Todos los días me llegan solicitudes de amistad al portal de Facebook. En su mayoría, es gente que no conozco. El término “amigos” en redes sociales no tiene nada que ver con la amistad, tal y como nos la enseñaron y como la practicamos desde hace siglos. No. La amistad digital es otra cosa. Para empezar, no es amistad; es más bien una especie de relato ficticio en donde personas que no se conocen intercambian emociones y hechos cotidianos banales para lograr estados catárticos para creer que ni están solos ni son ignorados. La realidad es que, sin estas plataformas, muchos de ellos ya se hubieran suicidado. Nunca antes había se visto cosa igual. Bueno, pues esos son los amigos que se generan en redes sociales hoy en día. Un colega se hartó del Facebook y cerró su cuenta. Un día me dijo que lo amigos que tenía allí solo eran “personas que no vienen al caso que quieren compartir contigo ideas estúpidas, emociones que solo a ellos les son relevantes, hechos de sus vidas que a nadie le importa, citas y pensamientos ridículos y cursis y posts de otras personas que a ti nunca se te habría ocurrido poner en tu muro: ahí está tu amistad”. Bueno, quizá exagera un poco.
Pensando en eso, llegué a la conclusión de que no necesito más amigos. De ningún tipo. Especialmente los amigos cibernéticos. Mire, a veces invito a gente a mi casa y en ocasiones alguien llega con uno o dos invitados no solicitados; gente que no conozco y que bajo circunstancias normales, nunca habría invitado. Cuando le pregunto a la persona que los trajo el porqué coño los invitó a mi casa, responde así: -son buenísima onda; ¡te van a caer súper bien y serán grandes amigos! Vuelvo a lo mismo: no quiero más amigos, a ellos no los invité y si tan bien te caen, invítalos a tu casa y cógetelos. No los traigas aquí, por favor.
Siempre he sido un poco antisocial. Los pocos amigos que tengo dirán que “poco” se queda corto: más bien bastante. Sí: hay algo de eso. La cosa es que no me gustan las fiestas ni las reuniones donde hay mucha gente; especialmente las bodas: ésas me ponen psicótico. Puedo tener y ejercer habilidades diplomáticas, pero eso no quiere decir que me guste socializar. Hago mis fiestas e invito a quien yo quiero. En eso soy muy selectivo. Voy a donde me conviene o a donde me siento a gusto. No asisto a eventos por convención social. Si es por contrato, bueno, pues yo lo firmé y eso quiere decir que me conviene, ya lo había dicho. De todo esto se desprende que no reacciono siempre como se supone debería; hace unos años murió la mamá de un conocido. Un amigo en común me avisó e insistió que, de no ir al funeral, “por lo menos” le marcara para externarle mis condolencias. Pues fíjate que no. Primero porque no conocía a la señora. Segundo, no siento ninguna empatía por el sujeto (ni me cae bien ni mal: me es indiferente), y finalmente, y como probable consecuencia de todo lo anterior, me vale madre. Eso me trae al tema de los cumpleaños, defunciones, partos, accidentes y otros fenómenos de interés social que día tras día aparecen —en carretilla y gritado a boca de jarro— en redes sociales. Hice un cálculo matemático y descubrí que si me pongo a dar pésames, felicitar gente por su nuevo trabajo o por su cumpleaños o poner “likes” o caritas felices por cualquier pendejada que publiquen, quedo debiendo tiempo para lograr todo eso. Al chile. Y pues fíjese que no me pagan por estar al pendiente de todos esos despliegues de cotidianidad. Pero no lo hago por eso, sino porque, como ya indiqué de manera clara y contundente, me vale tres kilos de reata.
Hay personas con serias necesidades afectivas. Requieren ser escuchados, atendidos. Lo entiendo. Pero yo no soy psiquiatra ni especialista en relaciones personales; de hecho, estoy en el lado contrario. Ni puedo ni quiero resolver su problema. Me concentro en mi vida, en mi familia, y en mis amigos inmediatos. Los “amigos” de Facebook pueden sobrevivir sin mí, de veras.
Pienso que la gente debe dejar a un lado esta ilusión de que tiene amigos que no lo son y que viven en lugares y circunstancias que no existen. Tal vez así puedan empezar a preocuparse por lo inmediato, por lo que realmente necesita atención. Además esto de las redes sociales no tienen mucho de sociales; no sustituyen la convivencia real ni aportan mucho que digamos. Llámeme anticuado, pero vengo de una época donde todavía éramos humanos, no androides ni personas deprimidas, encerradas en sí mismas obsesionados con un medio virtual donde todo ocurre y nada es lo que parece. En el fondo tiene que ver con cómo vives, no con esta ficción digital que poco se relaciona orgánicamente con nuestras vidas. Es evidente que no hemos sabido manejar la tecnología, no la adaptamos para nuestro beneficio.
Lo dejo con un pensamiento que me compartió mi compadre; un desconocido se le acercó para lograr un favor. Luego de un rato el tipo se refirió a él como “amigos”, pensando que de esa manera obtendría el favor en cuestión. Mi compadre respondió así: -amigos mis huevos, y no se hablan.