ahí. Los martes acude a la sesión de yoga y ahí se ha vuelto tan espiritual y conectada con la tierra y el universo. También está preocupada por la ecología; le ha tocado ir personalmente a una colonia pobre a plantar un arbolito; ¡fue tan emocionante! Quizá en 20 años aquello se convierta en un bonito parque. Claro, siempre y cuando los narcomenudistas y las prostitutas se alejen de ahí. Confiemos en Dios. ¿Cultura? Por favor. Valeria está muy involucrada con esto de la literatura y el arte. Por ejemplo: –El otro día fui a un recital de poesía; no le entendí bien al señor, pero se oía tan bonito. Y después nos llevaron al museo donde vimos unas pinturas bien locas. Ah, y en la galería de un amigo atendimos a la inauguración de un fotógrafo, pero no me gustó tanto porque había desnudos y no se... ¿está bien si es tipo arte y así? Valeria aporta su granito de arena a las buenas causas: cuando llega la exhibición anual de arte, compra cuadros y los guarda en un cuartito en su casa; algún día los va a colgar por ahí; el problema es que no le van a la decoración de la casa, y hay unos que nomás no van con la sala. Pero la cosa es ayudar, ¿no?
Valeria hace su buena obra: una vez al mes lleva ropa usada y juguetes a un centro de acopio para ayudar a Los Niños Pobres, mismos que en su puta vida ha visto, pero que desde niña la indoctrinaban con esto de Los Niños Pobres, y así le pregunta a su terapeuta facial: –Mónica... en la Iglesia siempre nos enseñaron que hay que tenerles lástima y que por eso tenemos que regalarles la ropita que ya no les quedan a nuestros hijos. Pero siempre he querido saber si Los Niños Pobres son una especie de institución, así como los Niños Cantores de Viena. ¿Los habrán inventado los de la Iglesia? Porque, puede ser, que conforme crecen, los vayan susituyendo, y así siempre están ahí.
Y así, mientras elucubra sobre tales cuestiones, la señora Valeria continúa con su conversación con su terapeuta, al tiempo que de su piel van cayendo células muertas, que develan poco a poco su rostro terso, bello y brillante.
Células muertas
- Columna de Adrián Herrera
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Adrián Herrera
Ciudad de México /