La doble vida de Rocío Sánchez es una muestra de que Donald Trump no comprende muy bien la mano que mece la cuna: mientras agentes migratorios quieren cazar a migrantes, marcas globales como Nike, la de los tenis Jordan y la francesa Sephora llevaba gente como Rocío para que venda en sus eventos privados frutas picadas bañadas de chamoy, limón y piquín. Todo con ese toque único de las mexicanas.
Bajo el sol de Los Ángeles, esta mujer, armada con su carrito metálico copeteado de sandías, mangos y pepinos, día con día, se convierte en un símbolo de paradojas: quien hasta hace poco se encerró por dos meses en su casa para no ser aprehendida por la 'migra' del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, el temido ICE, es la misma que se encarga de adornar campañas publicitarias, bodas de Beverly Hills y pasarelas.

“Gracias a Dios me han contratado marcas muy reconocidas, me contactan por Instagram o Google: les gusta mi trabajo”, describe Rocío Sánchez en entrevista con MILENIO.
“El problema es que también vendo fruta en la calle, donde me pueden agarrar y, por eso, en las redadas recientes ya no salía y envié a mis hijos a México”.
El miedo es real. En lo que va del año fiscal 2025 al menos 59 mil indocumentados han sido detenidos por ICE y enviados a tribunales de migración; de los cuales, 42 mil no tienen antecedentes penales, según un estudio de la Cámara de Acceso a Registros Transaccionales (TRAC, por sus siglas en inglés), un centro de investigación especializado en estadística de la Universidad de Syracuse.
TRAC analizó las cifras desde octubre pasado, cuando arrancó el año fiscal, y detectó 467 mil casos nuevos de migrantes en proceso de deportación, que se sumaron a los 3.4 millones pendientes de resolver.
Reconoció que en el mismo periodo, 810 mil fueron expulsados de Estados Unidos tras recibir un veredicto y que, de estos, 418 mil se repatriaron después de firmar su “salida voluntaria” y que al resto se le obligó. De todos esos casos, sólo el 1.5 por ciento tenía antecedentes criminales y el 78 por ciento no contó con abogados que los pudieran defender.
Trump la trae contra California
Según el análisis de TRAC, aunque el estado con más migrantes en tribunales es Texas, desde que California se declaró “estado santuario” –donde la policía local no coopera con los agentes de inmigración del ICE– el mandatario estadunidense se la tiene jurada a esta entidad gobernada por demócratas y le lanza estridentes redadas y más de cuatro mil soldados de la Guardia Nacional y marines.
El alboroto confinó a miles de indocumentados ante el pavor de que les tocara la mala suerte y los llevaran de vuelta a sus lugares de origen. Y entre ellos están principalmente los y las mexicanas, que en muchas ocasiones no se puede montar un changarrito en México sin la amenaza de ser extorsionados o de hallarse en medio de una balacera entre criminales.

Rocío Sánchez llegó a Estados Unidos con 16 años, acompañada de una tía.
“Solo venía a conocer, pero me fui quedando”, recuerda.
Lo primero fue pagar al coyote: 4 mil 500 dólares, una deuda que tardó dos años en saldar con trabajos precarios. Recolectaba latas para reciclar, atendía en restaurantes, vendía joyería barata en el centro de Los Ángeles. Lo que ganaba apenas alcanzaba para enviar algo a México y cubrir los gastos básicos.
Cuando terminó de pagar, pensó en regresar. Pero cada vez repetía: “un año más, un año más”, hasta que el tiempo la enraizó en California. Hoy, 12 años después, sigue empujando su carrito de fruta, el negocio que le permite atender a sus hijos en cualquier momento, puesto que su ex pareja la dejó y desatendió a la familia.
“Había embarazado a otra”, añade Rocío a modo de fría explicación.
La vida la ha llevado una y otra vez a agudizar el instinto de supervivencia a salto de mata. En junio y julio pasados, mientras resistía en el encierro por las embestidas de ICE en su barrio de Los Ángeles, las noticias de la Guardia Nacional estadunidense apostada en los supermercados se mezclaban con la información mexicana.
El 6 de julio, el gobierno de México reconoció que en unos cuantos días había gestionado 32 mil 622 llamadas por extorsión, y que desde febrero, la frontera norte ardía con la detención de más de 5 mil personas, el decomiso de más de 4 mil armas de fuego, quién sabe cuántos kilos de fentanilo y miles de cartuchos.
Detrás del teléfono, Rocío Aparicio, su mamá, insistía en lo mismo: que regresara, que en la Ciudad de México está todo más seguro que antes, pero la hija se la pasaba pensando:
“Allá no me va a alcanzar el dinero y en Los Ángeles ya tengo mis clientes fieles, otros hasta famosos, ¿qué va a ser de las chicas que me ayudan?”.
Y por otro lado, se dice y repite: “Pero, si me agarran, ¿con quién se quedan mis niños?”.
Su cuñada le llevaba la comida a casa para que no saliera y evitar así una repatriación. Rocío vivía de sus ahorros, que por disciplina tenía guardados en el colchón para el invierno: la fruta es negocio del tiempo de calor.

