En Mapimí, Durango, las casas parecen vigías. Aunque el tiempo las haya despojado de habitantes y cubierto de polvo, aún conservan esa forma de mirar por encima del hombro, como si recordaran cuando la amenaza llegaba por el horizonte y el miedo se medía en metros de altura.
Este Pueblo Mágico, enclavado en el corazón de la Comarca Lagunera y nombrado oficialmente así en 2012, no solo es un destino: es un lugar donde la piedra habla, los muros conservan secretos y la memoria se pasea descalza entre calles empedradas, túneles coloniales y paisajes que alguna vez fueron campo de batalla.

A 80 kilómetros al noroeste de Torreón, Coahuila, y a 266 kilómetros de la capital duranguense, este enclave, que el pasado 25 de julio celebró el 427 aniversario de su fundación, se erige con el icónico Cerro de la India Bonita custodiando su horizonte.
Las casas que vigilaban
Fundado el 25 de julio de 1598 por el jesuita Agustín de Espinoza y el capitán Antón de Zapata tras el hallazgo de minerales preciosos, Mapimí nació en medio de tensiones. Los españoles lo llamaron Santiago Mapeme, en referencia a los cocoyomes, habitantes originarios que lo nombraban así: “cerro elevado”.
La bonanza minera fue el motor de su desarrollo, explica José Ángel Ramírez, guía desde hace 26 años del Museo Benito Juárez, espacio donde por algún tiempo vivió la familia del Benemérito de las Américas.
"Mapimí debe su origen a la llegada de los españoles en 1598, quienes siguiendo el Camino Real, buscaban riquezas para la realeza. La Mina de Ojuela fue clave; es la segunda mina polimetálica más grande del mundo y la primera en variedad de cristales y especímenes, lo que impulsó el crecimiento de Mapimí", detalla.

Las edificaciones del Centro Histórico reflejan la diversidad de nacionalidades que llegaron con la fiebre minera.
Sus gruesas paredes no solo protegían de los climas extremos (fríos crudos y calores intensos), sino también de los ataques de las tribus.
"La idea era que fueran construcciones térmicas, con techos y paredes altas para una circulación de aire constante, adecuadas para vivir cómodamente", comenta el especialista.
Desde el inicio, el pueblo fue también herencia de la guerra. No solo por la fiebre minera que atrajo a aventureros, acaparadores y misioneros, sino por la constante resistencia de los pueblos originarios: cocoyomes, tobosos, tepehuanes.
Ellos no solo conocían la tierra, eran parte de ella. Y la defendían.

Arriba de la mina de Ojuela, a mil 900 metros de altura, aún se encuentran pinturas rupestres que atestiguan su presencia.
Las casas más antiguas aún conservan una particularidad: fueron levantadas con dos pisos en una región donde el calor quema, el adobe manda y la sencillez horizontal solía ser regla.
¿Por qué? Algunos cronistas orales aseguran que esos segundos niveles no eran lujos, sino trincheras. Desde allí se vigilaba, se resistía, se lanzaban advertencias.
Fueron los tiempos donde el miedo dormía en la planta baja y la esperanza despertaba en el mirador.
“El ataque más fuerte fue en 1715”, recuerda José Ángel Ramírez. “Ese año, la imagen del Señor de Mapimí tuvo que ser resguardada y trasladada por la Sierra de Jimulco. Se dice que se escondió en lo más alto del monte, y luego en Cuencamé, donde permanece hasta hoy”.
La intensidad de los ataques llevó a construir túneles y pasadizos subterráneos. Eran rutas de escape para quienes vivían entre las vetas y la violencia.

Mapimí fue una ciudad que se construyó no solo hacia arriba, sino también hacia abajo, como si supiera que en algún momento habría que desaparecer.
La importancia minera de Mapimí lo convirtió en un escenario clave durante episodios trascendentales de la historia de México.
Personajes como Miguel Hidalgo e Ignacio Allende estuvieron presos en una vieja casona (hoy museo) del 9 al 18 de abril de 1811, durante su traslado a Chihuahua. Benito Juárez se hospedó el 7 y 8 de septiembre de 1864 en la casa que hoy lleva su nombre. Y Pancho Villa visitó Mapimí con frecuencia desde 1912 hasta poco antes de su muerte, dejando fotografías que documentan su estancia en lugares como la Hacienda de Agua, una antigua instalación metalúrgica de Peñoles, de la que hoy solo quedan vestigios.
Ojuela y su puente
El esplendor minero vino con la Mina de Ojuela. Fue el corazón económico y el pulmón simbólico del pueblo.
“Aquí se vino gente de muchos países, por eso las construcciones del centro histórico tienen tanta influencia extranjera”, comenta José Ángel.
Pero si algo define a Mapimí —además de su memoria feroz— es su puente colgante.

