De todos los ataques queDonald Trump está lanzando contra cosas valiosas —libertad de expresión, normas de reportes de información financiera, regulación en materia del clima, relaciones con aliados—, uno de los más peligrosos es su ataque a la educación pública K-12 en Estados Unidos.
A la Casa Blanca, junto con muchos republicanos, le gustaría que se disolviera el Departamento de Educación y que la enseñanza en el país se privatizara con un sistema de vales escolares que daría a los padres dinero público para pagar la matrícula de las escuelas privadas. Esto no solo desvía recursos de las escuelas públicas, que ya tienen un financiamiento deficiente, sino que se inclina por apoyar de manera desproporcionada a las familias acomodadas y a las escuelas religiosas.
Así que tuve una sorpresa agradable, algo poco habitual, en medio de un ciclo de noticias desalentador cuando leí, hace unos días, que los esfuerzos republicanos por promover los vales escolares han tenido muy poco efecto para reducir la matriculación en las escuelas públicas. En un nuevo estudio realizado por académicos de la Universidad de Tulane se concluye que, en los 11 estados que adoptaron vales educativos desde 2021, el sistema solo aumentó la matrícula en colegios privados entre 3 y 4 por ciento.
Parte de esto puede deberse a que los vales educativos no cubren completamente el costo de las caras escuelas privadas. Las personas que los adoptan parecen optar por planteles religiosos relativamente económicos (al menos para los estándares de las instituciones privadas). Pero sospecho que esto se debe a que los estadunidenses en general, tanto republicanos como demócratas, apoyan en gran medida la educación pública. De hecho siguen siendo uno de los últimos espacios compartidos del país donde las personas se relacionan de forma regular con los que son diferentes a ellos.
Dado este apoyo, resulta desconcertante que la Casa Blanca aumentara en los últimos meses la presión federal sobre cómo y qué se enseña en las escuelas (algo que se supone es competencia de los estados), que ampliara el sistema de vales educativos, que recortara drásticamente los presupuestos educativos y que permitiera la entrada del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) a los salones de clases. La mayoría de las familias en Estados Unidos no quieren todo esto.
Pero en otro sentido, es totalmente acertado. Los vales fueron, después de todo, una idea de Milton Friedman. El economista libertario alguna vez dijo: “En mi mundo ideal, el gobierno no sería responsable de proporcionar educación, como tampoco de proporcionar comida y ropa”. Si el dinero público puede apoyar a más niños MAGA en escuelas evangélicas, mucho mejor en el mundo de Trump.
También es probable que al presidente le preocupe el poder que los profesores y las escuelas públicas puedan desempeñar en la lucha contra la desinformación y la polarización que alimentan su política. Es revelador que Mike Pompeo, ex secretario de Estado de Trump, dijera una vez: “Me preguntan: ‘¿Quién es la persona más peligrosa del mundo? ¿El presidente Kim Jong-un? ¿Xi Jinping?’. La persona más peligrosa del mundo es Randi Weingarten. No es una decisión difícil”.
Weingarten, para los que lean esto desde fuera de Estados Unidos, se les puede perdonar que no lo sepan, es la líder del segundo sindicato de maestros más grande de EU. En su nuevo libro, Why Fascists Fear Teachers (Por qué los fascistas temen a los profesores), expone parte de la historia de la reacción autoritaria contra la educación pública y sus profesores, desde la época de la reconstrucción posterior a la Guerra Civil en EU, pasando por Europa en la década de 1930, hasta la justificación de Vladímir Putin de la mano dura contra los profesores y las universidades en Rusia (“las guerras las ganan… los maestros de escuela”).
También cita al psicólogo canadiense Bob Altemeyer, quien descubrió que la falta de “pensamiento crítico” hace que la gente sea más receptiva a los líderes autoritarios. En sus palabras, “lo último que quiere un líder autoritario es que sus seguidores empiecen a usar la cabeza”. O, como Trump lo expresó de forma tan memorable luego de su victoria en las primarias de 2016: “Ganamos con gente con poca educación. Me encantan los que tienen poca educación”.
Solía ser la función del presidente unir al país en tiempos difíciles. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, todos los habitantes de la Oficina Oval se levantaban para tratar de calmar a la nación tras la violencia política. Trump, por supuesto, hizo justo lo contrario luego del asesinato del activista conservador Charlie Kirk, llamando a una guerra contra la “izquierda radical”. Esto bien puede incluir a educadores y sindicatos, que ya comenzaron a prepararse para futuros ataques, con planes de acción estratégicos y la redistribución de recursos con sede en Washington a otras partes.
Los profesores están en la primera línea de las aterradoras divisiones políticas en Estados Unidos de la actualidad. Pero las escuelas públicas también son uno de los pocos lugares donde aún se puede imaginar una sanación a gran escala. Consideremos, por ejemplo, el papel que desempeñan las escuelas en la lucha contra la desinformación digital y los problemas de salud mental. Varios estados aprobaron, o están en proceso de aprobar, prohibiciones de teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos, lo que significa que los estudiantes de las escuelas públicas no pueden usar sus dispositivos mientras se encuentran en las instalaciones. La prohibición en Nueva York comenzó este mes, y los primeros informes anecdóticos de educadores muestran que —¡sorpresa!— los estudiantes se distraen menos y es más probable que interactúen con los profesores y hablen entre ellos.
Las escuelas públicas también están adoptando el “aprendizaje basado en proyectos”, lo que significa que los estudiantes se levanten de sus sillas y se adentren en el mundo real, trabajando en experimentos en grupo. Hablar entre nosotros es, por supuesto, la forma de protegernos de la “atomización” que Hannah Arendt advirtió que alimenta el fascismo. Eso por sí solo es una razón para apoyar a las escuelas públicas.