Pocas artistas en México tienen una presencia tan potente, inclasificable y auténtica como Astrid Hadad. Cantante, actriz, diseñadora, autora y directora de sus propios espectáculos, Hadad ha construido una carrera sólida, única y ferozmente independiente, desafiando las normas del entretenimiento tradicional, del teatro y de la música. A lo largo de más de tres décadas, ha demostrado que el arte puede ser un acto de resistencia, una celebración delirante y un homenaje profundo a la identidad mexicana.
“Y lo logro de milagro —comenta, entre risas, la creadora del llamado heavy nopal—, pero tengo una pasión enorme por lo que hago. Eso es lo que me mantiene vigente y activa a pesar de que cada día es más difícil. Salir adelante como artista independiente no es cosa fácil, pero las ganas no me las quita nadie, así que sigo trabajando, creando, porque inventar cosas es absolutamente necesario para mi vida, por eso es que continuó con todas las ganas y con toda la pasión”, asegura.

Astrid Hadad no pertenece a ningún molde. Su obra es una mezcla explosiva de cabaret político, teatro musical, crítica social y folclor mexicano, todo envuelto en una estética barroca y provocadora que encuentra su sello más característico en el vestuario exuberante que ella misma diseña, conceptualiza y porta como una extensión del mensaje. En un país donde las etiquetas pesan, Hadad ha hecho de la libertad su forma de estar en el mundo con una rebeldía inherente que salta a la vista.
“Y el precio es que trabajas más y ganas menos —dice, de nuevo, con su contagiosa y abierta sonrisa—. Pero pues aún así uno sigue, porque ya es una forma también de saltarse la censura, de seguir creciendo, aunque sea en las grietas, como la mala hierba. Pero es más satisfactorio cuando sabes que, a pesar de todo, puedes seguir haciendo las cosas y encontrar sitios donde cantar. Además, el ser libre y no tener que rendirle cuentas a nadie, ni doblegarte ante nadie, ni tener que besarle los pies, por no decir otra cosa, es muy satisfactorio. La verdad es que el ser libre no te lo puedo explicar, pero no se compra con nada. Es algo maravilloso porque te da una tranquilidad y una satisfacción enorme”, comenta la mujer que vivió un beto de Televisa en los 90, a causa de sus opiniones políticas.

Un camino sin concesiones
Originaria de Chetumal, Quintana Roo, Astrid Hadad estudió Ciencias Políticas antes de ingresar al Centro Universitario de Teatro de la UNAM, donde comenzó a experimentar con la dramaturgia, la música y el cuerpo como herramienta expresiva. A partir de los años 80, se dio a conocer como parte del movimiento de cabaret político en la Ciudad de México, formando parte de propuestas como La Medianoche, un colectivo que impulsaba un teatro crítico, feminista y provocador.
“Puedo decir que hay cosas que no han cambiado porque, al final de cuentas, muchos de los artistas destacan porque tienen detrás una gran industria que los construye. En mi caso, puedo decir que esta forma de luchar por ser quien soy y mostrar lo que soy, pase lo que pase y sea donde sea, ha sido, sí, un poco difícil; pero ha sido tan satisfactorio, me siento bien y duermo bien, porque no le debo nada a nadie ni tengo que reprocharme el haber traicionado mi profesión. Entonces, pienso que sí se paga un poco caro, pero prefiero eso que venderme”, expresa convencida.
Desde entonces, Hadad se ha mantenido al margen de las grandes disqueras, los medios convencionales y las plataformas comerciales, defendiendo una autonomía creativa que le permite abordar sin censura temas como la sexualidad femenina, el racismo, el clasismo, la migración, el machismo, el folclor y la religión. Esa independencia ha sido también un acto de valentía: sin el respaldo de estructuras institucionales, ha creado, producido y girado por su cuenta espectáculos que han viajado por América Latina, Estados Unidos, Europa y Asia, llevando su voz hasta escenarios tan diversos como pequeños foros alternativos o festivales internacionales de arte contemporáneo.

