Sin ser el joven desafiante de antaño, pero con la sombra de ese muchacho irreverente allí, escondida en la elegancia controlada de sus movimientos y en su voz que parecía enfrentarse no solo al mundo, sino también al tiempo. Miguel Bosé regresó así a la ciudad de Guadalajara, como quien vuelve a un sueño inconcluso.
El Auditorio Telmex estaba lleno la noche de este jueves 27 de marzo. Hombres y mujeres de cuarenta, cincuenta, ancianos que querían comprobar que el ídolo se mantenía de pie y jóvenes que tal vez lo descubrieron en discos ajenos o en fiestas de gente mayor.

¿Cuál fue el repertorio de Miguel Bosé en Guadalajara?
Bosé llegó tarde, como si supiera que el retraso es parte del encanto. Primero aparecieron sus ocho acompañantes: tres coristas, dos guitarristas, un bajista, un tecladista y un baterista. Todos de blanco, como si lo que se veía fuera parte de un ritual. Las coreografías, ejecutadas también por los coristas y guitarristas, también tenían algo de ceremonial.
Las primeras canciones fueron tímidas, o eso parecía. “Mirarte”, “Duende” y “El Hijo del Capitán Trueno” pasaron con naturalidad. Pero fue Nena la que desató la verdadera locura. El Telmex se transformó en un hervidero de aplausos y gritos, una explosión que parecía dar razón a su regreso. Bosé, en su atuendo blanco, resplandecía bajo las luces, como un actor que aún sabe interpretar el papel que la gente espera de él.
El escenario era austero. Las canciones tenían que sostenerse por sí solas, sin refugios ni adornos. Bosé agitaba la larga cola de su traje como un torero que aún sabe cómo intimidar a la multitud. “Aire soy”, “Bambú”, “Este mundo va”, “Sereno” y “Solo sí” avanzaron como piezas en un juego preciso. Mientras tanto, banderas del orgullo LGBT+ ondeaban en distintos puntos del auditorio y algunos bailaban desde sillas de ruedas o con muletas.
¿Cuándo había sido la última presentación de Bosé?
Ocho años habían pasado desde la última vez que cantó en México. Guadalajara, entonces, era un pacto tácito entre el pasado y un presente dispuesto a olvidar todo, menos las canciones. Vamos a despertar memorias, dijo. Su voz tenía la gravedad del que espera una reconciliación con algo más que un público: consigo mismo.
“Morena mía” fue el clímax de la noche. La gente cantaba con devoción. Para entonces, Bosé ya no vestía de blanco. Había cambiado su atuendo por un traje rojo con una cola larga cubierta de rosas.
Un maravilloso #SoldOut en @AuditorioTelmex ???????? en Guadalajara. #ImportanteTour pic.twitter.com/FgKEFmsRvm
— Miguel Bosé (@boseofficial) March 28, 2025
Entre canción y canción lanzó su proclama: “Merecemos vivir en paz, porque es un derecho”. Pero las palabras se diluyeron entre aplausos y respiraciones contenidas. Lo que importaba no eran los discursos, sino la música. “Te amaré”, “Don Diablo” y “Por ti” cerraron la noche mientras el público lo ovacionaba.
Al final, Miguel Bosé lanzó besos al aire y se despidió con la mirada de quien aún sabe que la oscuridad puede ser vencida, al menos por una noche. Se desvaneció entre sombras con el porte intacto. Tal vez ya no era el joven amante bandido, pero aún sabía jugar el juego con la destreza de quien nunca aprendió otra cosa.
OV