Para Joaquina García, los mil 825 días que han transcurrido desde que su hijo desapareció son como otra vida, "una donde a días no me reconozco, donde estoy triste todo el tiempo y donde mi hijo que tengo físicamente, al que no abrazo, está aquí, en mi corazón".
Joaquina, mamá de Martín Getsemany amasa y prepara tortillas y sopes en su casa en Zumpango, un municipio al norte de Chilpancingo en Guerrero, mientras habla de su vida, ésta que ha enfrentado desde que su hijo no está. Lo que reúne de la venta de tortillas a las afueras de una escuela, lo guarda para viajar a la Ciudad de México al menos una vez al mes desde hace 60 meses.
"No somos personas que tengamos mucho, somos gente trabajadora, de poquitos recursos, pero bien ganados, porque sí es muy pesado para nosotros, nunca habíamos hecho cosas como esas de tomar casetas, andar marchando, es todo diferente", dice mientras enjuaga sus manos.
Ella y el resto de las familias de los normalistas se hicieron involuntariamente en un símbolo de resistencia. Tras los hechos de Iguala en septiembre de 2014, las familias de los desaparecidos se articularon en un movimiento fuerte, de campesinos en su mayoría, con una diversidad de lenguas y orígenes, pero con un solo propósito.
En Tixtla, la familia de José Eduardo Bartolo Tlatempa pasaba por una crisis, cuando Lalito desapareció. Su madre María de Jesús había sido diagnosticada con cáncer meses antes de los hechos en Iguala.
"Mi hijo se quería ir a Chilpancingo, quería estudiar ingeniería. Su madre le había dicho que si estudiaba a lo mejor después me podría dar trabajo a mí como albañil ", cuenta Cornelio, esposo de María de Jesús y padre de José Eduardo." Pero le dije que estudiar era muy caro, que no teníamos dinero para los pasajes, ni para el material, además de que su mamá tenía cáncer y que iban a hacer una operación", relata Cornelio desde su casa en Tixtla, la que dice tardó ocho años en construir con sus manos.
Dos días después de que los normalistas fuesen secuestrados y desaparecidos por policías e integrantes del crimen organizado, la madre de José Eduardo fue intervenida en Acapulco. Por su débil estado de salud, Cornelio no le contó a su esposa lo que ocurría.
"Así pasaron como 15 días que no sabía que mi hijo estaba desaparecido, yo le decía que estaba en la escuela y que no lo dejaban salir, pero preguntaba todo el tiempo por él, así que tuvimos que decirle porque veía en las noticias las marchas que pasaban en la tele. Ella se sentía mal, lloró mucho, pero agarro esa fuerza de pararse de levantarse de la cama y desde entonces no se ha dado por vencida", recuerda.
El "otro golpe para la familia", relata Cornelio, "fue cuando fuimos con Jesús Murillo Karam ahí al aeropuerto, un día que nos dijo que sólo estaríamos los papas y no medios, nosotros pensábamos que ahí ya nos iba a decir donde estaban nuestros hijos y si los iban a castigar o los tenían detenidos o donde habría que ir por ellos".
" Pero cuando nos da la mala noticia de que nuestros hijos habían sido quemados con leñas, con llantas que los habían estado quemando por quince horas y que no había quedado nada de ellos, fue como si me echaran agua fría, sentí mi corazón, sentí feo y los demás papas también quedaron helados. Nos dijo que los policías los habían entregado a los Guerreros Unidos y no los veríamos de nuevo".
"Desde ese día nuestras esperanzas se esfumaron nuestras ilusiones se apagaron desde ese día no hemos tenido respuesta y es la desaparición lo que no me ha dejado vivir tranquilo desde ese día, pues antes tenía la esperanza de que iban a desaparecer, pero desde entonces se esfumó todo y han pasado cinco años y no tenemos respuesta", explica Cornelio mientras contiene el llanto.
El 70 por ciento de las familias de los 43 normalistas sigue activo, al menos siete familias han desertado por razones de salud, por problemas económicos y de conectividad.Otros más fallecieron, como Minerva Bello, madre de Everardo, quien murió el año pasado.
En el camino, otras agrupaciones de familias con personas desaparecidas encontraron en los padres de los 43 apoyo, explica Joaquina: "mucha gente se nos acercaba que querían estar con nosotros si por medio de nosotros les hacen caso porque tenían sus hijos desaparecido que cuatro cinco años y nosotros nos poníamos a pensar todo ese tiempo vamos a andar también".
Pese a los señalamientos negativos, el intento de dividirlos, y el abandono de algunos otros grupos que se apoyaron en ellos, los padres, como Cornelio y Joaquina encuentran en el amor por sus hijos la energía para exigir por todas sus rutas y el tiempo que sea necesario.
RLO