El vestuario como discurso
Uno de los elementos más llamativos y profundamente simbólicos del trabajo de Hadad es su vestuario. Para ella, la ropa no es únicamente un ornamento, sino discurso escénico, lenguaje político, sátira visual. Sus trajes, confeccionados con elementos de la cultura popular mexicana —vírgenes, balas, nopales, banderas, billetes, sillas, luces de neón— convierten a su cuerpo en un escenario móvil, en un cartel vivo de denuncia, ironía y celebración.
“Evidentemente, la música es un puente universal, pero también la energía. Los vestuarios y cómo manejo el escenario creo que hacen el resto, porque no solo es el vestuario sino la pasión que tú pones en la forma de interpretar —comparte—. Y creo que todo eso en conjunto hace que la música logre convencer a la gente, no importa donde esté y no importa que no entiendan. En lugares como Alemania no entendían nada, solo hablaban alemán y ruso y yo pensaba por eso que no les estaba gustando, pero al final todos aplaudieron de pie y fue una sorpresa. Fue increíble, increíble”, relata la artista.
En un mismo show, Astrid puede aparecer vestida como una virgen moderna con luces en la corona, o como un altar ambulante cubierto de estampas de la revolución, o como una ranchera postmoderna que se burla del estereotipo masculino mientras canta una ranchera desgarradora. En cada atuendo hay una crítica, un homenaje, una construcción visual que articula su discurso sin necesidad de palabras y que incluso han sido considerados piezas de museo. Para Hadad, el cuerpo no solo canta: se manifiesta.
“El mío no es un vestuario caprichoso que yo use porque está bonito, sino que es conceptual y eso la gente lo entiende —comenta orgullosa—. Viajar con él es bastante engorroso y con las nuevas reglas en los aviones, he tenido que ir transformándolo, para que todo lo que llevo se pueda desarmar”, nos dice de la indumentaria que ya se ha convertido en una extensión de ella misma y que es admirada en todo el mundo.
“Hace años se hizo una muestra en el Museo del Chopo y se han llevado varios vestuarios a museos de Estados Unidos. Justo ahora se van a llevar dos más a una exposición que van a hacer en Houston sobre Frida Kahlo, la exposición más grande que se haya hecho sobre ella, y me han pedido dos de mis vestuarios que estarán ahí y luego viajarán a la Tate Gallery de Londres”, confirma modestamente.
Una artista que no se rinde
A pesar de los reconocimientos internacionales, Hadad ha mantenido su postura de crear al margen del sistema institucional y de la lógica de mercado. Su permanencia como artista independiente no ha sido un accidente, sino una decisión política y estética. Esa postura le ha permitido mantener el control absoluto de sus espectáculos, defender su visión artística y evitar las concesiones que suelen venir con los patrocinios o la popularidad masiva.
Aunque en ocasiones ha sido ignorada por los circuitos oficiales del arte en México, ha logrado construir una base sólida de seguidores fieles y una reputación internacional como figura de culto. Su arte, incómodo para algunos y profundamente revelador para otros, sigue siendo un espejo donde se reflejan las contradicciones de una nación.
“Pienso que hay que tener esta firmeza de luchar por lo que crees. Yo un día me dije que si no lograba vivir de lo que hago cantando con esta profesión, pues me dedicaría a otra cosa, a vender comida, porque cocino muy bien, pero afortunadamente no tuve que hacerlo. Me ha costado muchísimo, ahora sí que sangre, sudor y lágrimas, pero estoy tan contenta en este momento, que puedo asegurar que de verdad vale la pena. Los buenos y los malos momentos valen totalmente la pena y, como diría la Piaf, no me arrepiento de nada”.

Hoy, en un panorama saturado de fórmulas comerciales, Astrid Hadad representa la resistencia artística. Con su voz poderosa, su ironía afilada y su estética explosiva, continúa recorriendo escenarios con espectáculos que conmueven, divierten y sacuden. Lejos de ajustarse a las expectativas, Hadad sigue abriendo caminos, demostrando que el arte puede ser libre, crítico y profundamente mexicano.
“A los jóvenes por eso les diría que sigan luchando por lo que creen y que se preparen porque es muy importante. Mira, luego mucha gente cree que estudiaste teatro, que estudiaste música, que estudiaste artes y que ya con eso se terminó. Pero la del artista es una vida de preparación y trabajo constantes”, advierte.
En tiempos de uniformidad cultural, Astrid Hadad es y seguirá siendo una figura luminosa que defiende el derecho de crear desde la diferencia, de reírse de lo solemne, de honrar lo tradicional con rebeldía, y de bailar sobre el escenario con un nopal en la cabeza, una canción en el corazón y una verdad que arde.