Cultura

Altitud

Tomamos asiento, nos abrochamos el cinturón y al tiempo el piloto toma el micrófono e informa una serie de cosas; su nombre, el del primer oficial, la hora local, las condiciones meteorológicas tanto del vuelo como las de la ciudad destino y un último y extraño dato: la altura a la que volaremos, que casi siempre son como 30 y tantos mil pies. Pienso que toda la información que nos ha compartido el capitán puede ser de alguna utilidad; lo de la altitud, no. A menos que uno sea parte del equipo de vuelo o se encuentre estudiando aviación, no me queda claro para qué coño sirve saber lo de los 30 mil pies de altura. ¿Seré una mejor persona después de escuchar eso? No lo creo; lo he escuchado tantas veces y no reporto ninguna mejoría, ni física ni espiritual ni he recibido algún tipo de revelación metafísica o experimentado una epifanía filosófica o artística. Quizá la utilidad sea la de tranquilizar al pasajero asegurándole que volaremos por encima de las montañas, evitando impactarlas y morir de manera espantosa.

Luego la azafata toma el micrófono, y a su vez anuncia algo así como "estamos por cerrar la puerta; si alguno de ustedes no está seguro de querer tomar el vuelo ahora es el momento de abandonar la aeronave". Por qué alguien querría bajarse del avión justo antes de despegar no lo sé, pero imagino una escena; un tipo pelón, regordete y nervioso –de seguro un contador público– va en el asiento del fondo. Está sudando y pasea, inquieto, un rosario entre sus manos. No: no le da miedo volar. La noche anterior ha soñado que el avión en que viaja se va a caer, pues ha cometido un pecado innombrable y Jesucristo le ha revelado que debe expiar su culpa muriendo. Se arrepiente, pero no sabe si le ha llegado el perdón. Se debate entre permanecer en su asiento o levantarse rápidamente y huir, pero sabe que la justicia divina terminará por llevarse a cabo y presiente que, una vez fuera, morirá arrollado por un taxista borracho.

Advertirle a los pasajeros que hay un momento para abortar el viaje levanta sospechas y podría poner a un paranoico o a un claustrofóbico en un predicamento. A menos de que se trate de algo urgente o apremiante no le veo el caso a programar un viaje, pagar el boleto, trasladarse al aeropuerto, documentar equipaje, pasar el fastidioso filtro de seguridad, esperar, hacer fila, tomar asiento, abrocharse el cinturón y fumarse todo el protocolo de seguridad y de pronto sentir espontáneamente una inquietud intensa que puede degenerar en pánico y que te lleve a abandonar el avión de manera abrupta.

Empero, supongo que se habrá dado el caso. De hecho, hace tiempo escuché la historia de un tipo que a mitad de la plataforma comenzó a pegar de alaridos y el piloto tuvo que regresar el avión para sacar al sujeto. Me suena a un caso de posesión diabólica.

Pienso que trabajar arriba de un avión es una especie de purgatorio. Uno está entre el cielo y la tierra, trabaja entre turbulencias de terror, clientes complicados, sonrisas forzadas y horarios de mierda. No me imagino ahí. Los que deberían querer salir huyendo son los empleados, no los pasajeros.

Hoy me bajé del avión y los 30 mil pies de altura aún surcan en mi cabeza como nubes traviesas, caprichosas y despreocupadas.

Todavía no se qué hacer con ese dato.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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