El Puente de Ojuela, construido en 1898, cuelga sobre una barranca de 108 metros con la elegancia de quien desafía al tiempo.
Fue obra del alemán Santiago Minhguin, y aunque algunos lo comparan con el Golden Gate, en realidad se parece más al alma del pueblo: delgada, resistente y suspendida entre pasado y presente.
Con 318 metros de largo y 1.80 de ancho, fue diseñado para que los vagones cargados de mineral cruzaran del yacimiento al pueblo.
Hoy es una atracción turística, pero también una metáfora: Mapimí es un sitio al que se llega solo si estás dispuesto a cruzar puentes con la historia.
"El Conjunto de Minas de Ojuela, descubierto por Fray Servando de Ojuelos, se dividió en un área para trabajadores y otra para diferentes nacionalidades, por eso también se construyó ese puente colgante, que originalmente tenía vía para que transitaran los vagones cargados de minerales", relata el guía.

Aunque la producción minera decayó tras inundaciones en los años 20 del siglo pasado, la riqueza geológica del Bolsón de Mapimí sigue siendo evidente.
"Hace 113 millones de años, toda nuestra zona era parte del Mar de Tetis, por eso somos ricos en fósiles marinos y terrestres", añade Ramírez.
La empresa minera Peñoles, actual propietaria del puente, lo ha cedido en comodato para fomentar el turismo, ofreciendo tirolesa, senderismo, y la oportunidad de explorar la mina Santa Rita, admirar minerales raros y la famosa mula momificada.
Fe, memoria y lucha comunitaria
El Señor de Mapimí sigue siendo un símbolo vivo. Es una de las figuras religiosas más veneradas, envuelta en mitos e historias
En 1715, durante la Semana Mayor, fue resguardado por soldados ante un ataque indígena y escondido en la Sierra de Jimulco. Pese a intentos posteriores de regresarlo a Mapimí, la imagen se resistió a ser movida, permaneciendo en Cuencamé.

En agosto de 2022, se levantó en el Cerro del Viacrucis un Cristo monumental del Señor de Mapimí, de 18 metros de altura y 12 toneladas de pesos.
Más que una estatua, es un recordatorio: la fe también es un modo de resistir. Como lo es la acción comunitaria. Y de paso ayuda a la economía local.
Los habitantes de Mapimí, impulsados por un profundo amor por su tierra, se involucran activamente en proyectos de mejora.
La Asociación Amigos Mapeme, liderada por el historiador César Carlos, ha transformado la imagen urbana del pueblo.
"La gente de Mapimí tiene un amor que los inspira a apoyar. Cuando presenté el proyecto de la iglesia iluminada, todos contribuyeron. Hemos logrado muchos cambios en el primer cuadro y en la entrada", afirma.

Como director de Turismo de la nueva administración municipal, César Carlos busca seguir mejorando la imagen y promoviendo el patrimonio cultural y natural de Mapimí.
"Queremos que el turismo no solo visite el puente, sino que explore el pueblo y su historia", enfatiza.
Proyectos futuros: un museo de arte sacro y más
Entre los planes futuros destaca la creación de un museo de arte sacro en las habitaciones en desuso de la parte baja de la iglesia, para ofrecer más atractivos a los visitantes.
El apoyo económico de los pobladores y de la comunidad mapimense en Estados Unidos es fundamental, y se espera la colaboración del gobierno estatal.
Recientemente, personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia visitó Mapimí para gestionar la restauración de la imagen de Santiago Apóstol, ubicada en lo alto de la parte exterior del templo.

Fracturada y sostenida por cables, representa un riesgo.
La idea es crear una réplica en cantera que la sustituya, mientras la original restaurada formará parte del museo sacro.
La Iglesia de Santiago Apóstol, patrono de Mapimí, fue reconstruida entre 1877 y 1886 por Benigno Montoya y su familia, después de haber sido destruida en 1715.

El pasado 25 de julio el municipio festejó el 427 aniversario de su fundación, dice César Carlos.
"Aunque la historia maneja 1598, el asentamiento data de 1580. Aquí nacieron los primeros Garza de México, quienes luego se fueron a Nuevo León. Nuestro pueblo es rico en historia y debe ser preservado como un tesoro cultural invaluable".
Mapimí no es solo un testimonio, es un territorio de persistencia y combate al olvido.

Sus calles no están empedradas con nostalgia: están hechas de piedra que aprendió a sobrevivir. Cada casa es una carta abierta al tiempo. Cada sombra, una historia en pausa.
Aquí, donde las casas se hicieron altas para vigilar y los túneles se cavaron para huir, la memoria sigue latiendo bajo el sol del desierto. Como un eco. Como un juramento. Como un puente colgante que no se rompe.
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