El 11 de julio vio desde el televisor que la presidenta Claudia Sheinbaum confirmaba que las redadas en California desatadas desde un mes atrás sumaban ya 355 connacionales detenidos.
Los hijos de Rocío, de seis y siete años, viajaron hacia Iztapalapa para resguardarse con la abuela. El niño, sin embargo, fue tajante: “Vamos sólo de vacaciones, mamá, y regresamos”. Ella se negó a hacer promesas.
“Están entre la espada y la pared porque su situación es vulnerable allá, pero regresar aquí implica enfrentarse a la inseguridad de otro tipo”, observó Taurino Castrejón, abogado migrantólogo con sede en Acapulco, Guerrero, uno de los estados más golpeados por la inseguridad y la violencia.
Entre dos tierras
Cuando llegaron los nietos a la casa de Rocío Aparicio, esta acomodaba ropa sobre una mesa de tianguis. Entre semana vende prendas usadas, y los fines de semana prepara quesadillas en un comal para festín de otros clientes.
En cualquier caso, puede ver a sus nietos jugar en la calle y recordar el día en que sus hijos empezaron a hablar del “sueño americano”. Tenían 15 años.
“Mi esposo y yo, como papás, les decíamos que no, pero insistieron. Al final, mis hermanos se los llevaron: primero a mi hijo Juan, después a Rocío”, describe en entrevista con este diario desde su hogar.
Con el dinero que enviaban Rocío Sánchez y su hermano, la familia levantó su casa “de granito en granito”. Piso a piso, el hogar creció hasta convertirse en símbolo de lo que sus hijos habían logrado en el norte.
“Siempre me han ayudado, gracias a Dios”, dice la señora Aparicio.
“Ahora yo quiero ayudarlos a que vengan los niños y prueben si pueden seguir aquí. Y mi hija también. Mis nietos están felices cuando vienen, y yo también, feliz. Cuando se van, me dejan llorando”, confiesa la abuela.
En México los chicos descubren otra vida.
“Aquí tienen más espacio. Hablan español con fluidez, aunque sueltan frases en inglés que provocan risas cuando yo no entiendo y se ríen y dicen: ‘abuelita, esto quiere decir tal cosa’”.
Los nietos se convierten en puente entre dos mundos. “Si tuvieran que regresar definitivamente (a México), yo creo que sí se acoplarían, porque han venido desde chicos en cada verano”, analiza la abuela.
Esa binacionalidad de corazón no es cualquier cosa. Costó una traición en el seno familiar, cuenta Rocío Sánchez. Su ex pareja la abandonó cuando los niños eran bebés y la denunció a las autoridades de Estados Unidos “porque ella recibía ayudas alimentarias”. Él alegó que sus hijos vivían en México mientras ella cobraba estampillas en California.
“Tuve que traerlos de urgencia a Los Ángeles, presentarlos con la detective. Si no, me los quitaban”, recuerda.
Una trabajadora social del hospital la ayudó con un abogado. Finalmente, pudo demostrar que enviaba leche y pañales a México y que nunca había ocultado nada. “Fue de las peores experiencias de mi vida”.

