La información sobre las masacres de civiles en Bucha, cerca de Kiev, no puede ser, por desgracia, una sorpresa. En respuesta, Emmanuel Macron, presidente de Francia. argumentó que “lo que ocurrió en Bucha exige una nueva ronda de sanciones y medidas claras, así que nos vamos a coordinar con nuestros socios europeos, en especial con Alemania”. Agregó que “sobre el petróleo y el carbón, debemos ser capaces de avanzar. Sin duda debemos avanzar en materia de sanciones, no podemos aceptar esto”. Pero las sanciones son insuficientes. También es necesario un embargo a la importación de gas ruso.
De acuerdo con la Agencia de Información de Energía de Estados Unidos, en 2021, 74 por ciento de las exportaciones de gas natural de Rusia se destinaron a miembros europeos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Eso representará 5 por ciento de los ingresos de exportaciones de Rusia. La diferencia entre esas exportaciones y las de petróleo y carbón es que a Moscú le resulta más fácil cambiar su destino que en el del gas, cuyo transporte depende de infraestructura que no es flexible.
Por lo tanto, sumar el gas a la lista de productos en embargo aumentaría el dolor que siente Rusia. Las objeciones a esta idea son que algunos países europeos son más dependientes del gas ruso y, por tanto, para ellos los costos de un recorte sustancial en las importaciones pueden ser enormes.
Entre los países más vulnerables están Alemania e Italia. Alemania depende de Rusia para un tercio de su consumo de energía. Además, recibió 58 por ciento de su gas de Rusia en 2020, mientras que Italia recibió 40 por ciento. Además dependen en gran medida del gas: el consumo de Alemania es más del doble que el de Francia, cuya capacidad de generación nuclear es grande. Un embargo del suministro de gas puede arrasar la economía de Alemania y de otros países igual de vulnerables.
Sin embargo, estudios económicos recientes sugieren que este temor es exagerado. Un documento sobre Alemania elaborado por economistas encabezados por Rüdiger Bachmann, de la universidad de Notre Dame, señala que la atención debe centrarse en el gas, ya que el petróleo y el carbón se suministran en los mercados mundiales. En caso necesario, como señala el documento, “existe suficiente capacidad en el mercado mundial de otros países exportadores de petróleo y carbón para compensar el déficit”. Rusia también puede trasladar sus exportaciones a otros lugares, aunque sea con descuento.
¿Qué pasa con las sanciones al gas? En el corto plazo, la pérdida de gas ruso no podrá compensarse con importaciones de otros lugares. El documento parte de la base de que el resultado de un embargo sobre la energía rusa será un recorte de 30 por ciento en las entregas, lo que supone cerca de 8 por ciento del consumo total de energía de Alemania. Los puntos clave son que la capacidad de sustitución del gas en el consumo y la producción es menor a largo plazo y mayor en algunos usos. Con unas elasticidades de sustitución a corto plazo muy bajas, un descenso de 8 por ciento en el consumo de gas, petróleo y carbón conlleva una baja de 1.4 por ciento en el producto interno bruto (PIB), lo que supone un costo de entre 500 y 700 euros al año para cada ciudadano alemán. Con una caída de 30 por ciento, las pérdidas económicas se elevan a 2.2 por ciento del PIB (2.3 por ciento del gasto nacional bruto) o mil euros al año por ciudadano. Si se tienen en cuenta los posibles efectos macroeconómicos de segunda ronda, este impacto puede alcanzar 3 por ciento del PIB.
Existen estimaciones alternativas. En un estudio de Clemens Fuest, del instituto ifo de Múnich, que se presentó en el foro de economía y finanzas Ambrosetti del fin de semana, se muestra que las estimaciones de la disminución del PIB varían entre un diminuto 0.2 por ciento y 6 por ciento. Como él mismo afirma, “no lo sabemos realmente”. Pero sí sabemos que si fuera necesario un embargo, lo mejor será hacerlo ahora: como explica el documento citado, la justificación “es la estacionalidad de la demanda de gas. Un corte de gas ruso durante los meses de verano se podrá sustituir con gas noruego y de otras fuentes, manteniendo el suministro industrial”.
Un embargo total de las importaciones energéticas rusas en Europa será una declaración de voluntad colectiva en defensa de los valores sobre los que se fundó la Europa de la posguerra contra su enemigo más feroz. Alemania tiene el deber de liderar. Sí, tendrá costos importantes pero, después de todo, las razones por las que es tan vulnerable son lo que el economista Hans-Werner Sinn llama con razón “el fiasco energético de Alemania”, con su cierre de la energía nuclear y su excesiva dependencia de Rusia. Además, incluso en los peores supuestos, estos costos serán modestos en comparación con los que sufren los afectados por la crisis de la eurozona.
Hay que ayudar a Alemania y a otros países vulnerables. El gas disponible debe tratarse como un recurso europeo y será un magnífico que Reino Unido se sume. También será necesario adoptar políticas fiscales que amortigüen el golpe a las personas vulnerables.
El objetivo a largo plazo debe ser que Europa importe de cualquier parte, mientras Rusia dependa de los mercados europeos. El objetivo a corto plazo será dificultar al máximo la vida de Putin. Una alternativa superior será la sugerencia de Ricardo Hausmann, de Harvard, de aplicar un impuesto penal a las importaciones rusas por parte de la mayoría de los compradores, en todo el mundo. Por desgracia, eso no va a ocurrir.
De todos modos, es posible que la exigencia de Putin de pagar en rublos acabe cortando los suministros, pero esto es necesario. Con razón o sin ella, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) decidió no defender militarmente a Ucrania. Lo menos que pueden hacer los europeos es utilizar todas las demás herramientas a su disposición. Deben asumir y compartir los costos de cortar las importaciones rusas de energía. Deben crear una política energética que maximice la flexibilidad y la resiliencia. Es hora de actuar.