Vientras que con la asunción del cargo de Presidente Constitucional de la República Mexicana, Andrés Manuel López Obrador, en 2018, daba el banderazo para iniciar los trabajos tendientes a concretar su Plan de Desarrollo, que por lo demás significa implementar lo que él mismo ha denominado La Cuarta Transformación de México, en paralelo varios compañeros militantes de Morena, y diversas agrupaciones de activistas sociales, que se asumen de “izquierda auténtica”, estiraban -y estiran hasta la fecha lo más que pueden- la liga de “demandas revolucionarias” y de reivindicaciones, incluso históricas -pero pendientes-que tienen que ver con “la emancipación del proletariado y con el programa anticapitalista que le es inherente”.
Al colocarse en ese extremo de la utopía -si es que a ésta se le pueden ver puntos localizables en el tiempo y en el espacio-, los compañeros radicales ejercen presión al máximo para que el Titular del Ejecutivo Federal, acelere el proceso de transición hacia lo que el propio Andrés Manuel ha llamado “un cambio verdadero”, porque, de no hacerlo, tanto su gobierno, como él mismo pasarán a ser señalados y denunciados como representantes de un “régimen burgués” más que en el fondo sólo sirve al gran capital, mediatizando a las clases sociales subalternas, situación por lo cual, dicen, no es posible reconocerle algún avance en materia del cambio prometido, muy a pesar de los programas asistenciales que aplica para los grupos de la tercera edad, las madres solteras, los discapacitados, los estudiantes pobres, etc., y no obstante también de las obras de infraestructura y del combate a la corrupción que lleva a cabo.
Sobre este punto, sin embargo, y antes de que el lector tome partido, creemos necesario aclarar que los temas de la emancipación de los explotados, de su desenajenación y de la autogestión de los oprimidos en general, no es algo sencillo ni lineal, sino que, al contrario, es uno de los asuntos más complicados en la historia de los movimientos sociales y de las revoluciones; siendo ese el motivo por el cual su teorización y discusión ocupe ya, a estas alturas, millones de toneladas de obras impresas: libros, artículos, octavillas, etcétera, lo mismo que tiempos incontables invertidos en medios electrónicos: radio, televisión, redes sociales y otros más, en todos los cuales se han tratado de ventilar teorías, objetivos y posturas que, inmersos en tácticas y estrategias de lo más diverso, los líderes, dirigentes, activistas y otros actores políticos, junto con sus respectivas organizaciones sindicales, partidarias, microgrupales, frentistas, de cooperativismo, etcétera, delinean, expresan y trabajan la vía particular que creen es la más apropiada o efectiva para avanzar hacia aquellas metas, y siempre según su propia interpretación de las condiciones que prevalecen en la sociedad y el contexto internacional que les ha tocado vivir, optan, bien por la insurrección de masas, por la lucha legal que les permite negociar y escalar mejores niveles de vida, o bien por lo que se ha dado en llamar la “revolución pasiva”, que consiste en la conquista del poder político formal, a través de procesos electorales, para que, desde las instancias judiciales, el parlamento, el Ejecutivo Federal y/o los estatales; en otras palabras, desde el propio Estado, sean promovidos e implementados los cambios que, a juicio del gobernante, requiere la sociedad. De esta manera, mediante la revolución pasiva, el proceso de cambio asume un carácter gradual.
Empero, el tema acerca de cuál es la mejor vía para alcanzar la emancipación citada, es ya bastante añejo, y cobra relevancia, por lo menos en el plano teórico, cuando, en 1899, Rosa Luxemburgo lo aborda en términos del dilema: Reforma o Revolución (Rosa Luxemburgo, 1899), aunque antes de ella, para Marx, de acuerdo con Hobsbawm, “la cuestión no era si los partidos obreros eran reformistas o revolucionarios, ni siquiera lo que estos términos implicaban. No reconocía conflicto alguno en principio entre la lucha diaria de los obreros para la mejora de sus condiciones bajo el capitalismo y la formación de una conciencia política que presagiaba la sustitución de una sociedad capitalista por una socialista, o las acciones políticas que conducían a este fin. (Sino que) para él la cuestión era cómo vencer los diversos tipos de inmadurez que retrasaban el desarrollo de los partidos proletarios de clase, por ejemplo, manteniéndolos bajo la influencia de distintos tipos de radicalismo democrático (y por tanto de la burguesía o pequeña burguesía), o tratando de identificarlos con las distintas formas de utopía o fórmulas presentadas para alcanzar el socialismo, pero sobre todo desviándolo de la necesaria unidad de lucha económica y política”, (Hosbawm, 2020: 72).
Después de esta larga pero ilustrativa cita, tengo la impresión de que es justo en este punto donde estamos teóricamente empantanados en México, porque frente a la revolución pasiva que promueve el gobierno federal [muy parecida, por cierto, a la que realizó el General Lázaro Cárdenas en la segunda mitad de los años treinta del siglo pasado, y frente a la cual Pacheco y Anguiano (1975) reprochan a los comunistas de entonces porque, dicen, “les faltó visión y fueron incapaces de llevar adelante los cometidos revolucionarios que habían asumido, viéndose además envueltos y arrastrados a remolque por la inteligencia política que en esa época desplegaron el Estado y la burguesía a través del General Lázaro Cárdenas”, (1975:16)], hoy en día se observa una izquierda verbalmente radicalizada, que rechaza tanto el gradualismo como el reformismo.
Frente a eso, como en la época de Lenin, procede la clásica pregunta de: ¿qué hacer?, y con las posibles respuestas vienen asociados, en primer término, asuntos o temas directamente relacionados con la transición y, en segundo lugar con los mecanismos que nos permitirán o bien ir sentando las bases para desmontar, poco a poco, el libre mercado y la propiedad privada en los que se sustenta el sistema capitalista, o bien negar de tajo a éste, preparar el asalto al cielo y caer parado en el socialismo revolucionario del siglo XXI. ¿Usted qué opina?