Después de aprobar su “gran y hermosa” ley de recortes fiscales, Donald Trump ha estado ocupado reavivando su agenda proteccionista. La semana pasada, el presidente de Estados Unidos (EU) extendió hasta el 1 de agosto la pausa de 90 días a sus aranceles de “día de liberación” y envió cartas contundentes —además de publicar mensajes provocadores en redes sociales— a sus principales socios comerciales, instándolos a cerrar acuerdos rápidos con su administración.
También propuso un arancel de 50 por ciento al cobre y uno de 200 por ciento a productos farmacéuticos. Wall Street, sin embargo, reaccionó con indiferencia. El índice S&P 500 sigue cotizando cerca de máximos históricos, más de 25 por ciento por encima de los niveles a los que cayó tras los primeros anuncios de aranceles “recíprocos” hechos por Trump el 2 de abril.
Dado el carácter intermitente de las declaraciones arancelarias del presidente, es difícil no solo seguir el nivel actual de tarifas, sino también predecir hasta dónde podrían llegar. Dicho esto, incorporando los anuncios de política hasta el 13 de julio, el Laboratorio de Presupuesto de Yale estima que la tasa arancelaria efectiva promedio en EU podría alcanzar su nivel más alto en más de un siglo, alrededor de ocho veces por encima de la registrada el año pasado.
A estos niveles, la mayoría de los economistas esperarían que los aumentos de precios inducidos por los aranceles terminen afectando los márgenes de ganancia y el crecimiento económico. Si ese es el caso, el mercado bursátil estadounidense no ha recibido el mensaje. El apetito por el riesgo sigue siendo alto y las valoraciones, elevadas.
Existen dos explicaciones dominantes para este optimismo. La primera es que los inversionistas se han convencido de que el presidente no cumplirá sus amenazas arancelarias más extremas, una estrategia conocida como “Trump siempre se echa para atrás”, o el trade “Taco”.
El presidente, sin duda, tiene antecedentes de posponer o cancelar políticas económicas perjudiciales. La segunda es que los aranceles vigentes hasta ahora —incluido uno universal de 10 por ciento— aún no han tenido un impacto significativo en la inflación ni en el crecimiento económico.
Ambas narrativas son peligrosamente optimistas. Confiar en que Trump retrocederá el 1 de agosto requiere, como mínimo, un acto de fe. La semana pasada, el presidente afirmó que sus aranceles habían sido “muy bien recibidos”, citando como evidencia la reacción del mercado bursátil.

El desempeño económico actual de EU también es un mal indicador de lo que podría venir. La acumulación de inventarios ha ayudado a contener la traslación de los aranceles a los precios al consumidor. Numerosas empresas han retirado sus previsiones de ganancias ante la incertidumbre. Además, el paquete arancelario completo de Trump aún no ha sido implementado.
La administración está considerando nuevos aranceles específicos por sector, lo cual podría afectar a la industria tecnológica, que ha sido el motor del reciente auge bursátil. Por estas razones, los resultados corporativos del segundo trimestre que se presentarán en las próximas semanas deben analizarse con cuidado.
También han aumentado los riesgos políticos más amplios. La semana pasada, la Casa Blanca acusó al presidente de la Reserva Federal (Fed), Jay Powell, de gestionar de forma “atroz” la renovación de la sede del banco central. Esto abrió un nuevo frente en los ataques desestabilizadores de la administración contra la independencia de la Fed. Además, el presupuesto deficitario impulsado por Trump genera inquietudes sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas. La economía también pierde impulso: el mercado laboral se enfría y el gasto del consumidor se debilita.
El sector corporativo estadounidense ha demostrado su resiliencia, desmintiendo hasta ahora los pronósticos más pesimistas, y no sería la primera vez que Trump recule. Pero la sola incertidumbre creciente ya es razón suficiente para que los inversionistas actúen con cautela. Una corrección desde los niveles actuales sería dolorosa: el mercado bursátil está fuertemente concentrado y la proporción de activos familiares invertidos en acciones también está cerca de un máximo histórico.
Hoy por hoy, las acciones estadunidenses parecen estar valoradas bajo el escenario más optimista posible. Con un líder impredecible en la Casa Blanca, eso se parece más a un acto de fe ciega que a un ejercicio de pensamiento racional.
JLR