Cultura

Cangrejos

La última vez que salí a la calle vi gente derritiéndose en la banqueta; la grasa subcutánea se les estaba escapando por los poros, y en otros casos más dramáticos, por ojos, nariz y boca. Ah, y por los oídos

Es verano. En Monterrey hace un calor de su puta madre. A ciertas horas del día uno no ve ni gente ni animales domésticos en las calles, justamente por el calor. La radiación quema todo, seca todo, confunde todo.

Dentro de las casa donde no hay aire acondicionado se escucha a la gente gemir y lamentarse. Sudan, hacen gestos, se echan aire con lo que pueden, pero saben que no hay nada que hacer. Ni siquiera en la noche, cuando uno espera que la temperatura baje y nos deje dormir, ni siquiera a esas horas donde uno debe reposar para restaurarse, el calor cede. Nunca lo hace. Esa noche me tocó ver insectos cayendo al suelo, fulminados por la temperatura.

Un anciano, deshidratado y fatigado, cayó de rodillas al suelo y murió. De su boca salía una especie de vapor oscuro y ominoso. Un panadero, jadeante y mareado, cayó de su bicicleta, exterminado. Ni las moscas se acercaron a plantar sus huevecillos sobre su cuerpo. ¿Y plantas? Bueno, lo que queda de ellas. Los parques parecen grandes construcciones de naturaleza muerta. Hace tanto calor que si uno escupe, la saliva se vaporiza antes de llegar al suelo. Y de los pájaros ni hablemos; como el ave fénix, la mayoría se carboniza luego de unos minutos en vuelo. Sencillamente se encienden en llamas, es algo de no creerse, pero es cierto. La última vez que salí a la calle vi gente derritiéndose en la banqueta; la grasa subcutánea se les estaba escapando por los poros, y en otros casos más dramáticos, por ojos, nariz y boca. Ah, y por los oídos. Chorros de amarillenta y burbujeante grasa salen de sus orificios y se escurren por su piel. Después de varias horas, los músculos se van secando, se contraen y la piel se pega a los huesos, y así quedan los cuerpos, como momificados, como si los hubiera usted untado con cera o con laca. Y en los hospitales, a aquellos que mueren por choque de calor se les practica una autopsia, y se descubre que sus órganos tienen la consistencia de un paté y la apariencia de una ciruela pasa. Las calles son escenario verdaderamente apocalíptico; de los grifos sale primero una descarga de vapor y después magma. Los postes de luz están doblados y tocan el pavimento, como si fueran de hule y los hidrantes se han transformado en geysers. Las llantas de los automóviles son como gelatina derretida y obstruyen las avenidas. Hay incendios por todas partes, la atmósfera es irrespirable y está saturada de gruesas partículas negras que flotan como espíritus aciagos.

Debe haber mejores lugares para vivir. Y sí, también hay peores lugares para vivir. Y creo que en esos sitios vive gente que está pagando alguna deuda, un pecado, un cargo de conciencia, algo. No hay otra explicación. Por lo pronto aquí las personas han comenzado a cavar profundísimos túneles para construir refugios subterráneos enormes. Ingenieros ya fabrican tuberías de cobre para crear un radiador que recubra los túneles y enfríe el aire que viene de fuera. Nuevas fuentes de agua han sido descubiertas por las excavaciones, pero la mayoría están contaminadas con una mezcla de excrementos y químicos, por lo que se ha intensificado la búsqueda de nuevos mantos freáticos. Ya es poca la gente que vive en la superficie; se niegan a dejar sus viejas casas, sus costumbres, sus recuerdos, su estulticia.

Por las noches, cuando ya la temperatura ha cedido un poco, salen cientos de miles de cangrejos de las alcantarillas y de los escondrijos que se han cavado en la tierra. Sus patitas percuten agudamente el pavimento, recordando el sonido de las castañuelas; dentro de las casas la gente, temerosa, se asoma: entonces se escucha el crispar de dientes y los cristales de las ventanas se estremecen. Estos animales han desarrollado un antídoto contra el calor; debajo de su coraza se ha formado un segunda capa, y en ella se abren pequeñísimos ductos que provienen de órganos especiales que secretan una sustancia con alcohol. De esta manera sus cuerpos se mantienen a una temperatura adecuada. Los cuerpos de la gente que cayó durante el día y que se coció en esas duras horas de sol se descomponen. No hay animales que salgan a mordisquear aquello, pues morirían en pocos minutos. Ni siquiera las cucarachas, que siempre creímos sobrevivirían a cataclismos se observan: se secan y los cangrejos se las comen. Decía que una vez que se oculta el sol se dispersan, captan el aroma de la carne y avanzan frenéticamente, ondeando sus tenazas y mordisqueando los cadáveres regados por calles, banquetas y parques. Pero en un punto comenzaron a meterse a las casas y a atacar a sus habitantes, los cuales, deshidratados y sin fuerzas, sucumbieron ante las oleadas masivas de los cangrejos, que saturan todo. Ahora se desplazan lentamente hacia las profundidades, en busca de carne fresca.

En la superficie, la civilización ha desaparecido. Los edificios se derrumban y los huesos de millones de personas se convierten en ceniza, la cual se acumula en pequeños montículos, pues el viento dejó de soplar hace tanto tiempo.Abajo, la tierra tiembla.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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