Desde entonces, prefiere no acercarse a programas de ayuda.
“Me quedé con miedo. Prefiero trabajar a diario, aunque venda 20 o 30 dólares. Nadie te los regala, pero en México costaría mucho trabajo juntarlos y por eso me lo pensé dos veces y cambié de opinión. Traje a mis hijos de vuelta y los metí otra vez a la escuela en Los Ángeles”.
Eso decidió ahora, pero… quién sabe mañana.
Su madre lo tiene más claro. En su hogar de tres pisos, al fondo de una cerrada en Iztapalapa, que parece un pueblo entre pequeños negocios, perros tirados al sol, geranios en los portales, resume:
“Aquí está la casa de mi hija. Si algún día regresa, bienvenidos todos. Cuando uno le echa ganas, cualquier negocio es bueno”.
Pero la hija duda: los agentes de migración ya no han rondado su barrio y algunos de sus clientes volvieron a contactarla. Los famosos la tratan como si fuera uno de ellos, dejan que sus hijos jueguen con los suyos y comen en sus mismos platos, en tanto ella pica y pica fruta en sus jardines.
Hace unos días, una mujer de la farándula cuyo nombre omite por discreción le dijo:
“Si te agarran, llámame, conozco un abogado muy bueno”.
¿Autodeportarse o arriesgarse?
Rocío Sánchez no quiere someter a su familia a una autodeportación.
Está al tanto de lo que el gobierno de Trump persigue al haber creado el sistema de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP Home), una aplicación móvil gratuita que permite a personas que se encuentran en Estados Unidos sin estatus legal notificar su intención de salir voluntariamente del país.
Originalmente lanzada en 2020 como CBP One para la programación de inspecciones de carga y solicitudes de asilo, la app fue reconfigurada en marzo de 2025 para facilitar la “autodeportación voluntaria”, con supuestos beneficios que a Rocío no le convienen.
No va a dejar su vida atrás, aunque el gobierno de Estados Unidos le compre el boleto de una sola dirección para que regrese a México o porque le dé un bono de salida de mil dólares y le condone multas. Aun así, ¡las redadas no se las quita de la cabeza!
“A veces es difícil aceptar que no hay salida”, observa Israel Concha, fundador de la organización binacional New Comienzos, la cual apoya a repatriados en su proceso de adaptación a México.
En los últimos días, la organización distribuye cajas de información sobre la reintegración al país de origen. El paquete al que llamó Dream en México contiene números telefónicos, correos y links sobre cómo pueden encontrar mentoría, apoyo legal y emocional gratuitos y orientación para sacar documentación oficial como la Clave Única de Registro de Población (CURP), la credencial para votar (el INE) o el Registro Federal de Contribuyentes (RFC).

“Queremos que la gente sepa que hay vida después de la deportación y evitar que caigan en acciones desesperadas… hasta el suicidio”, subraya Israel Concha.
“Eso es una realidad que está pasando y debemos evitar”.
La organización incluso tuvo que certificar a sus miembros en Nevada para poder atender emergencias psicológicas. “Es un tema de todos los días”, agrega.
New Comienzos lamenta que el gobierno mexicano no emprenda este tipo de acciones porque, con el presupuesto que maneja, podría llegar a muchas más personas.
Tampoco el aparato gubernamental mexicano ha querido apoyar la certificación de habilidades de los repatriados; en cambio, el Departamento de Estado y la Universidad de Pensilvania iniciaron un programa de certificación sin costo.
“Esas son las contradicciones que tiene la migración en los dos países”, resalta Israel.
Una nación que los quiere echar, pero los certifica; el otro, que los llama héroes, pero no suelta dinero para atender su deportación.
Un Presidente que quiere echar a la mexicana que vende fruta como Rocío Sánchez, la misma a la que marcas en Estados Unidos quieren que les prepare delicias con chile piquín en sus fiestas y presentaciones.
MD